El nuevo reparto de poder en los Ayuntamientos de este país, antes llamado España, no se diferencia mucho de lo que ya presuponíamos tras ver el resultado de las elecciones. Mucho aspaviento, mucha alharaca y mucha gesticulación, para que al final la mayor parte de la izquierda se uniese con la izquierda y la mayor parte de la derecha hiciese lo mismo con sus más próximos en ideología.
Ciertamente tampoco nos asombra que haya habido algunas sorpresas, porque con ellas también se ha cumplido en gran medida la lógica que cabría esperar de los complejos que cada formación política arrastra, perturbaciones que, de algún modo, siempre encuentran alguna salida, aunque esta pueda parecernos de pata de banco.
Sí, esperábamos que en el País Vasco arrasara el PNV. Que en Cataluña dominaría el nacionalismo era sabido, aunque no hemos podido más que quedar estupefactos ante la jugada errónea del hispano-francés Manuel Valls que finalmente ha supuesto la desaparición de su alianza con Ciudadanos, formación que bien haría en aprender la lección.
Pero en el resto de España las fuerzas han quedado bastante repartidas -sin que falten algunos estrambotes- entre izquierdas y derechas. El partido que más capitales de provincia va a gestionar es el PSOE seguido de cerca por el PP, algo que refleja en gran medida lo que ya sabíamos: que España está, más o menos según cada momento, dividida al 50% entre izquierdas y derechas -lo que no necesariamente ha de partirnos ya un corazón que cada vez vamos teniendo más encallecido- con el aderezo añadido de los pedantes nacionalismos periféricos que tantos dolores de cabeza nos provocan. Pablo Casado va salvando los muebles, sobre todo por haberse hecho con Madrid, y ya empieza a perfilarse de nuevo como la esperanza blanca de los populares -ya veremos si ellos mismos no lo echan todo a perder, algo para lo que no suelen necesitar ayuda-, Albert Rivera seguirá intentando encontrar su lugar en el mapa, Sánchez seguirá haciendo de Sánchez, Iglesias continuará sin ir a ninguna iglesia pero rezando y poniendole velitas a “San Pedro” para pedir algún Ministerio y Abascal sin saber ya como pedir una concejalía al PP.
Ahora toca la formación de gobiernos autonómicos donde aventuramos que ocurrirán cosas similares, aunque tal vez en lugares diferentes, con algunos enjuagues y pactos vergonzantes que tendremos que sufrir, y si no lo creen esperen a verlo. Pero algo sigue en el aire, sobre todo porque el Presidente en funciones, Pedro Sánchez, no acaba de descubrir sus cartas y a veces parece creer que tiene mayoría absoluta y no se da cuenta de la enorme dificultad que le espera para gobernar; lo que sigue en el aire, decíamos, es cómo se va a configurar el futuro gobierno y, sobre todo y en primer lugar, como se va a llegar a la investidura si es que finalmente se logra.
Pedro Sánchez es consciente de que un nuevo gobierno Frankenstein le puede salir muy caro y que eso le podría impedir acabar la legislatura. El Presidente en funciones debe pensar que somos unos desmemoriados y ahora intenta dar una imagen de moderación y centralidad de la que sabemos está muy alejado -no faltarán quienes estén dispuestos a creerle- y para ello ha dejado de hacerle morritos a un Pablo Iglesias declinante y simula no tener amoríos con el nacionalismo catalán, con el que sabemos mantiene contactos continuos.
Sin embargo, su más celebrada ocurrencia ha sido pedirle a Ciudadanos, pero puede también que con más ahinco al PP, que se abstengan en su investidura para no “obligarle” a tener que contar con toda la estantigua del arco político hispano.
Sánchez, con la ayuda inestimable de su gurú, Iván Redondo, sabe perfectamente que no se puede pedir nada a ningún otro partido sin sentarse con él a hablar, si no se pacta, si no se ofrece algo a cambio y si no se llega a acuerdos. Eso es lo que se conoce como “diálogo”, palabra que han llegado a gastar de tanto usarla pero cuyo significado parecen desconocer. Sánchez no quiere ofrecerles nada y pretende que le apoyen en la investidura, y de gratis, para luego poder seguir gobernando con acuerdos puntuales que solo podría obtener de Podemos, nacionalismos varios e independentistas de todo pelaje sin descartar del todo, por supuesto y si le fuese necesario, a Bildu.
No vemos a Sánchez dispuesto a no subir impuestos, no le creemos capaz de no derogar -aunque sea de boquilla- la reforma laboral de Rajoy, ni a aceptar el compromiso de no indultar a los más que probables y futuros condenados por el “procés”, nunca aceptaría un compromiso para unificar la enseñanza en todo el estado y no digamos a comprometerse a la aplicación, con mayor o menor intensidad, de un artículo 155 en el Condado de Barcelona. Esos serían algunos de los condicionantes que puede que hubiera de aceptar, en su caso, de partidos a su derecha y eso es lo que no tiene la menor intención de hacer aunque les ponga cuantos señuelos pueda.
Una coalición PSOE-Ciudadanos sería, a buen seguro, una buena idea aplaudida desde la Comisión Europea, pero los segundos saben que eso podría demorar su proyección alcista, no consideran a Sánchez merecedor de su confianza -quizá con otro PSOE aceptaran-, desconfianza que éste realmente se ha ganado a pulso, y que desde aquí compartimos, porque lo vemos más escorado a la izquierda de lo que era habitual en su partido hasta su llegada. Y tampoco creo que esa sea la alianza real y completa que Sánchez desea.
Las diferencias de Macron (vaya por Dios, otro galo, que por no tener no tiene ni partido propio) con Rivera, a raíz de ciertos nombramientos en el Partido Liberal Europeo y su extraña afinidad con Pedro Sánchez, le han llevado a entrometerse en asuntos de un país ajeno, como si no tuviera bastantes problemas en su querida Francia (chalecos amarillos incluidos).
Me manifiesto admirador de las muchas cosas buenas que tiene el país francés pero no deberíamos olvidar que nuestros vecinos no se han caracterizado mucho por el afecto a nuestra patria. Son los que acuñaron la frasee "África empieza en los Pirineos" y fue Sthendal quien dijo que "Si el español fuese mahometano, sería el africano perfecto". Luis XIV nos quitó La Cerdaña, El Rosellón, El Conflent y El Vallespir. Napoleón nos invadió, Giscard D´Estainge convirtió Francia en un santuario de ETA, a los franceses nunca les sentó bien que Indurain o Contador ganaran tantos Tours y qué vamos a decir de lo mal que llevan los doce Roland Garros de Rafael Nadal.
Para que ahora venga Macron a echarnos una mano. Gracias, merci "mesié", pero mejor que se calle. Au revoir.