Nuestra derecha política lleva mucho tiempo perdiendo el partido sin visos de poder remontar, con el bochorno de que el adversario, más allá de marrullerías y juego sucio que confundimos con óptima estrategia, es uno de los peores equipos -a su cuenta de resultados me remito- con que se podría enfrentar.

La izquierda y la extrema izquierda no tienen el menor reparo en ir unidas aunque tengan que escenificar supuestos desencuentros y se alían sin cargo de conciencia con toda la zahúrda de nacionalismos excluyentes, proetarras incluidos, y enemigos de la democracia varios. Y, mientras, llevamos mucho tiempo contemplando la elocuente desunión de quienes, de una u otra forma, defienden las teorías liberales. Un terceto al que los anteriores, como viene siendo tradicional y con la desvergüenza sin límites que les caracteriza, consigue acomplejar acusándoles de extremistas, un trio de centroderechistas que no ofrece el menor signo de poder aunar fuerzas que les permitan ganar unas elecciones generales. Ciudadanos se debate entre sus rescoldos mientras PP y Vox parecen enzarzados en una cruenta y absurda batalla por hacerse con las riendas de la derecha.

Casado quiere mantener a su partido como líder de la oposición y se defiende con uñas y dientes ante un Abascal dispuesto a arrebatarle esa pole-position a toda costa. Son irreconciliables y Casado parece saber, o sabe, que le será casi imposible recuperar a unos votantes que seguirán, sí o sí, votando a Vox, el partido derechista que, aunque siempre acabará apoyando a posteriori posibles gobiernos de la derecha, les atacan con vehemencia, y con los conocidos resultados finales. Los once escaños logrados en Cataluña parecen  haberles servido para reafirmar su postura, por mucho que el caso catalán sea una coyuntura muy particular y difícilmente extrapolable al resto de España. La consecuencia final es el éxito de Sánchez&Cía y así seguirá siendo mientras sus oponentes no se quiten las orejeras.

Pablo Casado, sumido en sus contradicciones, no cesa de dar bandazos: hoy pongo a Cayetana de portavoz, mañana la quito, ahora trato de mostrar una actitud firme contra Sánchez y luego me vuelvo condescendiente y busco pactar con el político más falso y trilero que la política española conoció en los últimos 45 años, antes era aznarista y ahora quiero ser como el Feijóo que también confunde Galicia con el resto de España…

Un débil Casado tiene, además, que navegar por aguas procelosas en sus conversaciones con el PSOE, aunque le suponemos consciente de que en este envite tiene poco que ganar y mucho que perder. De momento, el acuerdo sobre la dirección de RTVE no parece convencer, pues si bien el nuevo director puede ser un gestor imparcial y un tecnócrata objetivo y cualificado, el conglomerado de consejeros de varias adscripciones políticas puede convertir el medio en una autentica jaula de grillos. Y lo más sonrojante es haber consensuado que el mandato de la radiotelevisión de todos no haya salido finalmente a concurso, tal y como se proyectara inicialmente.

Mucho más compleja parece ser la encallada negociación del CGPJ. Lo único que podría rentar algo a los populares es que lograran que se echase por tierra lo pactado en 1.985 y que tanto el Consejo como el Tribunal Supremo fuesen elegidos por los propios jueces; pero como esa parece una meta inalcanzable que tal vez tampoco deseen, lo único con lo que Casado podría no salir malparado es con que hubiera un reparto lo más equitativo posible y que su pretensión de que ni extrema izquierda ni independentistas entren a formar parte de la cúpula judicial, llegue a buen puerto. Si fracasara, Vox podría llegar a dar el sorpasso al PP y Casado lo sabe.

A riesgo de estar equivocado, me atrevería a aseverar que las intenciones de Pablo Casado son: distanciarse de Vox, atraer a lo poco que va quedando de Ciudadanos y recoger a los desencantados de un PexSOE que aunque parece no mermar sus expectativas de voto, lo hace a base de recuperar a arrepentidos de Podemos mientras se desangra por el lado de sus votantes más moderados.

El tiempo dirá si las esperanzas de Casado son vanas o no, pero consideramos más posible que los socialdemócratas enfadados con Sánchez se queden en casa que voten a los liberales. Y, en cualquier caso, mientras las fuerzas del centro y la derecha vayan por separado, solo pueden aspirar a ganar su duelo particular que, probablemente, no les conducirá a nada practico ni a derrotar a sus adversarios frentepopulistas.