El nacionalismo radical centrífugo de españoles que no quieren serlo, tiene marcado como único objetivo el de la autodeterminación desde el momento en que ese chauvinismo nació. Su hoja de ruta  de ningún modo va a cambiar y aprovechan los momentos de mayor debilidad del estado y del gobierno central, para mostrar con mayor claridad sus intenciones, sacando las uñas para arañar tanto como les dejen. Así ocurrió durante la II República en la que hubo que sufrir dos declaraciones de independencia, más efímera la primera a cargo de Francesc Maciá y más grave el segundo intento, el de Companys, que el gobierno republicano no dudó en reprimir por medio de las armas.

Como indicábamos ayer, el nacionalismo sufrió la presión de la bota de Francisco Franco pero después, a partir de la llegada de la democracia, supo permanecer agazapado y blanqueado hasta que un tal J. L. Rodríguez Zapatero pronunció aquella frase (de la que después, pero tarde, se arrepentiría): “Apoyaré la reforma del Estatuto que apruebe el Parlamento Catalán”. Ese fue el detonante, el pistoletazo de salida que indicaba que el mal llamado Régimen del 78 empezaba a dar claras muestras de flaqueza. Era el año 2.006 cuando el mismo Zapatero dijo que “dentro de diez años, España será más fuerte y Cataluña estará más integrada”, todo un paradigma de visión de futuro, pero el caso es que pronto, en 2.011, empezaría la locura cuando Artur Mas diera inicio al proceso independentista, “el proces”, para intentar desviar la atención de su propia crisis económica, de las protestas ciudadanas y de sus problemas con la justicia. Así vino el 9-N; después llegaría Puigdemont, la declaración de independencia sí pero no, el 1-O y todo lo que vino a continuación, Quim Torra incluido, temas que no creo muy necesario detallar por ser de sobra conocidos.

Si lo de Puigdemont fue un dislate que ha terminado con los huesos de muchos, aunque no con los suyos propios, en la carcel -la prisión provisional ya la llevan en el cuerpo y del resto, aunque lo que pueda suceder nos espante, no es este el momento en que queramos ocuparnos-, lo de Joaquim Torra i Pla es una auténtica atrocidad. Lo que este señor lleva haciendo desde que se subió al púlpito, un mes antes de la entronización de Pedro Sánchez, no ha sido otra cosa más que reírse de todos nosotros ante la complacencia y permisividad culpable del gobierno al que ayudó a subir al poder mediante una moción de censura. Y es que, aunque uno no sea un experto jurista, si todo lo que ha llevado a cabo este indeseable personaje político puede no ser considerado delito, es que en España, permítanme el lenguaje coloquial, a la justicia le falta un hervor.

No, no vamos a entrar en detalles, porque sus acciones y sus pérfidas propuestas ante el “Parlament”, son harto conocidas. Si sus declaraciones de que lo seguirán haciendo, si estar ya pendiente de juicio por desobedecer al Tribunal Constitucional, si su constatado respaldo a los graves disturbios en Cataluña tras conocerse la sentencia a los golpistas de 1-O, si su tibieza y falsedad en condenar la violencia, si su falta de respaldo a su propia policía autónoma, si no le importan los agentes heridos, sus agentes a los que va a investigar según dice, si todo eso no sirve para tomar medidas serias, aquí está pasando algo que ni la exhumación de Franco a bombo y platillo puede ocultar.

El actual gobierno de España, tal vez pendiente del posible apoyo catalanista a sus futuras opciones electorales, se ha cansado de repetir el estólido sofisma, el antitético  razonamiento, de que actuaba con prudencia y con firmeza. No solo ha dejado a los Mossos y a la Policía abandonados, sino que no ha querido utilizar a la Guardia Civil cuando más se la necesitaba. Prudencia y moderación, pero con firmeza oigan; y todo el independentismo huyendo despavorido, claro. Pedro Sánchez y su amigo, tan comedido como él, el Ministro del Interior Grande-Marlaska, han aplicado la teoría de que detrás de la tormenta siempre sale el sol. Sí, ya está y a otra cosa mariposa, ¿300 policías heridos?, ya sanarán, que en la paga lo llevan incluido.

Pues no, señor doctor Calamidad, esto no es solo una cuestión de orden público y usted, Iván Redondo y todos quienes le asesoren, bien lo saben. No se hagan los despistados. La situación puede calmarse y se calmará en algún momento. Pero volverán, ustedes son muy conscientes. Torra y sus secuaces tienen clara su hoja de ruta, nunca van a reblar aunque a veces hagan leves y arteros  signos de querer dialogar. Se irá Torra y puede que venga otro que posiblemente finja ser más prudente, y a ustedes les interesará creerselo aun sabiendo que es más de lo mismo. Ellos lo tienen claro, ustedes no. Ustedes son la clara expresión de la debilidad del estado ante las amenazas. Y lo saben. Pero solo les importa su ombligo, son los genios del cortoplacismo.

Podría alguien argumentar que de debilidad han dado muestras todos los gobiernos anteriores. Cierto, y es posible que si ahora gobernasen otros -constitucionalistas, claro, porque con antisistemas no se puede ni contar-, si al frente de la nave estuvieran otros, también les estuviésemos criticando, pero eso es lo de menos porque al único al que ahora se le pueden pedir responsabilidades es al gobierno de su partido, el PSOE, y dudo mucho que cualquier otro gobernante, incluso si fuera del mismo partido, alcanzase las cotas de infamia a las que estamos llegando en este país que, todavía, se sigue llamando España.

No, los tristes y recientes sucesos en Cataluña, no son exclusivamente una cuestión de orden público puntual y circunstancial. No sé si habría que aplicar el artículo X, la Ley Y, o el estado Z. No estoy capacitado para discernir qué solución jurídica es la más adecuada pero en este momento es imprescindible, al menos, quitar de las manos del nacionalismo catalán la educación, la televisión autonómica, los dineros, la representación exterior y la seguridad interior. El mal ejemplo está cundiendo y extendiéndose, en mayor o menor medida, a otras regiones. El nacionalismo vasco da muestras de sensatez pero a un precio muy caro, porque el concierto económico les favorece y mucho, y ahora tienen a otros que mueven el árbol que les da las nueces; "Ibarretxes"  hay muchos, e incluso en su propio partido cuentan con “Eguigurenes”, “Mendías” y “Chivites”.

Nunca creí que pudiera llegar a afirmar esto, pero es que nos jugamos demasiado, estamos frivolizando en exceso y jugando con la integridad de España como Nación, eso es lo que parece estar sucediendo. Ya somos muchos los que dudamos hasta de sus intenciones. La Historia les juzgará, no les quepa duda, la memoria histórica no empieza ni termina en el cementerio de Mingorrubio.