Tras las elecciones autonómicas del 14-F celebradas en Cataluña, con ausencia de amor pero en el día de los enamorados, los únicos que han salido ganando son los partidarios del independentismo, ese cáncer tan obtuso que venimos sufriendo en España desde hace ya demasiado tiempo, ese nacionalismo provinciano que pretende ser dueño de su destino y mientras seguir mamando de las dos ubres, la europea y la de la madre patria España, liga nacional de futbol incluida.
Será debido a la escasa participación por temor al contagio o será por la mayor y fanática implicación de los suyos, pero lo cierto es que por primera vez y en conjunto, los soberanistas han obtenido más votos que los constitucionalistas, suponiendo que todos aquellos a los que así calificamos, sean verdaderos defensores de la unidad, cosa que, como poco, suscita dudas.
El PSC, la sucursal catalana del PSOE, ha ganado en número de votos, pero su empate a 33 escaños con ERC le va a poner las cosas muy difíciles si no imposibles, porque lo que pretendía Illa (léase Sánchez), un tripartito con los comunistas catalanistas de ERC y los comunistas podemitas de En Comú Podem, presenta muchísimas dificultades por mucho que pudiera ser otra versión de los acuerdos que funcionan en Madrid. Illa faltaría a su palabra de no pactar con independentistas sin el menor rubor, pero Pere Aragonés puede ponerle unas condiciones imposibles de asumir, amnistía para los presos y referéndum de autodeterminación incluidos -aunque nos asusta, y mucho, la inmensa capacidad del sanchismo para aceptar infamias a cambio del sillón monclovita de “Mi Persona”-.
ERC ha aumentado ligeramente, un escaño, sobre los resultados de 2017, aunque suficiente para convertirle en la primer fuerza independentista empatando a 33 sus escaños con el PSC. También los republicanos querrán optar a la presidencia y, en el probable caso de que los socialistas no acepten sus pretensiones, pudiera dar también un giro más que posible, volviéndose hacia su odiado (?) JxCat y formar un frente común soberanista contando con la CUP, o quizás con En Comú. Es una hipótesis probable y la más peligrosa de todas porque podría conducir a una nueva declaración de independencia. Recordemos su falta de arrepentimiento y el “ho tornarem a fer”.
Junts, a pesar de haber perdido solo dos escaños, de 34 a 32, ha quedado relegada a la tercera posición y resulta imposible que pueda volver a ocupar la presidencia de la Ganeralitat, pero de su radicalidad se puede esperar cualquier cosa, ninguna buena ni para los catalanes ni para los españoles.
La CUP ha crecido sensiblemente, de 4 a 9 diputados, mientras los de En Comú Podem han conseguido al menos mantenerse con el mismo número. Dos pírricos resultados que les pueden convertir en apetitosos socios de cualquiera de las más abyectas coaliciones. El huero fruto obtenido por el podemismo catalán no debiera confundirse con un resultado digno en conjunto, dadas las estruendosas derrotas cosechadas en Galicia y el País Vasco y las, para ellos, tristes previsiones estadísticas a nivel nacional.
Vox ha pasado de no tener representación alguna a obtener 11 escaños. Un triunfo incontestable pero tan solo y sobre todo una victoria, aunque también pírrica, en la batalla contra sus oponentes situados en el centroderecha liberal, un Vox que ante la imposibilidad material de que nadie cuente con él para pactos de gobierno, solo se convertirá en esa voz que clama en el desierto, el reivindicativo e insumiso canto del cisne de una parte de un centro-derecha-derecha que en total solo suma 20 escaños muy poco útiles. Quedará muy bien lo de dar el sorpasso, pero seguimos preguntándonos lo de siempre, ¿de qué sirve una derecha desunida? La “victoria” de Vox es la muestra de la indignación de muchos catalanes de bien ante el abandono sufrido desde el estado y ciertos partidos pero, sobre todo, un éxito de Sánchez para dividir a sus oponentes que Abascal no debiera dejar de tener en cuenta. Les convendría no sacar conclusiones precipitadas, recordando que se quedaron en blanco en Galicia y obtuvieron un meritorio pero único escaño en el parlamento vasco, que los resultados no siempre son extrapolables a otros lugares y que les queda mucho que remar si quieren crecer en toda España.
La indescriptible debacle de Ciudadanos, bajando de 36 a 6 representantes, es solo comparable con la del final de la UCD de Adolfo Suárez y muestra el futuro de un partido que lleva tiempo dando muestras de estar desorientado, al que ya le han abandonado no pocas personalidades, camino que podrían seguir algunas más. Algo empieza, entiéndase que metafóricamente, a oler a muerto en Cs.
Estrepitoso fracaso también el del Partido Popular. Llevábamos algún tiempo diciendo que no sabíamos si la línea emprendida por Casado a base de dar bandazos desde que decidiera partir peras con Vox, le daría resultado y que Cataluña sería el primer test para comprobarlo. Pues parece como que, al menos aquí, las consecuencias han sido nefastas. Ciertamente pasar de 4 a 3 representantes solo demuestra que nada ha cambiado ya que la presencia de los populares no solo ha sido siempre escasa en esta Comunidad Autónoma sino que lleva mucho tiempo menguando; pero eso no puede servir de consuelo porque mantenerse en la miseria es muy triste. Desconocemos qué trascendencia puede tener este tropiezo a nivel estatal pues en otros lugares como Madrid, Andalucía, Galicia, Castilla León, Murcia y Ceuta las cosas parecen irles bien, pero sus fracasos vasco y catalán nunca puede ser buenos y los Casado, García Egea y compañía debieran asumir responsabilidades y no mirar para otro lado. Habrá que meditar sobre algo más que cambiar de sede.
Además de al nacionalismo irredento, a quien parecen salirle bien las cosas es a Pedro Sánchez. Ni ocurre así con la España inmersa en su mayor crisis económica y sanitaria de la Historia ni el éxito tampoco es aplicable a su partido; le va bien a “Su Persona” y a su legión de advenedizos, ministros, altos cargos y enchufados. Le va bien a Pablo Iglesias, a sus camaradas bolcheviques, a sus amigas, a sus compañeras, e incluso a las niñeras. Les va bien a Pedro y Pablo porque logran lo que quieren, que no es otra cosa que les mantengan en el machito de Madrid a cambio de lo que sea.
Decía Pedro Sánchez que el PP de Rajoy era una fábrica de crear independentistas y que por eso había que comenzar una nueva etapa de “dialogo”, de pactos y de acuerdos. No pocas voces le advirtieron de que los independentistas nunca reculan y que cuanto más se les dé más seguirán pidiendo. Pedro lo sabía pero le da igual porque desea lo que anhela y lo demás no importa. No contento con haber resucitado y enfrentado a las dos Españas, ha conseguido, con la estimable ayuda del cretinismo nacionalista excluyente, que ahora la sociedad catalana esté más fracturada que nunca, que la inversión extranjera haya desaparecido y que las empresas huyan de Cataluña. Pero ahora, gracias señor presidente, el independentismo ha crecido y no es nada descartable que vuelvan a las andadas y a delinquir: “sí, probablement ho tornaran a fer".
Si llegara el caso de que volvieran a delinquir ¿qué haría Pedro y qué diría Pablo? Prefiero no oír la respuesta.