Las personas que hemos alcanzado una provecta edad tenemos derecho, además de a una pensión de jubilación justa, a otras cosas entre las que cabe reseñar la de que se tenga en cuenta nuestra experiencia y la de que se nos deje contar, a veces, alguna “batallita del abuelo”.

Los años setenta fueron una bonita época en la que España comenzó la apasionante aventura de la democracia que nos ha conducido hasta nuestros días. Por entonces el deporte individual no había alcanzado el nivel de afición actual y quienes ya gustábamos de salir a correr solíamos soportar desde miradas despectivas hasta sonrisas de conmiseración, cuando no teníamos que sufrir a cafres-valientes asomando la cabeza por la ventanilla del coche llamándonos gilipollas. Pero esa fue una de las cosas que por entonces, afortunadamente, empezaron a cambiar.

Nuestros  Ejércitos de entonces eran ya unas de las pocas instituciones que cultivaban la actividad física aunque no fuera una de sus mayores prioridades, de tal modo que casi siempre todo dependía de las propias tradiciones de cada Unidad y de la mentalidad de sus cuadros de mando el que cada una de dichas Unidades tuviera un mayor o menor nivel deportivo y/o competitivo. Por otra parte habrá que reseñar que aquel Ejército, que provenía de una reciente y muy diferente época anterior, estaba pesimamente dotado de vestuario y equipo personal así que también la ropa de deporte de la tropa de reemplazo era muy deficiente y, por ejemplo, las llamadas “zapatillas de gimnasia” eran mucho más que pésimas.

Era yo un joven Oficial de Caballería que, en 1977, completó, en la “Escuela Central de Gimnasia de Toledo”, un curso de Educación Física, titulación con la que me incorporé a una Unidad militar en la que tendría que compartir las obligaciones de mi puesto con la responsabilidad de dirigir la actividad deportiva del Regimiento. Aunque bastante bien preparada táctica y técnicamente para el combate dentro de su época, no era la mía una Unidad de las que más hubiera cultivado el deporte y, humildemente, creo poder presumir de que a los pocos años de mi incorporación, el Regimiento se había convertido en una de las Unidades punteras en cuanto al nivel deportivo de cuadros de mando y tropa y en las competiciones de la entonces III Región Militar.

Nada más incorporarme fui informado de que a los quince días nos presentaríamos al campeonato regional de carreras de fondo, pero el suboficial que había seleccionado el equipo ya me advirtió de que nuestras posibilidades de éxito eran nulas. Sin esperanza tomé las riendas y una de las cosas que se me ocurrieron fue cambiar aquellas horribles alpargatas y comprar en el mercado un calzado más adecuado para intentar evitar lesiones y, al menos, dar una imagen algo mejor.

Como era previsible quedamos mal clasificados pero al menos no fuimos las últimos por equipos sino los novenos de once. Algo es algo, pensé yo a sabiendas de que fue más gracias a la aun peor calidad de otros que a nuestros aciertos.

Recuerdo con simpatía el enfado y la bronca que recibí del Coronel, un buen jefe y excelente persona por otro lado, que no acababa de entender que yo le hubiera hecho gastar dinero en zapatillas nuevas para terminar siendo de los últimos. Su frase quedó para siempre grabada en mi memoria: “me has hecho gastar dinero en zapatillas, total para que  si hubieran mandado media vuelta hubiéramos quedado los primeros”.

Hasta aquí la anécdota pero, puestos a gastar, quien no conoce límites es el gobierno de España. Muchas son, no las zapatillas pero sí las zapatiestas con que Sánchez mercadea a diario con extremistas y nacionalistas excluyentes incluidos herederos de los terroristas. Si fuera posible que en el concierto político y económico internacional alguien consiguiera  cambiar los datos y los hechos políticos y económicos, si alguien pudiera mandar esa media vuelta a todos los países, España se convertiría en uno de los estados  con mejores datos económicos, con el poder judicial más respetado por su gobierno, con la prensa más independiente, con un gobierno sin tantos chapuceros entre sus filas, con un país con poco paro, de los que mejor hubieran vuelto al nivel económico anterior a una pandemia y con el menor número de fallecidos en la misma, con un estado capaz de obligar a las Comunidades a cumplir las sentencias judiciales y no mirar para otro lado, con un país que no tuvierse que soportar una deuda desmesurada. En  un miembro, en fin,  de la Unión Europea respetado y respetable.

Nuestras Fuerzas Armadas no han parado de progresar en cuanto a su profesionalidad pero nuestros progresistas no paran de hacernos retroceder.