Pedro Sánchez llegó al gobierno de España por medio de una insospechada maniobra legal y dicen que incluso legítima.
Es cierto que fue legal, lo de legítima es algo que no pocos consideramos dudoso y de lo que no cabe la menor duda es que fue el fruto de un ardid sucio, que rememora las intrigas palaciegas decimonónicas y una maniobra más propia de alguien con una menguante honestidad.
Para alcanzar el poder se apoyó en quienes siempre había negado que haría, en los golpistas xenófobos independentistas, en los proetarras de Bildu, en los indefinibles peneuvistas y en los leninistas totalitarios de Podemos. Y no son éstos los calificativos que yo les aplicaría, que es cierto, es que ahí están las hemerotecas que demuestran que son los mismos que el eximio nuevo presidente les ha dedicado en más de una ocasión. Él, y puede que todos o casi todos sus cooperadores necesarios -los que acabamos de citar y no pocos seguidores de su partido-, lo justificarán todo con las manidas frases de “hay que hacer política”, ”hay que dialogar”, “es preciso cabalgar contradicciones”, o la más reciente de Sánchez tras la repugnante maniobra de Torra ante el embajador español en Washington, “no vamos a buscar la confrontación” y un postrero “Torra, no has ganado nada con esto” que ha debido dejar a éste mohíno y apesadumbrado.
No podemos darle cien días de margen a quien, tras negarlo, se alió con lo peor de cada casa para llegar al gobierno, no podemos otorgarle presunción de inocencia alguna a quien ya está pagando ominosamente las facturas políticas a quienes le votaron y no precisamente en las urnas, a aquellos golpistas a quienes ha devuelto el control de las cuentas para que, entre otras falacias, vuelvan a montar sus seudoembajadas y emplear nuestro dinero en insultar a España, no podemos confiar en un jefe de gobierno que abandonó a su suerte al jefe del estado, -acompañado de un solo ministro, descolocado, en las nubes, con aspecto de despistado- sin que nadie más del gobierno acudiese, cuando más les necesitaba en Cataluña, ni en quien sigue obstinadamente empeñado en dialogar con quienes ya le han dicho por activa y por pasiva que nones, que ellos lo tienen muy claro y que de ningún modo van a bajarse del burro. Al señor Sánchez ya le han repetido muchos otros que, o les hace abundantes concesiones ilegales, o tendrá que terminar por aburrirse y dejarlos por imposible.
No podemos darle margen alguno a quien ya está buscando el acercamiento de presos de ETA a las cárceles de las vascongadas y es que si al menos lo hiciera por convencimiento, aunque no lo compartiéramos entenderíamos algo, pero es que solo le mueve el pagar a los traidores que le auparon y con los que llevaba negociando mucho más tiempo del confesado. No se preocupe Sánchez, lo llevan haciendo decenios y, por muchas cosas que les dé le apuñalarán en cuanto puedan y les interese.
Y, claro, no podría dejar al margen a su socio favorito, del que aprendió la democrática y revolucionaria manera de tomar los cielos al asalto si es que las urnas los deniegan, aquel al que tan pronto llama comunista totalitario como dice que se equivocó no pactando con él y con quien ha acordado otorgarle el control de RTVE, lo que por cierto es, a estas horas, un controvertido tema en el aire, pero tras haber derramado mares de lágrimas por lo que se suponía la manipulación del PP, no albergamos ninguna esperanza de que el ente no vaya a ser mangoneado. Es lo que ocurre siempre, mande quien mande. "Dame los telediarios, aunque solo sea uno", palabras de Pablo Iglesias, ¿recuerdan?
No importa, hay que devolver favores y si algo parece ser Sánchez es agradecido. Claro que, entre pícaros anda el juego.
