Decía Clausewitz (1.780-1.831) que la guerra es la continuación de la política por otros medios, lo que pudiera haber tenido algún sentido en su época pero que hoy no resulta verosimil. En realidad, la guerra es la consecuencia del fracaso de la política.
Corresponde a los estados el uso legitimo de la fuerza, dentro del más estricto respeto a los derechos humanos y cumplimiento de las leyes nacionales e internacionales. Para ello el estado cuenta con medios policiales y unas fuerzas armadas compuestas por los ejércitos de tierra mar y aire.
Los ejércitos son un medio complejo, de difícil empleo y uso restringido a situaciones críticas o de extrema gravedad. España, con buen criterio, nunca empleó al ejercito para combatir el terrorismo etarra por considerarlo un problema delincuencial y no aceptar el planteamiento, chantajista, de que nos encontráramos en una guerra entre dos poderes del mismo nivel, al contrario de lo que, por ejemplo, hiciera el reino Unido en Irlanda del Norte. Por similares razones no hemos hecho como otros países en los que hemos visto soldados armados patrullando las calles como defensa ante ataques del terrorismo yihadista.
Contamos con la Unidad Militar de Emergencias, bien dotada y cualificada para afrontar desastres naturales, misiones más propias de protección civil pero cuyas capacidades aumentan exponencialmente al formar parte de unas unidades bien estructuradas y muy disciplinadas.
La operación Balmis y la ocupación de instalaciones sensibles con carácter preventivo para evitar posibles atentados han sido misiones militares. En 2.002, el ejercito español tuvo que repeler una de las agresiones con que periódicamente nos agasaja el amigo marroquí cuando, de modo ridículo, ocupó militarmente nuestro islote de Perejil con un pelotón de mehaznis, operación de corto alcance necesaria para descartar sorpresas ofensivas futuras, que sirvió para mostrarle a Marruecos firmeza y que ningún acto hostil les sería permitido. Eran otros tiempos.
Lo que hemos sufrido recientemente en el puesto fronterizo de El Tarajal de Ceuta puede considerarse crisis migratoria o humanitaria, pero en realidad ha supuesto un ataque a nuestras fronteras comparable a la Marcha Verde de 1.975, y el gobierno decidió emplear, correctamente, a algunos soldados en la playa próxima a la valla fronteriza.
El personal de Cruz Roja, la Guardia Civil, el Cuerpo Nacional de Policía y nuestros soldados han prodigado imágenes admirables que nos han hecho sentir orgullosos de ser españoles, porque entre todos constituían la fiel representación del conjunto de una sociedad solidaria. Lo visto, a buen seguro habrá contribuido a mejorar la imagen, que ya era buena, de la Cruz Roja, de nuestras fuerzas de orden público y la de nuestras fuerzas armadas, a las que algunas formaciones políticas y sus afines desprecian constantemente.
En aquella playa hemos visto cuatro vehículos blindados BMR, lo que nos hace suponer que la unidad allí presente no superaba la entidad de Sección de Infantería ligera con unos efectivos cercanos a treinta hombres o mujeres. Pero no es cierto que el ejercito desplegara en la frontera de Ceuta respondiendo a una agresión marroquí, titular que ha trascendido a la prensa internacional e incluso fue aceptado por parte de la propia.
Nuestras fuerzas armadas han vuelto a demostrar que están siempre dispuestas para actuar allá donde se las requiera, con encomiable profesionalidad, elevado grado de preparación, espíritu de cooperación, solidaridad, buen hacer y bonhomía. Aplaudimos la acción del Ministerio de Defensa y del gobierno por lo que pueda representar de contribución a prestigiar a los ejércitos, pero tampoco podemos olvidar que una parte de ese ejecutivo abomina tanto de nuestras policías como de nuestros soldados, ni ignorar que el propio Sánchez afirmara, en 2.014, que le sobraba el Ministerio de Defensa, hipérbole que habrá olvidado pues sabemos de la levedad de sus principios y la brevedad de sus ideas. España dedica menos del 1% de su PIB a gastos de Defensa mientras Marruecos lo hace con el 3% del suyo. Es innecesario decir que existen planes militares de defensa para las poblaciones de Ceuta y Melilla, pero ese planeamiento en modo alguno prevería la modesta intervención de esa pequeña unidad que hemos visto en la playa de El Tarajal, una encomiable contribución pero tan escasa, quizá hasta prescindible, que solo podemos interpretar como realizada a modo de toque de atención a Marruecos, como prueba de la ética castrense o como ambas cosas.
Pero nos caben dudas porque, como ya se ha reseñado en diferentes ocasiones en este blog, ese 1% escaso del PIB, como también ha expresado más de un JEMAD, restringe en exceso la capacidad operativa de nuestras Fuerzas Armadas. Mucho nos tememos que a nuestros gobiernos, a todos nuestros nuestros gobiernos, esa insuficiencia táctica y estratégica les preocupa entre cero y nada y se conformen solo con actividades como la de el Tarajal, porque hasta para poder cumplir con nuestras obligaciones internacionales de mantenimiento de la paz, los estados mayores se las ven y se las desean para planificarlas y cuantificarlas.
No deberían enviarse mensajes contradictorios ni sería conveniente que, al final, la sociedad acabara percibiendo a los ejércitos simplemente como a una gran ONG con dignísimos fines sociales pero lejos de su verdadera función.
Carlos III hacía inscribir en sus cañones “ultima ratio regis”, es decir “la razón última del rey”. Decían los romanos que si vis pacen para bellum, si quieres la paz prepárate para la guerra. Los Ejércitos, sus soldados, tienen como misión principal, y obligación legal, la de defender la paz aun a costa de la propia vida como juraron pero, en definitiva, deben estar preparados para hacer la guerra, para combatir en caso necesario, porque nada es descartable. Peor para quien no lo entienda o no quiera entenderlo.