Cuatro características corresponden al juez: Escuchar cortésmente, responder sabiamente, ponderar prudentemente y decidir imparcialmente.
(Sócrates)

La honorabilidad de los jueces en España está fuera de toda duda y sus sentencias son dictadas de acuerdo con la interpretación que, con mayor o menor acierto pues son humanos, hacen de las leyes. Es seguro que lo hacen en conciencia y, desde luego desde un profundo conocimiento de las leyes del que carecemos todos los que, a veces de modo insensato, les criticamos aunque lo hagamos con todo el derecho.
Lo que también puede ocurrir y ocurre, es que esa interpretación puede ser muy diferente según quien sea el juez que tenga que dictaminar y la prueba la hemos podido observar claramente en dos casos recientes marcados por votos particulares de uno de los magistrados. El primero, el mediático y tristemente célebre caso de la manada y muy recientemente por la sentencia condenatoria del primer caso juzgado de la Gürtel, en cuanto a la responsabilidad o no, que concierne al propio Partido Popular como tal persona jurídica.
Sin embargo, la justicia en España no parece gozar de buena salud; el problema empieza por que a los jueces se les evidencien sus posturas ideológicas. No que las tengan como ocurre como cualquier otra persona, sino estas que sean de dominio público, algo de lo que se deberían cuidar. El segundo problema radica en el hecho de que los miembros del Consejo General del Poder Judicial, los del Tribunal Constitucional y los del Tribunal Supremo, es decir, los miembros del supuestamente independiente poder judicial, sean nombrados por los poderes ejecutivo y legislativo en proporción directa a su representación parlamentaria, con las consiguientes consecuencias negativas en cuanto a su credibilidad como tal poder independiente. Pero eso es algo de lo que, curiosamente, todos los partidos se quejan aunque, cuando tienen la posibilidad, no mueven un solo dedo para tratar de cambiar; por algo será.
A partir de ahí y a pesar de todo, hay que suponer que los jueces actúen con plena responsabilidad y ecuanimidad, pero en muchas circunstancias su ideología se manifiesta en las sentencias y lo peor es que a veces resulta palpable.
Añadamos que cuando a un juez le corresponde, aunque sea por turno, instruir o juzgar un caso determinado en el que está implicado un adversario político de otro u otros partidos, se genera siempre una lucha encarnizada para poner o quitar al juez del gusto de cada cual, en consonancia con esas tendencias de sus señorías que nunca deberían haber sido conocidas.
La sustitución de la juez Mercedes Alaya en el caso andaluz -según ella de modo interesado tanto por el PSOE como por el PP-, la recusación de Juan Pablo González, Enrique López o Concepción Espejel y la participación de José Ricardo de Prada y Julio de Diego en los casos contra el PP, más la inverosimilitud de considerar casi un traidor al último por haber tomado una decisión contraria a lo que se suponía casaba con su posicionamiento político, parecen casos que avalan estos razonamientos.
Ya decía Albert Camus que “debería ser capaz de amar a mi país y aun así amar su justicia”.
He hecho gala en reiteradas ocasiones de aceptar y respetar cualquier decisión judicial y lo seguiré haciendo pero, también, de que tales decisiones pueden ser criticables; y me gustaría que alguien explicara cómo el PP puede ser considerado urdidor de una trama de corrupción y solo condenado como responsable a titulo lucrativo y porqué en una sentencia se duda de la credibilidad de un testigo sin encausarle por falso testimonio, lo que parece indicar que solo son conjeturas indemostrables que, incluso a un profano, le parece razonable que no se planteen en un veredicto judicial.
En cualquier caso la reciente sentencia contra la trama Gürtel -y lo que siga- tendrá efectos devastadores para los populares y confirma lo que todos sabíamos en cuanto a que, al menos durante una época, el PP fue una fosa séptica y les va a pasar, les está pasando, una factura terrorífica. Es cierto que ningún miembro del actual gobierno tiene causa alguna pendiente con la justicia pero, a pesar de todo, hubiera sido razonable que Rajoy hubiera hecho algo de autocrítica y pedido perdón en nombre del partido.
La moción de censura del señor Sánchez no hace más que confirmar lo que también sabíamos sobre su irresponsabilidad política que él se empeña en mostrar constantemente y que, con bastante probabilidad, acabará por dañar también, más si cabe, a su partido. Una moción con muy pocas probabilidades de éxito salvo que el presidente del PSOE esté dispuesto a inmolar a su partido.
También se ha sostenido desde estas paginas que si el PP quiere evitar alcanzar un nivel próximo a la irrelevancia política, debería proceder a una renovación profunda de sus rostros visibles, reconsiderar sus planteamientos ideológicos de modo que tenga posibilidad de volver a ilusionar a sus votantes y, en definitiva proceder a algo parecido a una refundación en profundidad y con seriedad. Estamos convencidos de que hay muchos votantes a los que les encantaría que el partido en el que confiaron antaño les volviese a ilusionar hogaño, para volver sobre sus pasos y abandonar otras azarosas aventuras.

Ojo con las sorpresas -no sería la primera vez- que pueda proporcionar un tal Mariano Rajoy, pese a quien pese el único verdadero animal político y parlamentario de fuste entre los líderes de hoy, un Rajoy a quien de momento solo parece que pueda suceder Brey. Veremos.