No, no empezó Cataluña a tener un problema de nacionalismo en el año 1.640  con las revueltas de “els  segadors”; tanto es así que ni los más acérrimos separatistas mencionan el hecho porque se avergüenzan de lo ocurrido, de aquello que les llevó a cambiar de depender de la soberanía española a someterse al dominio francés, al sometimiento a la tiranía de Luis XIII, a la pérdida de la Cerdaña y el Rosellón y la final vuelta a España “avec la queue entre les jambes”, como diría un galo, o en román paladino “con el rabo entre las piernas”.

A lo largo de la Historia casi todas nuestras regiones han tenido conflictos con La Corona de España, véase el asunto de los Comuneros de Castilla con Padilla, Bravo y Maldonado; o el de las Germanías en Valencia; el enfrentamiento entre tropas aragonesas y castellanas a causa de los fueros de Aragón con Antonio Pérez y Juan de Lanuza, el Justicia de Aragón que terminó  ajusticiado; el fusilamiento de Blas Infante, el ideólogo andaluz a principios de la guerra civil. Todos estos entre otros en otras regiones, incluida Cataluña, que omitimos por no hacer el relato muy largo.

La Historia ha  dado muchas vueltas y en todas las regiones, territorios o Comunidades, esa Historia está llena de acontecimientos, mejores o peores, trágicos a veces; pero ese no es más que el epítome de sucesos que han terminado por unirnos y forma parte de las raíces que nos llevaron a formar una nación fuertemente hermanada, el estado más antiguo de Europa. Claro que con las particularidades y características enriquecedoras propias de cada lugar, pero con todo ello nuestros antepasados fueron capaces de crear una nación fuerte que llegó a ser la primera potencia mundial en una época ya muy anterior, una nación que en las últimas generaciones parecemos empeñados en destruir.

Tampoco los sucesos de 1.714 durante la guerra de sucesión a la corona española, con una guerra que en absoluto tuvo nada que ver con la secesión de ninguna región, y bien lo saben los hoy dirigentes independentistas, una guerra civil que ocasionó además un conflicto europeo entre austracistas -con aragoneses y catalanes partidarios del aspirante Carlos (III)- y borbónicos, defensores de la causa de quien finalmente reinaría en España, Felipe V. Un conflicto que acabaría acarreando la pérdida de Menorca y Gibraltar más Sicilia, Países Bajos, Nápoles, Milán y Cerdeña, por el Tratado de Utrecht.  Como para que independentistas catalanistas necios se arroguen el derecho a reclamar memeces y disparates varios.

Si bien es cierto que en lugares tales como las provincias Vascongadas, en Cataluña o en Navarra siempre ha habido reclamaciones de tipo foral o régimen económico especial, no sería realmente hasta que se produjera el desastre de 1.898, con la pérdida de las últimas posesiones de ultramar y la guerra contra Estados Unidos, cuando empezara a surgir, como corolario, el sentimiento nacionalista con tintes parecidos al actual, si bien es cierto que movimientos similares había en el resto de Europa por aquellos tiempos; además también será justo reconocer que ya algo antes, en 1.892, la “Lliga Regionalista” (compendio de otros movimientos), de tendencia conservadora y como su nombre indica solo de carácter regional, aprobó las ”Bases de Manresa” consideradas como el nacimiento del nacionalismo político catalanista.

Existía también en las provincias vascongadas un cierto resentimiento consecuencia de los problemas sobrevenidos tras las guerras carlistas, estado de ánimo en el que se apoyaría Sabino Arana para comenzar un movimiento con sentimiento profundamente antiespañol. Arana, un iluminado y furibundo xenófobo, un misógino de manual, forma parte de ese grupo de detestables personajes a los que el nacionalismo actual ha convertido en leyenda (para ellos) y los mencionan siempre como sus héroes míticos ancestrales, tal como sucede  con Lluis Companys, reconocido responsable de genocidio en Cataluña. No lo invento yo, es la Historia, la que no pueden cambiar por mucho que algunos quieran crear una nueva.

Ninguno de los gobiernos de España: ni la Monarquía de Alfonso XIII, ni la dictadura de Primo de Rivera ni la calamitosa Segunda República, supieron gestionar el problema. Franco se equivocó gravemente aunque también intentó, incluso dentro de su régimen dictatorial, beneficiar económicamente a vascos y catalanes para fomentar la inmigración interior; andaluces, extremeños y murcianos, entre otros, buscaron una vida mejor en ambas Comunidades. Tal vez el dictador pretendía que tanto charnego y tanto maketo, españoles todos,  acabasen por ahogar  el sentimiento nacionalista, pero es evidente que no lo logró suficientemente porque los nativos se creyeron y sintieron superiores y además  consiguieron absorber para su causa a no pocos de los inmigrantes.

Gracias a una mala Ley Electoral que les concede demasiada representación parlamentaria y ocultando sus verdaderas intenciones, los nacionalistas se convirtieron en bisagra para todos los gobiernos desde que inició su andadura la nueva etapa constitucional; los nacionalistas fueron capaces de engañar, y los otros eran proclives a dejarse seducir, a todos los mandatarios españoles y se hicieron imprescindibles. La añagaza era perfecta y un personaje de muy dudosa integridad política, el Presidente Rodríguez Zapatero, acabó por tomar una peligrosa deriva que permitió iniciar el actual desastre que vivimos en Cataluña. Con una indolente y acomplejada actitud de Mariano Rajoy que, como buen gallego, nunca supimos si subía o bajaba la cuesta del independentismo, que no supo aprovechar su inicial mayoría absoluta, con  melifluos e inhibidos Ministros del Interior, rozamos el desastre.

El problema siguió creciendo y finalmente llegó Pedro Sánchez, el desenterrador… Pero bien, este personaje será tratado en la segunda parte, porque aquí se nos acabaría la tinta al comentar tanto desmán y la peligrosa situación a la que sus métodos pueden conducir a los españoles y a España como Nación.