Es muy lícito defender aquello en lo que se cree. Se puede ser monárquico, republicano, del Real Betis Balompié o de lo que a cada cual le de la gana, pero disfrazarlo y mentir de modo que nos produzca réditos, sobre todo provecho político, denota la miseria moral de quien lo hace. Presentarse a unas elecciones sin manifestar la intención  de hacer algo que después aflora, es engañar a los propios votantes. Por eso resulta impúdico lo que el actual gobierno de España, comandado por un tal Sánchez Pérez-Castejón, está haciendo con nuestra Corona tras, como siempre, haber ocultado sus fobias antes de las elecciones.

Cada vez se quita más la careta y cada vez es más evidente que, por mucho que Pedro I El Mentiroso, como le bautizara el maestro Luis del Val,  trate de parapetarse tras los comunistas de Podemos y  los nacionalistas de todo signo y condición para ocultar su propio sentimiento contra la monarquía, sus continuos desplantes y ninguneos a S.M. El Rey, más el bochornoso espectáculo ofrecido por el ejecutivo con ocasión de la reciente y breve estancia del monarca emérito en España, son la prueba inequívoca de la depravación política de todo el consejo de ministros.

Entiendo que duela mucho en Moncloa que la gente haya aclamado a Don Juan Carlos mientras Pedro el trolero no puede dar un paso por la calle sin ser abucheado. Debe escocer mucho ser ministro del interior y que te abronquen en la Academia de Policía. No acaban de entender como es que la monarquía y otras instituciones que ellos denigran, sigan ofreciendo tan buena imagen y que los sondeos indiquen que muy probablemente, si se celebrara un referéndum popular, la idea de convertirnos en república resultaría fallida.

El gobierno no es ajeno a que don Juan Carlos se marchara hace dos años a Abu Dabi, incluso hay datos creíbles de que fue el inductor, al igual que también ha tenido mucho que ver con su visita a Sanxenxo.  Ni la Casa Real ni mucho menos el emérito, han querido ni podido organizar espectáculo alguno con el viaje; en todo caso habrá sido la propia prensa, y en gran parte instigada por el gobierno, la que ha montado un show, pero si alguien esperaba que el pueblo se pusiera en contra del anterior jefe del estado, cometió un gran error, otro de los muchos que esta cuadrilla de estultos comete a diario. Porque, a la vista está, a don Juan Carlos se le quiere. Y eso, a algunos, les duele y mucho.

Pero ese mismo gobierno que ha tenido mucho que ver en todo lo ocurrido, no ha perdido la oportunidad de mostrarnos su verdadera faz: pronto salió una exaltada locutora mañanera en su emisora más SERvil a contarnos que Juan Carlos I se había “organizado” un gran recibimiento en lugar de “dar explicaciones” y “pedir disculpas”, algo a lo que no fueron ajenos otros medios de comunicación. A continuación y siguiendo el guión, algunos ministros tan significativos como la portavoz Isabel Rodríguez y el de interior, Grande-Marlasca, se lanzaron a incidir sobre el mismo asunto mientras Sánchez disimulaba y callaba. Es decir que el gobierno lanza la piedra, esconde la mano y después culpa al apedreado de su lapidación; lo de siempre. El mismo gobierno que jamás explica por qué indultó a delincuentes golpistas, el mismo que nunca pidió ni pedirá disculpas por los más de 600 millones gastados en putas y percebes en Andalucía, sí ese, el que no nos cuenta nada de ninguna de sus barrabasadas declarándolas secreto oficial con toda la caradura del mundo.

El Rey emérito ya dio explicaciones a la Justicia y a Hacienda; el Rey emérito está exonerado de cualquier culpa en España, nos guste o no el cómo se ha llegado a ese punto, pero todo fue hecho de acuerdo a las leyes. Quienes le piden explicaciones nunca se sentirían satisfechos con lo que dijera, las utilizarían para criticarle con mayor acritud, para seguir atacándole a él y, de paso, al verdadero objetivo de todos que es la Corona. No, Juan Carlos no picará ese anzuelo.

¡Ah!, y lo del excelentísimo y mamarrachísimo ministro Garzón llamando al Rey "delincuente acreditado", sí que es un "más que presunto” delito de injurias a la Corona (art. 491 del Código Penal). A ver qué ocurre con eso.

Lo verdaderamente lamentable de todo es que quienes deberían ser defensores de la institución  monárquica, tal como juraron o prometieron al aceptar sus cargos, son todos los miembros del gobierno, socialistas y comunistas.