Gonzalo Fernández de Córdoba, conocido como el Gran Capitán, noble, político y militar castellano, era pariente lejano de Fernando el Católico y fue el fundador de los “Tercios”, el mejor ejército europeo de su época. Paseó el orgullo de España por gran parte del continente aunque no siempre tuvo una buena relación con la corona. A pesar de que fuésemos entonces la primera potencia mundial, los Tercios se movieron casi siempre dentro de la precariedad económica que llegó incluso a provocar numerosos motines por las muchas demoras en el abono de las soldadas. Aunque parece que solo es leyenda, se cuenta que cuando Carlos I le instó a rendir cuentas, don Gonzalo se burló y respondió con las que se conocen desde entonces como “Las cuentas del Gran Capitán”

Por picos, palas y azadones (…) por limosnas para que frailes y monjas rezasen por los españoles (…) por guantes perfumados para que los soldados no oliesen el hedor de la batalla, (…) por descender a estas pequeñeces del rey a quien he regalado un reino.

Total, la nada desdeñable cifra de 720 millones de ducados, mayor que la cantidad recibida de antemano.
La expresión es usada a menudo cuando alguien pretende justificar con añagazas cualquier tipo de resultado negativo o engañoso y no solo por motivos económicos. Suelen ser también las cuentas que los partidos políticos hacen al explicar sus resultados electorales, sobre todo si ganan las elecciones, de los que siempre deducen que cuentan con la confianza del pueblo. En las generales que se celebraron en España en 2.011 el PP obtuvo la mayoría absoluta con el 44,63% de los votos emitidos debido a que el sistema lo permite, aunque la lógica parece sugerir que para eso hubiera de superarse el 50%. Aunque la participación en aquellos comicios fue bastante alta -del 68,94%- con esas cifras resulta que solo el 30,76% de todos los españoles con derecho a voto depositaron una papeleta a favor de los populares, porque el resto o votaron otras opciones o se abstuvieron. Dada la amplia gama de formaciones que pueden elegirse, la cifra es más que respetable -la segunda fuerza, PSOE, no llegó al 20%- pero, desde luego, está lejos de significar que la mayor parte de la ciudadanía confiara en ellos.
Nos llama también la atención lo que acontece dentro de una formación que presume de dar siempre la voz a sus bases, Podemos, el partido monolítico que ha investido a un todopoderoso paladín que hace y deshace a su antojo, al tiempo que deja que sus inscritos voten mucho, eso sí, siempre para terminar aclamando al amado líder.
El porcentaje de votos emitidos por tales simpatizantes cada vez que son requeridos, deja mucho que desear, lo que solo puede significar que, en realidad, un podemita es aquel o aquella que no cree demasiado en el sistema democrático, o que todos saben cual va a ser el resultado y por lo tanto no se molestan en votar, o ambas cosas a la vez.
El porcentaje de participación siempre se ha movido dentro de la decena del treinta (33,95% en el muy importante para ellos congreso de Vistalegre) de tal modo que tras el ultimo y extravagante episodio del plebiscito del conocido como casoplón o nidito de Galapagar, arteramente confeccionado a mayor gloria y ensalzamiento de los caudillos Pablo e Irene, nos han exhibido y vendido a bombo y platillo que un 38,75% de participación es un éxito comparable a la mayor de las hazañas. Nos habéis devuelto las fuerzas y la confianza que algunos querían quitarnos esta semana, ha dicho el inefable Echenique y es que ellos se vitorean solos y besan sus propias manos con arrobo.
Conviene no olvidar que el plebiscito no se atenía a los mínimos estándares y garantías exigibles para poderlo considerar homologable, algo patente que ellos mismos hubieron de reconocer y, para colmo, el encargado de hacer el recuento era el propio Echenique, lo que tampoco requiere mayores exégesis.
La “histórica” participación fue, según ellos porque nadie más tuvo acceso al cómputo, del antedicho 38,57% y el porcentaje de síes para que Pablo e Irene mantuviesen sus privilegiados cargos, fue de un 68,42%. A punto de morir de éxito han quedado, pero la verdad es que, según su propia encuesta, tres de cada diez de sus supuestos incondicionales no les quieren, lo que sin duda es un mal resultado. Pero si hacemos las mismas cuentas anteriores llegamos a la conclusión de que solo el 26,3% de los inscritos, es decir uno de cada cuatro, les han avalado con su voto. Y en este caso, al contrario de lo que antes argumentábamos, no tenían que confrontar sus posturas con otros, solo se trataba de decir si o no. Por lo tanto, digan lo que digan, estamos ante un rotundo fracaso y eso, además de que, por ende, sospechemos que el resultado haya sido hermoseado.

Al menos, en esta ocasión los picos, las palas y los azadones le podrán servir al jardinero para trabajar mejor en la parcela del casopón de los señores.