No se puede decir que el reciente atropello a la democracia fatalmente ocurrido en Venezuela nos haya causado sorpresa alguna. Mucho pesar sí, pero ninguna extrañeza. Tampoco nos ha sorprendido demasiado la actitud obscena de un tal Rodríguez Zapatero a quien llevamos viéndo como se desliza por la pendiente del deshonor incluso desde que era presidente del gobierno de España. Hay quien afirma que su actitud es sobrecogedora porque, dicen, no solo estremece  sino que sobre coge. Serán habladurías.

El ilegitimo gobierno dictatorial venezolano sigue montado en el machito (circunstancia que en Centroamérica y en el Cono Sur se da con demasiada habitualidad y donde este tipo de tiranías, más o menos disimuladas, abundan)  y lo hace  a costa de reprimir a su pueblo; los problemas del país venezolano no se han conseguido resolver: en primer lugar por culpa de una Unión Europea insolvente que para estos asuntos hispanoamericanos delega generalmente en el gobierno español  lo que, en este momento, es garantía de irresponsabilidad y descrédito, y tampoco ha sido útil, a tal efecto, una poco eficaz administración Trump cuyos aparentes éxitos en Oriente Medio no se han visto emulados, ni por asomo, en la patria de Simón Bolívar a pesar de todos sus esfuerzos.

Los criminales Maduro y su cohorte de narcotraficantes, basan su tiranía de opresión al pueblo en haber puesto la justicia a su servicio, en  domesticar a los medios de comunicación, y en disponer de un ejército y unas fuerzas de seguridad opresoras, arrastradas por el lodo y vendidas al poder. Los chavistas fueron capaces de contaminar a sus policías y militares, consiguieron ponerlos a su servicio, vergonzantemente, al tener comprados a todos sus altos mandos. Por eso el pueblo llano, los venezolanos de a pie, no tienen opción alguna de impedir el atropello porque, cuando protestan, solo alcanzan a poner los muertos y necesitan un ayuda exterior que nunca llega.

En España, el repugnante clan de Caracas goza de apoyos infiltrados en el propio gobierno de la Nación, políticos que apenas ocultan sus intenciones de convertirnos en la Venezuela europea y ya son muchos, incluso no pocos socialistas, los que temen que las siniestras amenazas de Pablo Iglesias cuando anuncia, en el Parlamento, a la oposición, que nunca se volverán a sentar en los bancos del gobierno, puedan verse materializadas algún día. No han sido solo los venezolanos sino bastantes más los que algún día dijeron: eso aquí no puede ocurrir. Pero ocurrió. De momento aquí cuentan con numerosos medios de comunicación obedientes aunque, afortunadamente, no son todos; por el momento, repito. Que están intentando controlar la justicia y el CGPJ resulta una obviedad hasta para la Comisión Europea que ya les ha dado dos toques de atención, y empezamos a observar actuaciones judiciales inquietantes, verbigracia: que el Tribunal Supremo se haya lavado las manos en el caso de la visita de Delcy Rodríguez argumentando que, aunque sí pisó suelo comunitario eso es asunto que compete solo a la UE, puede parecer una broma de muy mal gusto, pero que no se abra ninguna investigación acerca de cómo entraron sin control las decenas de maletas desembarcadas, sobre las que hay fundadas sospechas de que venían cargadas de billetes, es inadmisible.

Se dice que Europa no permitiría un gobierno bolivariano en un país de la Unión. ¿Estamos seguros? Por lo que vemos, Europa resulta cada vez menos fiable para resolver nada y menos los asuntos internos de cada miembro.

Las tan comentadas cartas de militares españoles disconformes con el gobierno vicepresidido por alguien que parece mandar y llevar la batuta más de lo que le corresponde, pueden ser objeto de diferentes interpretaciones, pero algo queda claro: la inmensa mayoría del personal castrense jubilado, si es que no son todos, estamos disconformes con las políticas de este gobierno, con ésta diarquía de lúbrico amancebamiento político, hayamos firmado o no tales epístolas. Y de ello es fácil deducir que  es muy posible que, por algún tipo de efecto cascada, la mayor parte del ejército en situación de servicio activo comparta sentimientos similares, aunque disciplinadamente callen como es su obligación.

Seguro que, a estas alturas, alguien  habrá levantado ya la oreja, o se le habrá erizado el moño, porque lo expuesto en tales epístolas tiene una lectura bien definida: los Ejércitos de España ni se compran ni se venden; parece improbabilísimo que nadie, en las Fuerzas Armadas, llegue a venderse y a seguir la misma conducta que sus equivalentes venezolanos. Y, empeñando mi opinión personal,  tampoco creo que los Cuerpos de Seguridad del Estado, pudieran llegar a estar dispuestos a llevar a cabo ninguna acción que vulnerase los derechos humanos de la ciudadanía.

Ningún vehículo puede andar si le falta una rueda. Tal vez, al final, solo nos quede una barrera, pero ésta deberá ser infranqueable.