Mariano Rajoy fue uno de los presidentes del gobierno español que durante su mandato recibió más críticas por parte de la oposición de izquierdas, pero también sufrió muchos reproches desde diferentes sectores liberal conservadores, como prueba el hecho de que una fuerza radical de derechas, Vox, que llevaba mucho tiempo intentando abrirse camino y estrellándose contra las urnas sin el menor éxito, de repente creciese hasta límites que ni ellos mismos hubieran sospechado alcanzar con anterioridad, debido fundamentalmente a lo que muchos consideraron incumplimientos flagrantes del programa liberal. Las consecuencias para la derecha y para el liberalismo, en el que creo que ya podemos incluir a Ciudadanos, han sido catastróficas y no parece que, al menos en mucho tiempo, sean capaces de reconstruir sus naves frente a un sanchismo enloquecido arropado por lo peor de cada casa y arrebozado entre lo más nocivo, lo más insano y necesario para formar el frente populista con el que la izquierda puede contar, siempre que individuos como Pedro Sánchez estén dispuestos a apoyarse en ellos.
Rajoy puede ser muy criticable y se le podrán reprochar muchas cosas pero fue muy injustamente despojado del cargo, y digo bien porque fue legal pero ilícitamente desalojado de la presidencia (lo ilícito según la RAE puede tener tanto la acepción de ilegal como la de falto de moralidad) ya que para ello se utilizó arteramente, además de a toda la mugre política hispana, a la justicia, cuando un juez cómplice y confabulado deslizó la taimada frase oportuna que todos conocemos, en la sentencia de un juicio al que aquel acudía como testigo y que dio pie al inicio del proceso de una moción de censura, conjura falazmente urdida por quienes ahora piden fidelidad al gobierno y reprochan todo a sus opositores tachándoles de “desleales, conspiranoicos y crispadores” negándoles el pan y la sal.
Reproches aparte, a Rajoy hay que agradecerle que sus políticas revirtieran el proceso de hundimiento de la economía, que se empezase de nuevo a crear empleo y en consecuencia a disminuir la tasa de paro. Don Mariano llegó cuando estábamos al borde de la quiebra y a punto de necesitar un rescate financiero que finalmente se evitó, porque el tan comentado rescate bancario no fue tal, ya que solo hubo que auxiliar a las Cajas de Ahorros, entidades que precisamente estaban en manos de políticos de toda adscripción y nunca a los bancos.
La llamada tasa Arope, que mide los índices de pobreza, se sigue moviendo en índices similares a los que había con Rajoy, pero ahora que lleva las riendas la izquierda ya no se habla de la cantidad de personas que hay en riesgo de exclusión ni, por supuesto, de los desahucios que se siguen produciendo. La economía española sigue desacelerándose y el crecimiento del PIB es el menor desde que arrancara la recuperación, pero nuestros gobernantes siguen jactándose de que la situación mejora; el déficit público sigue creciendo, la deuda externa aumenta y la creación se empleo sigue disminuyendo a marchas forzadas, mientras el gobierno saca pecho orgullosamente porque algunos puestos de trabajo se crean y menos da una piedra. Claro que con tan considerable incremento de Ministerios y un 13% más de altos cargos, no puede caber la menor duda de que se está contribuyendo de manera efectiva a la creación de empleo aunque sea el de los más amigos.
Mientras se creaban muchos puestos de trabajo en la etapa Rajoy, la entonces oposición y los sindicatos se desgañitaban diciendo, con razón, que la mayor parte del empleo creado era precario, que apenas aumentaban los contratos fijos y los sueldos eran muy bajos. Sí, tenían razón pero también habrá que reconocer que no se puede empezar a salir de una profunda crisis de una manera mucho más eficaz. Ahora la situación es bastante parecida, ni el trabajo ha dejado de ser precario ni se crean apenas contratos fijos, pero de eso ya no se habla en ningún sitio, ni siquiera en los medios que tradicionalmente defienden las posturas liberales; y los sindicatos mayoritarios callan de manera vergonzante, de modo que hasta el secretario general de UGT, José María Álvarez, ha llegado a decir, sin que se le caiga la cara de vergüenza, que las recientes protestas de los agricultores, en su mayoría humildes trabajadores del campo, son obra de la derecha terrateniente carca. Claro que tampoco resulta extraño dado el historial reciente de corruptelas sindicales.
Nada nuevo bajo el sol. La izquierda sigue siendo el adalid de la superioridad moral con la ayuda de unos medios de comunicación que entre Rajoy y Soraya Sáenz de Santamaría entregaron generosamente a la izquierda “para que luego no se diga”.
Como dijera alguna vez Joseph Pulitzer, una prensa cínica, mercenaria y demagógica, producirá un pueblo cínico, mercenario y demagógico. Con el sempiterno complejo de inferioridad de la derecha y con el gran aparato propagandístico que Sánchez ha sido capaz de organizar con la ayuda eficaz de su asesor y ahora casi Ministro o más que eso, Iván Redondo, con la no menor colaboración de su íntimo correligionario, José Félix Tezanos, al frente de un desacreditado pero eficiente para sus intereses y leal Centro de Investigaciones Sociológicas, el CIS, el viento parece soplar de cola a la nave del sanchismo en su travesía hacia Dios sabe donde. Pero no debiera olvidar que los vientos son caprichosos y cambiantes, que las tormentas pueden ser devastadoras y que el proceloso océano en que quieren navegar es uno de los más peligrosos, si no el más borrascoso y anubarrado.