Tras catorce años en el poder, Felipe González dejó la tasa de paro en el 22,1%. En 1.996 llegó Aznar, que logró bajarla hasta el 10,5% ya en 2.004, pero luego vendría el recordman, Rodríguez Zapatero, que conseguiría batir todos los registros subiendo el desempleo hasta el 22,6%.
Eso fue lo que se encontró Rajoy cuando llegó a la presidencia en 2.011. Aunque la dinámica imparable del desastre y la crisis económica hicieron que se alcanzase el 26,94 en el cuarto trimestre del 2.013, a partir de ese momento las cosas empezaron a encauzarse de tal modo que, en mayo de 2.018, ese índice había vuelto a bajar hasta un promisorio porcentaje del 15,2, no sin de sacrificios por parte todos los españoles. Fue entonces cuando el PP fue desalojado del gobierno tras una tan legal como impúdica moción de censura, y ya con Frankenstein al timón, por una dinámica similar a la anterior aunque a la inversa, la tasa siguió bajando hasta llegar al 13,78 a finales de 2.019. Pero con Sánchez habíamos topado amigos, porque ya en marzo de 2.020 empezó la nueva remontada, alcanzando un prometedor y esperanzador 14,41%.
El infortunio hizo que llegase la terrible pandemia del Covid-19 y, muchos errores y pocos aciertos después, la catástrofe se hizo inevitable. Pero transcurridos, a día de la fecha, diecinueve meses y 16 días desde la declaración del primer estado de alarma, el gobierno saca pecho porque la situación económica empieza a mejorar y la tasa de desempleo que acabamos de ver reflejada en la EPA del tercer trimestre 2.021 se sitúa en el 14,57%.
Lo que no cuentan nuestros preclaros gobernantes es que, entre los que figuran como empleados, hay que contar las 250.000 personas acogidas al ERTE, que ya veremos si todos vuelven a trabajar y que, a pesar de todo, seguimos sin regresar a las cifras anteriores a la pandemia, guarismos que, como hemos visto, ya empezaban a dar muestras de inquietud. Y todo ello, además, sin contar a las 900.000 personas que componen la población inactiva. Nada de lo anterior es opinión mía, son datos contrastables.
Pero, según parece, las cifras de la economía con los unos son diferentes a las que tenemos con los otros, las otras y les otres. Claro que, todo esto debe ser una maldad más de quienes no comulgamos con este gobierno y nos dedicamos a verter injustos infundios sobre su buen hacer. Si no, basta con oír al presidente, con su engolada voz, colgándose medallas un día tras otro: ¡Qué bien va todo, pero si es que no me beso porque no alcanzo! se repite con embeleso. No, no escuchemos falsedades sino la verdad absoluta por boca de quien pasa por ser una de las buenas ministras. Sí, oigamos la palabra de la señora Calviño, a quien cada vez se le pone más cara de Solbes -Dios, qué buen vasallo si oviesse buen señor, reza el Cantar de mio Cid-, doña Nadia, tan fiel a su amo como desleal con los españoles.
Si nuestra Nadia dice que las previsiones de crecimiento para el año 2.022 son del 6,5% ¿quiénes son el FMI, la AIReF o el Banco de España para contradecirla? También es que son ganas de molestar, oiga. Aumentaremos la deuda, del déficit mejor no hablar, subiremos todos los impuestos ¿a los ricos? y seremos felices como perdices.
¿Que tenemos un IPC del 5,5, la peor cifra de los últimos 29 años? ¡bah!, qué más da. Con lo bien que les va a los 23 ministros/tras, a la legión de secretarios generales, directores generales -incluidas alguna niñera y el clan de la tarta-, a enchufados varios aunque estén condenados por sentencia firme, lo felices que son los más de 1.200 asesores de total-pa-ná, con lo satisfechos que están todos por haber contribuido tan fehacientemente a disminuir el paro, y con la facilidad con que podrán ellos seguir pagando sus recibos de luz y gas ¿de qué coño os quejáis los demás, piltrafillas?
Sobre todo que no falte el optimismo.