Pedro Sánchez parece que va a ser el próximo presidente del gobierno y actúa con el desparpajo del quien hubiera ganado las elecciones por mayoría absoluta. Parece -solo lo parece- no haberse dado cuenta de que va a ser el presidente que, exceptuando su propia etapa tras la moción de censura, va a gobernar con menos escaños desde que empezamos la única etapa de democracia real que se ha vivido en nuestro país en toda su Historia. Ya veremos si logra agotar -dignamente- la legislatura aunque sabemos que estará dispuesto a cualquier cosa para lograrlo.

Pedro Sánchez sabe que solo puede gobernar desde una minoría peligrosa y escandalosa y que si quiere seguir en La Moncloa no le quedará más remedio que aceptar el apoyo de los únicos que, a cambio de dejaciones indecorosas, le pueden entronizar. La última gracieta de quien más que previsiblemente va a ser investido como Presidente del gobierno de España, ha sido la de hacer una velada amenaza a los partidos de la oposición de derechas, diciéndoles que si no quieren que pacte con populistas antisistema de izquierda y nacionalistas golpistas, lo que tienen que hacer es abstenerse para facilitar su investidura; y a eso le ha llamado tener  “altura de miras”. Es tanto como decir: “Yo voy a gobernar, o lo hago con vuestra complicidad o me entrego a lo más miserable de la farándula política, así que vosotros veréis”.

Un atracador lo explicaría de una forma más destemplada pero igual de clara: “O me das la cartera o te rajo”.

Como corolario de su oferta a los soberanistas, el sanchismo ha intentado colocar al presidente del PSC, Miquel Iceta, como Presidente del Senado y como la jugada no le ha funcionado, propone ahora a Meritxell Batet para el Congreso y a Manuel Cruz para el Senado, dos catalanes federalistas  miembros del mismo partido que el anterior, como nuevo gesto y no solo con Cataluña sino con los independentistas catalanes, lo que no es más que la enésima muestra de que quiere gobernar, y lo hará, con el beneplácito explícito o implícito de esos extremistas.

¿A qué viene entonces pedir que le avalen sus naturales opositores? Lo que no puede Sánchez pretender es que otros le respalden en la investidura para luego él seguir haciendo lo que le dé la gana. ¿Cómo pretende sacar adelante sus propuestas?, ¿con la sumisión para siempre de la derecha o con los pactos y abdicaciones que nos tememos?

Y es que lo único que podría ser razonable para lo que plantea -con la boca pequeña- es formar aquella “Gran Coalición” a la alemana que propusiera en su día Mariano Rajoy, a la que Sánchez se negó en redondo, y que a estas alturas es completamente inviable porque el primero que no la desea ni por lo más remoto es Sánchez, que se encuentra mucho más a gusto trapicheando con Iglesias  y nacionalistas varios de distinto pelaje.

Las maniobras de Sánchez son tan burdas y evidentes que si la situación no fuera tan dramática como nos parece, hasta nos produciría risa. En Ucrania acaban de demostrar tener un gran sentido práctico de la política del que quizá los españoles deberíamos aprender. Los ucranianos acaban de elegir como Presidente a un polifacético personaje, Volodímir Zelenski, cuya principal dedicación hasta ahora ha sido  la de humorista.

Y es que si de lo que se trata es de hacernos reír, al menos que lo haga un profesional.