La Batalla de Guadalajara fue uno de los más sangrientos enfrentamientos de nuestra guerra civil y una de las pocas en las que las tropas del bando republicano, con la ayuda de las Brigadas Internacionales , lograron salir victoriosas aunque el éxito se produjera a raíz de una contraofensiva como respuesta a un ataque conjunto del italiano Corpo Truppe Volontarie y la española División de Soria comandada por el general Moscardó.

La de Guadalajara es una de las batallas parciales que, en conjunto, formaron la Batalla de Madrid. La capital resistió heroicamente los casi tres años que duró tan desgraciada contienda civil pero, de no haber sido así, la guerra probablemente hubiera sido mucho más breve. En cualquier caso fue uno de los muchos, demasiados ejemplos, de las atrocidades que en ambos bandos se cometieron, la mayor parte de ellas en las retaguardias o en lugares y situaciones ajenas al propio campo de batalla.

Pero todo esto forma parte de la Historia, una crónica que no conviene olvidar y sacar las consecuencias y enseñanzas oportunas para que algo así jamás vuelva a ocurrir, y mucho menos ser utilizada como espoleta del revanchismo por parte de nadie.

He encontrado, casi por casualidad,  un artículo de GuadalajaraDiario.es fechado el 30/11/19, en el que se narra como, en el Ayuntamiento de la actual ciudad de Guadalajara, fue rechazada una propuesta del grupo municipal Podemos-IU  con la que se quería reconocer, con una placa, a las personas que estuvieron en el campo de concentración de las tropas franquistas en esa localidad “para que se tenga conciencia y no olvidar que estos campos estuvieron también presentes en Guadalajara y para que estos hechos de intolerancia no vuelvan a repetirse (…) Se pretende tener espacios de memoria democrática y antifascista, que son importantes siempre, pero en este momento mucho más”.

La moción fue rechazada con los votos del PP, Vox y Ciudadanos, a pesar de formar este último, junto con el PSOE, la coalición que allí gobierna, aduciendo que no apoyarían ninguna moción cuyo objetivo sea dividir. Y todo fue a raíz de la intervención de un concejal de Vox que recordó como el 6 de diciembre de 1936, su abuelo, un señor que nunca se significó  en nada y que no era un reconocido derechista pero iba a misa, fue ejecutado junto a otros 281 guadalajareños en la cárcel de la calle Virgen del Amparo; enterrado en una fosa común, años después sería inhumado en una sepultura común del cementerio. Relató el mismo edil que años más tarde, su madre le diría que no sentía odio hacia nadie y que lo que más deseaba es que sus asesinos hubieran vivido muchos años para poder cuidar a sus hijos y tener suficiente tiempo para arrepentirse de sus actos.

Estos hechos han sido constatados por el historiador Juan Carlos Berlinches  que efectuó su tesis doctoral sobre la violencia política en la provincia de Guadalajara. Según él, la matanza fue cometida por miembros de la primera Compañía del Batallón Rosemberg, compuesto en su mayoría por milicianos voluntarios y, al parecer, ninguna autoridad republicana se consideró responsable de lo sucedido, atribuyendo los hechos a elementos incontrolados que actuaban por su cuenta. Siempre se repite la misma canción, la misma letra según la cual ningún responsable político supo jamás nada de las sacas, los paseos o los asesinatos cometidos en las checas, nada sobre lo de Paracuellos de Jarama… Nada de nada.

Cuestión de memoria. De una memoria que nunca debiera ser unidireccional.

Nota: En la ciudad de Zaragoza existe un lugar en las inmediaciones de unos restos de las antiguas murallas de la ciudad, que recibe el nombre de Campo Sepulcro y en el que hasta no hace mucho había una estación de ferrocarril conocida como estación de Portillo o de Campo Sepulcro. Existe más de una versión sobre el origen del apelativo, pero la más fiable parece ser la que indica que allí sufrieron muchas bajas las tropas francesas durante el primer asedio a la ciudad, cadáveres que al fallecer en el mes de agosto podían descomponerse con gran rapidez, por lo que eran rápidamente sepultados por los propios atacantes que en aquella época no dispondrían de los medios de evacuación suficientes.  Nadie intentó nunca abrir ni rebuscar en aquellas fosas, quizá porque los franceses no tuvieran constancia fehaciente de tales hechos, pero también tendrá que ver con que hayan transcurrido más de dos siglos desde Los Sitios de Zaragoza. Al final, antes o después, el tiempo todo lo cura.