Los problemas que en España causa el nacionalismo excluyente no son algo que nos afecte únicamente a nosotros, sino que inquietan también a distintos estados europeos.
Ahora son los nuestros los que parecen estar más fuera de sí, pero este tipo de dilemas, fuente de los conflictos que asolaron Europa durante siglos y estos patrioterismos pueblerinos, siguen presentes en muchos de los países de nuestro entorno. Uno de los objetivos primordiales en los que se basa la Unión Europea es precisamente que no vuelvan a producirse tan dramáticos enfrentamientos como los que desangraron al continente durante siglos y, por eso, uno de sus fundamentos básicos es la inalterabilidad e inviolabilidad de las fronteras, principio también recogido en el Acta Final de Helsinki.
Podrán existir populismos totalitarios en Europa, podrá haber jueces ideologizados en Bélgica, podrán existir otros similares en una región no exenta de simpatizantes del derecho de autodeterminación como es Schleswig-Holstein en Alemania dispuestos a hacer el ridículo, pero si los estados que conforman la Unión aceptasen la autodeterminación de cualquiera de sus regiones, no solo estarían contraviniendo el derecho internacional, sino que además habrían firmado el acta de defunción de la UE.
Por eso no pueden prosperar tamañas falacias y lo saben perfectamente todos los grotescos políticos, aldeanos que defienden semejante necedad, los que han hecho de ello un modo de vida del que obtienen pingües beneficios pero que acarrea la ruina de sus coterráneos, a muchos de los cuales han logrado hurtar el juicio y lo saben también otros que, aprovechando las aguas turbulentas, intentan esparcir pirañas para ver si con suerte pescan langostas, algo nada factible en tan sucias aguas.
Los farsantes secesionistas suelen recurrir torpemente a extraños ejemplos y similitudes acontecidos en otros países para tratar de justificar sus argumentos. Alegorías que poco o nada tiene que ver con su caso pero que a ellos les acreditan ante su parroquia. Véanse, entre otras, las casuísticas de Escocia, de Quebec o incluso la de las islas San Cristóbal y Nieves en el Caribe, todas cuestiones muy particulares y de ningún modo equiparables, aunque ellos finjan ignorar la legislación internacional y obvien los casi doscientos países restantes cuyas constituciones en modo alguno pueden reconocer ni reconocen el derecho de autodeterminación, derecho que solo existiría exclusivamente en aquellos casos contemplados en la Carta de Naciones Unidas (Colonias, territorios invadidos o en ausencia de derechos humanos) y que nada tienen que ver con lo que aquí tratamos.
Un caso que también gusta mencionar a estos autárquicos irredentos, es el de Eslovenia -por supuesto tampoco equiparable- por el mero hecho de que el conflicto armado allí fue muy breve en el tiempo -pero con varias docenas de muertos-, como si tal cosa fuera asumible, pero evitan mencionar el resto de terribles confrontaciones sangrientas vividas en los Balcanes en los años noventa del pasado siglo. Guerras no tan inesperadas, insospechadas o sorpresivas como a nosotros y menos a la Comunidad Internacional, debieran haber parecido si se hubieran analizado a tiempo las particulares circunstancias de ese área geográfica.
Por el contrario, tampoco faltan quienes pronostican, quizás a modo de amenaza, la posible “balcanización de España” al encontrar similitudes entre lo ocurrido en lo que fue la extinta Yugoslavia y lo que está aconteciendo en nuestro país. Pero, sin descartar nada, porque hacer predicciones en este planeta y en estos tiempos siempre es arriesgado, creemos que nuestra coyuntura histórica y nuestra circunstancia social aún está muy alejada de lo que los yugoslavos hubieron de sufrir y un fenómeno similar no debería siquiera ser siquiera valorado en estos momentos.
Puede considerarse que España forma una entidad o estructura común, como mínimo, desde que inició su andadura la Monarquía Hispánica (también llamada Monarquía Católica) en el año 1.479. Más de 600 años de unidad y por lo general de concordia no exenta de desencuentros, algunos graves ciertamente, nos contemplan.
El Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, que dio en llamarse Yugoslavia (tierra de los eslavos el sur) inició voluntariamente su andadura mucho más tarde, en 1.918 y sus disensiones comenzaron de inmediato, lo que llevó al Rey Alejandro a convertirla en una monarquía dictatorial en 1.929 para luego desaparecer como estado en 1.941, al ser invadidos por fuerzas del Eje durante la Segunda Guerra Mundial (tras solo 23 años de unión). Finalizada la guerra, en 1.946, Josip Broz, Tito, impuso su dictadura comunista, la de los partisanos, que lograron imponerse a los Ustachi -fascistas croatas- y a los chetniks -guerrilleros monárquicos conservadores serbios- constituyendo la Republica Federativa Socialista de Yugoslavia que no consiguió sacarles de la pobreza y el atraso sino todo lo contrario y en la que no faltaron graves desavenencias, aunque en este caso sofocadas por la bota firme del mariscal Tito. Fallecido el dictador en 1.980, poco tardarían en reanudarse las enfrentamientos y, ya en 1.991, comenzaron los conflictos armados. Otros 45 años unidos, pero en paz tensa, que completan un total de tan solo 68, casi todos bajo regímenes totalitarios y en contínua discordia.
Pero las desavenencias entre unos y otros provenían de siglos anteriores. Casi todos eran racialmente iguales -eslavos- lo que puede ser indicativo de que la identidad étnica, que motivó el intento de unificación, no necesariamente es lo único que puede conformar a las naciones. La excepción etnográfica son los descendientes de los ilirios -predominantes en Albania- quienes en su mayoría adoptaron la religión musulmana en tiempos de la ocupación otomana y muchos de los cuales constituyen una entidad muy numerosa en Bosnia-Herzegovina y componen la mayor parte de los kosovares -o albanokosovares- tras la práctica expulsión de la minoría serbia de ese territorio.
Tras el derrumbe del imperio romano en el año 395, la línea divisoria de los imperios de oriente y occidente que de algún modo dividió este territorio entre ambos, dejó a algunos de los actuales países en un área con predominio de la religión católica y a otros en el imperio bizantino donde se desarrolló el cristianismo ortodoxo. Cada una de las que fueron luego republicas yugoslavas tuvo su propio y diferente desarrollo histórico en el que la religión tuvo un papel preponderante y fue motivo de profundas diferencias entre ellos, de modo especial en áreas como Bosnia Herzegovina donde siempre hubo, y siguen habiendo, habitantes de las tres confesiones, o como en la región de Krajina en que existió una mayoría serbia dentro de Croacia, o en Kósovo, lugar donde habiendo una mayoría de creyentes musulmanes, sigue siendo considerado por los serbios como la cuna de su iglesia ortodoxa.
La ocupación del Eje durante la segunda guerra mundial junto con las enormes diferencias a que condujeron la existencia de Ustachis, Chetniks y Partisanos, condujeron a una especie de guerra civil larvada con el resultado de muchos muertos y las consiguientes e infinitas ansias de venganza por parte de todos. Únase a todo ello la ausencia histórica de matrimonios mixtos -lo que en sí mismo es muy significativo- y el anhelo secular de los serbios por constituir la “Gran Serbia”, deseo que se siguió plasmando durante el periodo de existencia de Yugoslavia, una Serbia que siempre trató de ser la republica dominante -el mismo ansia que ocasionó el asesinato del heredero del trono austrohúngaro provocando el inicio de la primera mundial, y un afán que curiosamente también alimentó un Tito que había nacido en Croacia-. Con estos antecedentes a nadie debió sorprender el sangriento conflicto de los Balcanes una vez desaparecida la funesta dictadura comunista de Josip Broz, Tito y la aparición postrera de siniestros personajes como Slobodan Milosevic, Ratko Mladic o Radovan Karadzic entre otros.
Tan grave fue el conflicto y tan poco segura está la comunidad internacional de que los problemas se hayan solucionado de modo permanente, que aún en este momento, casi 20 años tras el final de los últimos combates ocurridos en Kosovo, en Bosnia permanece una misión militar perteneciente a la UE (EUFOR Althea) para verificar el cumplimiento de los acuerdos de Dayton y en Kosovo siguen presentes las fuerzas de la OTAN (KFOR) como "peacekeeping forces" o "fuerzas de mantenimiento de la paz".
Hemos tratado de condensar en un corto espacio una historia, un enredo monumental, que ha dado lugar a gran cantidad de literatura pero que, aun muy resumida, consideramos puede dar una visión de conjunto que puede demostrar que muy poco tienen que ver la estupidez del catalanismo y otros nacionalismos excluyentes con lo que en los Balcanes ocurrió, aunque a veces parezca que haya inconscientes a los que su vaciedad espiritual les permita intentar conducirnos a todos al desastre.