Quizás un Barcelona Real Madrid sea el partido por excelencia, el clásico de los clásicos, el enfrentamiento entre dos rivales tan fuertes como solo ellos pueden ser, pues no en vano ambos forman las escuadras que con mayor altura futbolística dentro de un mismo país se pueden enfrentar, compitiendo codo con codo por ser la más galardonada y obtener el mayor número de trofeos nacionales e internacionales. Tal vez los conjuntos con mayor nivel en la historia del futbol  mundial y, por eso, el encuentro que se va a celebrar el próximo 18 de diciembre en el estadio del Nou Camp y en la capital catalana, va a ser retransmitido para una potencial audiencia de 600 millones de telespectadores.

El nacionalismo catalán nació hace mucho tiempo, pero desde que en 2.012 un tal Artur (nacido Arturo) Mas, se tirase al monte dejando atrás su españolismo anterior para convertirse por sus propias y espurias razones personales en un furibundo separatista, el nacionalismo moderno que había dejado de pisar líneas rojas durante todo el periodo que transcurriera desde la Transición democrática hasta entonces, el soberanismo más recalcitrante, la más ridícula intención de lograr una autodeterminación imposible, no han dejado de hacer constante daño a Cataluña, a los catalanes, a todos los españoles y, aunque muchos europeos pretendan ignorarlo, a la propia Europa que,  tras la creación de la CEE por el Tratado de Roma en 1957 y su posterior transformación en la UE por el Tratado de Maastricht de 1.993, emprendió un nuevo camino con la pretensión de hacer inalterables sus fronteras y evitar los históricos derramamientos de sangre que a todos asolaron en el pasado.

A tan grotesco fanatismo, a las bufonadas del independentismo pretendidos golpes de estado incluidos, nunca el estado español, representado por sus gobiernos, a los que añadiríamos gran parte de los partidos políticos de implantación nacional y otros de carácter regionalista, nunca, repito, ese estado lastrado por su debilidad, ha sido capaz de responder adecuadamente a tan fascistoide desafío.

A la cabeza de la sedición, de modo explicito o encubierto pero siempre diáfano,  se ha puesto el gobierno de la Generalidad Catalana con sus CDR, su Tsunami Democrático y todas las mamarrachadas imaginables incluidas. Pero también se adhirió a tan extravagante postura su club de futbol más señero, el FC Barcelona, que se unió al Pacto Nacional por el Referéndum en 2.017 y que no ha cesado de mostrar sus concordancias con el proceso (procés o prusés) independentista, traicionando así a millones de simpatizantes, no solo a sus muchos seguidores españoles, sino también a los foráneos  que a buen seguro tan solo les admiran por su carácter, por sus habilidades y espíritu deportivos e incluso traicionando también a sus jugadores a los que parecen tratar de convertir en marionetas de su pueblerino sectarismo político. El independentismo catalán ha tratado siempre con denuedo de hacer apología de sus pretensiones a nivel internacional y, como no, el equipo azulgrana, bajo su actual directiva, ha colaborado todo lo posible en esta faceta postulándose como uno de sus voceros. Todo sea por la causa.

El partido de fútbol que, como anticipábamos, se tendrá que celebrar el próximo 18 de diciembre y podrán presenciar tantísimos futbol-adictos del mundo, es una ocasión inmejorable para hacerse notar, para decir que España es un estado opresor, sobre todo si se cuenta con la cómplice estulticia -esperemos que no sea otra cosa- del gobierno de turno.

La cosa es muy sencilla, primero se encargan los tsunamis democráticos y CDR varios, de amenazar con tratar de impedir la celebración del encuentro con violencia rodeando el estadio en puntos estratégicos. El Ministro del Interior se come el señuelo, entra al trapo, pide diálogo, moviliza a las Fuerzas de Seguridad y asegura que el partido se va a celebrar porque menudos son ellos y porque para garantizar el orden no hay quien les gane (¡...!). Algo parecido hace la Consejería de Interior de la Generalidad pues no faltaría más: sí, el partido se jugará, que a nadie le quepa duda, caramba.

A continuación  entra en juego la directiva pacifista del club, encabezada por su ínclito y conciliador presidente, señor Bartomeu, se entrevista con los presuntos alborotadores y llegan al sosegado acuerdo de que no llevarán a cabo actos violentos a cambio de que les dejen manifestarse a gusto dentro del campo, señeras esteladas y todo tipo de pancartas incluidas, excepto aquellas que contengan insultos personales –concepto muy heterogéneo-, que para eso el Nou Camp es un espacio de libre expresión. Libre para los unos, claro, porque lo que sería para los otros no me atrevo ni a imaginarlo.

¡Tachán! Todos contentos; el gobierno en funciones de la nación, su Presidente y su Ministro del Interior, sacan  pecho orgullosos por la hazaña y mientras, el feliz independentismo podrá utilizar la ventana que afanosamente buscaba para publicitarse a lo ancho y largo del planeta. No sé si se producirán algunas manifestaciones violentas en la calle pero en cualquier caso no serán demasiadas. El espectáculo estará dentro y no solo en el terreno de juego como sería lo deseable. Y si todo contribuyese a crear una atmósfera de presión que condicione al contrario, mejor.

La filosofía futbolística del conocido entrenador Cholo Simeone, basada en el “partido a partido” parece haber marcado a bastantes e influido a muchos otros y no solo a los futboleros. Astracanada tras astracanada, esas son la teoría y práctica del soberanismo, disparate sobre disparate hasta la que consideran sería su victoria final.

La UEFA ya ha sancionado al FC Barcelona en al menos tres ocasiones por este tipo de manifestaciones en partidos de la Champions League que son sobre los que ese organismo tiene capacidad sancionadora, castigos que al club blaugrana le traen al pairo e incluso consideran rentables, porque hacen lo que quieren y ¿qué son 150.000 Euros para un ente supermillonario? Pero aquí ni siquiera ocurre algo semejante, la Federación se ha puesto de perfil desde un principio, ha dicho que nada de lo planteado es un asunto de su incumbencia y mucho dudamos, la verdad es que no albergamos duda alguna, de que en ningún caso se llegaría a aplicar el artículo 69 apartados a y d, u otros similares del Código Disciplinario de la Real Federación Española de Fútbol que prohíben y sancionan específicamente tales actividades.

Eso es lo que vemos y solo una pequeña muestra de lo mucho que nos queda por ver.