Incluso el pasado puede modificarse; los historiadores no paran de demostrarlo. Jean Paul Sartre
Decía o insinuaba no ha mucho el académico y escritor Pérez Reverte, algo así como que los jóvenes españoles -sumidos en una incultura generalizada, añado yo- al votar cada cuatro años podrían acabar produciendo daños irreparables al futuro de este país. Y eso que el académico solo hacía referencia a un hecho en el que en un grupo de muchachos decían de Mozart “es un pijo que toca música clásica”, así que no podemos imaginar lo que ocurriría si se les preguntase a los mismos chicos por lo que saben sobre la batalla de las Navas de Tolosa, sobre la Constitución de 1.812 o la revolución “gloriosa” de 1.868, por ejemplo.
Por desgracia esa ignorancia intrínseca no es exclusiva de la juventud, sino que afecta a la mayoría de la población, ayuna de conocimientos, tras largos años sufriendo planes educativos opuestos sin que se haya logrado, ni parezca posible hacerlo, un gran pacto para la educación y, máxime, habiendo dejado esta competencia en manos de las diferentes Comunidades Autónomas con las consecuencias que bien conocemos en algunos casos.
Esos daños que el escritor atribuía a la juventud son, por tanto, igualmente trasvasables a toda la ciudadanía. Nos quejamos a menudo, y con razón, de la tergiversación de la Historia que hacen algunas comunidades controladas por el independentismo, pero no parecemos conscientes de que también a nivel nacional hay muchos interesados en reescribir la Historia de nuestra nación española. No es solo en la escuela donde se aprecian signos de tratamiento sesgado de los datos y escaso volumen o interés en dicha materia. Lo peor lo vemos, últimamente de modo especial, cuando a una ciudadanía tan ingenua como desinformada se la bombardea diariamente con infinidad de datos falsos preñados de decadente ideología tendenciosa y peor aún cuando se “desinforma”, sobre todo, de lo ocurrido durante la última centuria.
Sepan, a buen seguro lo sabían ya, por qué a todos los partidos les interesa controlar los medios y, especialmente, “el telediario”.