El gobierno ha conseguido sacar adelante una nueva prórroga quincenal, la cuarta, con la que se completarán diez semanas en Estado de Alarma, aunque la desescalada haya dado comienzo días atrás, coincidiendo con una fecha tan simbólica como es el dos de mayo.
Pretenden decirnos que hay un debate jurídico al respecto de si se pueden mantener ciertas medidas restrictivas, bajo el amparo del Estado de Alarma o no, sobre confinamiento y limitación de movimientos de la población. Nada más lejos de la realidad; ya estamos acostumbrados a que los enfrentamientos debidos a lacras ideológicas se disfracen como polémicas sobre legalidad. Dentro de las leyes vigentes hay otras herramientas más que suficientes para tomar cuantas medidas sean necesarias para restringir sensatamente la circulación de la ciudadanía sin tener que recurrir a una norma legal que podría haber estado justificada la primera vez que se aplicó, pero cuyas extensiones han sido un exceso. No, no son diferencias jurídicas las que confrontan, son rivalidades ideológicas. Sería suficiente un acuerdo entre las fuerzas políticas principales y aplicar otros preceptos legales de modo adecuado.
Lo que realmente está aplicando el Gobierno se parece más a un Estado de Excepción que a uno de Alarma y ahí es donde radica el problema, es donde Sánchez se encuentra a gusto y donde puede abusar de todos: poco control parlamentario, gobernar a golpe de Real Decreto, colocar de rondón a Iglesias en el CNI camuflado en una medida contra el COVID-19, seguir aumentando alegremente el número de altos cargos para camaradas, convertir a España en un estado clientelar lleno de parados, de pobres subvencionados y agradecidos, mientras que las empresas, especialmente la pequeñas y medianas, corren serios riesgos de quebrar por falta de ayudas. Mientras se mantiene a la calle confinada, amordazada y sin derecho de manifestación.
Tenemos las peores cifras en cuanto a personal médico infectado, una de las peores en contagios totales y personas fallecidas, las peores expectativas económicas y de paro de Europa junto a Grecia e Italia. Hemos derrochado millones en comprar material sanitario a empresas con CIF y dirección desconocidos, a fabricantes que antes fueran condenados por fraude, a sospechosos de ser amiguetes de quienes les contratan a dedo; errores administrativos, dice el señor Illa, pero equívocos que, ante las denuncias varias presentadas, ya está investigando la Fiscalía. Hemos pagado, usted y yo, dichos equipos a un valor muy superior al razonable y seguimos sin tener el número de test que serían necesarios. Asumir el mando único parecía una decisión razonable y lo hubiera sido si el Ministerio de Sanidad fuera lo suficientemente competente, pero nada más lejos de la realidad.
Estamos esperando que Europa nos saque del atolladero financiero cuando tenemos el gobierno con más Ministerios, Direcciones y Subdirecciones Generales y el mayor número de coches oficiales. Lo que fuera solo una Dirección General de Consumo se transformó en un Ministerio con dos Direcciones Generales, y un Ministerio en el que su titular, Alberto Garzón, Con-sumo gusto, acaba de colocar a otros seis Subdirecctores Generales a los que suponemos agobiados de tanto trabajo como tendrán, las pobres criaturas. Y todo mientras tantos y tantos asesores pasan a engrosar la nómina de colegas bien colocados.
Cuando les preocupa más repartir subvenciones -si bien ciertamente algunas serán circunstancialmente necesarias- que crear empleo, esperan que Europa nos saque las castañas del fuego. Una Europa que ya ha dicho que no, que habrá que dejarse de necedades y que tendremos que añadirle varios agujeros al cinturón y apretarlo bien porque vienen curvas y no nos van a regalar nada.
Dos países gobernados por fuerzas de izquierda radical o coaligadas con ella, Portugal y Argentina, han sido capaces de llegar a acuerdos y tomar medidas razonables en colaboración con sus respectivas oposiciones, porque lo único que allí ha prevalecido es el interés por preservar la salud de sus ciudadanos. Pero, en España, la vergonzosa alianza que gobierna sigue actuando como si pretendiese perpetuarse en el poder al más bolivariano de los estilos.
Sánchez, aquel que se autoproclamó como inventor del vocablo diálogo, no busca la lealtad de la oposición con cuyos dirigentes apenas habla; solo quiere la aceptación sumisa de sus extravagancias. Por mucho que se queje, ha tenido mucha más lealtad opositora de la que merece hasta el punto de que en la última y reciente prórroga del Estado de Alarma, el PP no ha sabido más que abstenerse mientras era calificado de ser muy duro por decir verdades y Ciudadanos, de mala gana, asumiendo el coste de sufrir dos dimisiones sonadas y tal vez pensando en pescar en el caladero de socialistas desencantados, ha permitido que salga adelante. De los eternos complejos de la derecha y de dividirla es de lo que Sánchez siempre sabe sacar provecho.
Poco a poco vamos cayendo en la trampa. Como dijera Martin Niemöller en texto falsamente atribuido a Bertolt Brecht, cuando llegó el exterminio nazi el personaje fue dejando que transcurrieran los acontecimientos sin decir nada, dejando que eliminaran a otros creyendo que no eran cosas de su incumbencia, pero termina diciendo: "cuando al final vinieron a por mí, no quedó nadie para hablar por mí”.
O como en el caso del síndrome de la rana hervida: si se la mete en un olla de agua caliente salta enseguida y escapa, pero si le vamos calentando el líquido poco a poco, al principio le agrada y se encuentra a gusto, después empieza a molestarle algo pero no demasiado y la pereza le impide moverse y así sigue hasta que, cuando la temperatura es muy alta y quiere reaccionar ya es tarde, le fallan las fuerzas y acaba siendo cocida. ¿Estarán queriendo meternos en una cacerola de las que procedentes de Caracas nos trajo doña Delcy Rodriguez en sus maletas?