Nuñez  Feijóo es un político experimentado que algún respeto se habrá ganado tras  conseguir ganar cuatro veces las elecciones con mayoría absoluta en Galicia. Como cualquier otro, don Alberto podrá ser objeto de numerosas críticas por su modo de ejercer la política o por su labor como gobernante;  seguro es que habrá cometido errores, pero si algo hay que le caracterice es la templanza, la moderación y el respeto hacia todos, incluidos sus rivales políticos.

Feijóo sabe perfectamente lo difícil que es gobernar, pero también es consciente de que la labor de la oposición está perfectamente fijada en el sustantivo que la define. La oposición debe de ejercer como fiscal ante el gobierno, tiene la misión de controlar a quien tiene el poder para impedir que se extralimite,  y está para vigilar que el cumplimiento de la ley nunca pueda eludirse. La oposición tiene la sagrada misión de oponerse, así de simple.

El hasta hace poco presidente del gobierno gallego nunca se quejó de que sus opositores ejercieran su labor; discutió muchas veces con sus adversarios, siempre con talante dialogante, y jamás se ocurrió acusarles de ser un “estorbo” porque sabía muy bien que, por mucho que a veces le pudieran escocer sus palabras, por ácidas que estas pudieran ser, hasta por lo ruines y desafortunadas que a él le pudieran parecer, ellos, mejor o peor, cumplían con su labor, y las buenas maneras de un gobernante tienen que admitir todo excepto el insulto personal, y eso nunca ocurrió ni es frecuente que ocurra.

Ahora, como es bien sabido, Feijóo ha cambiado su papel de presidente gallego por el de jefe de la oposición al gobierno de España; y lo primero que ha hecho ha sido mostrarse favorable al pacto y al diálogo, pero se ha encontrado con un irracional jefe del ejecutivo estatal al que todos conocemos y al que cada vez son menos los que valoran bien.

Pedro Sánchez Pérez-Castejón, el fake-doctor Sánchez, lleva cuatro años gobernando a base de hacer de la mentira virtud, tapando un escándalo con otro, degradando, o tratando de hacerlo, todas las instituciones del estado, desde la Corona a los órganos judiciales como la Fiscalía General del Estado o el CGPJ, desde el CNI hasta la Guardia Civil, llevando a España hacia la ruina económica y al mayor desprestigio internacional desde que llegara la democracia.

Ya no es Pedro, ahora es el Antonio que persigue durante 30 segundos y mendiga unas palabras de Biden por un pasillo, el mismo Antonio que vendió a los saharauis no se sabe muy bien por qué aunque nos lo temamos, el entusiasta pasajero del Falcon que declara secreto de estado todas sus andanzas, el que ha desvirtuado el Portal de Transparencia , el que desprecia los informes del Consejo de Estado, de la AIREF y del Banco de España, aquel al que el Tribunal Constitucional ya he tenido que revocar tres Reales Decretos dictados durante la pandemia del Covid (decisiones judiciales que se han tenido que soportar la crítica del gobierno a los jueces). El mismo gobernante que indultó a unos golpistas alegando que no podía mantenerles en la cárcel porque, según sus palabras, eso era -una sentencia judicial dictada conforme a la ley- un acto de venganza.

El mismo señor, Pedro o Antonio que tanto monta, que ha elevado al brazo político de ETA a la categoría de socio del gobierno, el Narciso que no sale a la calle por temor a ser abucheado pero celebra el cuarto aniversario rodeándose de sus congresistas para que todos le aclamen so pena de no salir en la foto, que lleva 48 meses tratando de no comparecer en el Congreso y que cuando lo ha hecho ha sido solo para bajarse los pantalones ante la extrema izquierda comunista y los enemigos de España, aunque ante la verdadera oposición  nunca le hemos oído otro argumento más que el de insultarles, llamarles extremistas y acusarles de falta de lealtad, no solo deslealtad con el gobierno sino hasta con el estado. Y es que, según Pedro Antonio I, la no adhesión a sus postulados puede ser motivo de condena. Sí, porque el estado es él, lo mismo que dijera el Rey Sol francés, Luis XIV, y lo mismo que pensaban antes Fidel Castro o Pinochet y ahora Maduro y Ortega entre otros.

El caso es que Sánchez repite una y otra vez que con Feijóo nada ha cambiado porque siguen siendo una oposición que solo busca la confrontación y hasta ha llegado a decir que no hacen más que “molestar, molestar y molestar”. Argumentos de algún peso no da ninguno, pero faltar al respeto lo hace siempre. Y eso es de primer curso de la carrera de dictador aunque ahí si que Antonio Pedro es un alumno muy aventajado.

A día de la fecha queda muy poco para que se celebren las elecciones en Andalucía. Lo mejor que puede ocurrirnos a todos es que lo que queda del PSOE coseche su cuarto fracaso consecutivo en unos comicios autonómicos. Espero, además, que el fracaso sea lo más estrepitoso  posible e indique de una vez por todas el camino hacia la debacle que pueden suponerle las próximas generales. Porque a Sánchez no solo le importa un bledo España, es que tampoco le importaría dejar a su partido relegado a la irrelevancia. Él y sus camaradas no se merecen otra cosa, pero España necesita contar con un partido de izquierda moderada, fuerte, serio y responsable y eso es algo que ahora no es ni tiene visos de llegar a ser.