¿Cómo vamos a darle margen a quien le ha faltado tiempo para decir que, con los mismos presupuestos de Rajoy, nos va a subir los impuestos? ¡Ah, pero solo a los más ricos! Sí, a los bancos y a las empresas, como si los banqueros y los empresarios no nos los fueran a hacer pagar a nosotros. Sí, el del gasoil que ya sabemos que solo lo usan los grandes potentados. Y no tardaremos en ver subir todos los impuestos, ya lo verán. Claro que solo a los ricos, porque con tan magna gestión, pronto todos nadaremos tanto en la abundancia que ya no nos podremos quejar. Seguimos sin conocer su programa de gobierno, quiere rescatar las autopistas y tras oírle quejarse constantemente de la Sanidad cuando estaba en la oposición, ahora, en lugar de decirnos que la va a mejorar en algo, solo afirma que le va a dar carácter universal para todos los inmigrantes. No es que la idea sea mala en si misma, pero es que por mucho que suba los impuestos no le van a llegar los dineros y menos para subir sueldos y pensiones tanto como promete, manteniendo el ritmo de crecimiento y rebajando el déficit y la deuda. Eso se llama puro buenismo demagógico ¿Cómo vamos a darle tregua a quien empieza tomándonos por tontos?
No nos hacen falta cien días para saber que solo pretende mejorar sus expectativas de voto y ver si así gana las elecciones dentro de dos años para en los cuatro siguientes llevarnos a la ruina como ya casi hizo Zapatero; y es que si lo logra puede llegar a hacer buenos no solo al susodicho Zapatero, sino hasta al mismísimo Largo Caballero.
Gravemente hipotecado a causa de tener solo 84 diputados -a nadie más que a un Sánchez como él se le podía haber ocurrido semejante moción de censura-, está utilizando la pura propaganda a base de parafernalia con “barco” de inmigrantes acogido -pero solo uno, claro- y posterior acuerdo vergonzante en Europa (lo del Open Arms y lo del intercambio de inmigrantes con Merkel de no ser tan triste parecería una broma). Puro marketing propagandistico y gestual, desde ministros astronautas hasta nombrar más mujeres que hombres en sus gabinetes ministeriales o, para abrir boca, montarse una entrevista-masaje en TVE. Mientras, nos somete a propagandísticas operaciones de distracción tales como la legalización de la eutanasia o el traslado de los restos de Franco, que es algo que nos tenía a los españoles en un sinvivir.
Pedro Sánchez (PS), parece querer dejar al PSOE solo en PS, nada de obrero y poco de español, una imagen de sí mismo, amalgama ególatra e ideológica, que como hemos manifestado en otras ocasiones puede acabar con el partido sumido en la irrelevancia digan lo que digan encuestas coyunturales. Utilizará la presidencia para intentar promocionarse y puede que la jugada le salga bien -prensa amiga no le faltará-, pero también es cierto que el poder desgasta y es de suponer que conozca los riesgos que asume. O no, quién sabe. Ojalá nos equivoquemos y su mandato sea fructífero para España. Pero quien conozca algo de la Historia de nuestro país y sepa bien lo que de sí pueda dar cada uno de los grupos políticos que sufrimos, de no estar subyugado por el sectarismo, albergará muy pocas esperanzas.
Pedro Sánchez está dando la razón a la ejecutiva de su partido cuando le descabalgó por temer que hiciera exactamente lo que ahora está haciendo en cuanto a sus alianzas. Aunque se esté encargando de apartar a muchos disidentes y colocar a quienes le interesa al frente de su formación, aun le quedan barones o baronesas poco afines, Javier Lambán, Ximo Puig, Susana Díaz, Javier Fernández, Fernández Vara o García Page -casi todos sus presidentes autonómicos- que ya empiezan a dar signos de inquietud. Y ya veremos cuanto aguanta el ministro Borrell, aunque vaya usted a saber.
Para colmo, la señora María José Segarra, recién nombrada Fiscal General del Estado por el presidente Sánchez, va a echarle una mano -al cuello- investigando las patrañas del nacionalismo respecto a la actuación policial el 1-O para añadir más dramatismo a las supuestas negociaciones.
Sánchez aparenta poco de ídolo pero tiene los pies de barro.