Los resultados de las elecciones que acabamos de celebrar han arrojado una victoria tan suficientemente holgada para el PSOE de Pedro Sánchez, que le podrá permitir formar gobierno con cierta comodidad.
Sin embargo, como era previsible nadie obtuvo mayoría absoluta, así que todo apunta a que van a necesitar el apoyo de Unidas-Podemos y la abstención en segunda vuelta de, al menos, Ezquerra Republicana de Cataluña u otra combinación de soberanistas varios. En el PSOE afirman que intentarán gobernar en solitario y con apoyos puntuales, pero mucho dudamos que su amigo Pablo Iglesias le regale nada si no es obteniendo algún beneficio para su propio partido y para sí mismo, entendiendo como beneficio un gobierno de coalición y algún Ministerio. Y si de verdad llegase a lograr gobernar en minoría, Sánchez necesitará muchos avales puntuales que le pasarían buenas facturas cobrándolo todo a precio de oro y que, a las pruebas me remito, podrían ser motivo de concesiones vergonzantes.
Hay otra posibilidad que sumaria la mayoría absoluta, y esa sería la de formar un gobierno de coalición junto a Rivera y su partido Ciudadanos, pero esto sigue siendo muy improbable porque ambas formaciones parecen muy enfrentadas, porque a las doce horas de cerrarse las urnas ya oímos en una emisora de radio a Juan Carlos Girauta negar esa posibilidad y a distintos lideres de Ciudadanos insistiendo, a continuación, en la misma idea. También porque creemos que Albert Rivera y todo su partido piensan que esa alianza le puede producir una rentabilidad negativa en el futuro, puesto que ya han decidido declararse claramente como un partido liberal alejado de veleidades como las que creen ver en el sanchismo, al que solo contemplan como rival y como los líderes de la oposición que pretenden ser. Albert Rivera quiere ser el paladín del centroderecha y sabe que perdería toda su credibilidad por haber dicho antes, quizás en demasiadas ocasiones, que nunca pactará con Sánchez. Además sabemos que este último se siente más cómodo y más próximo a la ideología neocomunista de Iglesias Turrión, aunque ahora pretenda contarnos el cuento de que quiere ocupar una posición centrista.
Aunque los empresarios, la CEOE, ya haya expresado su opinión de que serían partidarios de un gobierno PSOE-Ciudadanos, esa propuesta parece abocada a no ser atendida.
Mentiría si dijese que estos resultados me parecen halagüeños. No me gustan porque pienso que poco o nada bueno pueden traer para el conjunto de los españoles. No nos gusta un gobierno que ha hecho de la mentira su bandera y de la actuación teatral su forma habitual de trabajar, no nos gusta un gobierno que basa sus argumentos en las corruptelas de los demás cuando apesta a corrupción, amiguismo y nepotismo, no nos gusta un gobierno que basa su campaña en acusar de una supuesta alianza extremista de derechas a sus oponentes mientras están dispuestos a aceptar apoyos de probados extremistas bolivarianos de izquierda, o de presuntos golpistas independentistas, o de Otegui y otros filoetarras que han celebrado el triunfo de Sánchez aplaudiendo hasta con las orejas. Por algo será.
Nunca se puede criticar lo que el conjunto de la ciudadanía haya decidido de modo democrático, aunque sobren pruebas históricas de que no siempre lo que sale de unos comicios es la mejor solución, y este pudiera ser un caso más. Todos los españoles en conjunto, los que hayan apostado a caballo ganador y los que no, somos responsables de lo que hayamos elegido puesto que la grandeza del sistema radica en eso, en que entre todos decidimos lo que queremos y tanto si la cosa sale bien como si no, también habremos de aceptar conjuntamente la corresponsabilidad y las consecuencias de nuestras decisiones.
No me gustan los resultados pero nada me agradaría más que equivocarme en tan pesimistas juicios. Ojalá el gobierno que llegue lo haga todo lo bien que necesitan España y los españoles y tuviésemos motivos sobrados para votarles otra vez, pero de momento tenemos muy poca confianza en que puedan gestionar el país de modo solvente e íntegro. Y es que si todo lo que hasta ahora han hecho a muchos nos pareció pésimo, creemos que difícilmente cambiará nada en el futuro próximo.
Seguimos desconfiando de las capacidades del “doctor” Sánchez y de la de la mayoría de sus hasta ahora colaboradores. Desconfiamos aun más de lo que Iglesias pueda pedir a cambio, de lo que se le pueda conceder, y no digamos de la posible “bajada de pantalones” ante nacionalismos excluyentes. Nos tememos un indulto a los golpistas catalanistas hispanófobos si fueran condenados, algo sobre lo que hay síntomas de que pudiera estar ya pactado de antemano. Tememos una subida de impuestos superior a cualquier incremento anterior, más déficit más deuda y mayor subida de impuestos; gran subida de tasas a bancos, a empresas y autónomos que indefectiblemente acabarán repercutiendo, a escote, en los bolsillos de todos y aumentando la tasa de desempleo. Repartos de dinero como los que ya hizo el maestro de Sánchez, el que nos dejó al borde del rescate, Rodríguez Zapatero; ya saben, el de la Champions League de la Economía, el que acabó repartiendo “cheques bebé” y construyendo aceras con el nefasto “Plan E” como si no hubiera un mañana.
Sí, nos gustaría estar equivocados, pero el hecho de que la ultima Encuesta de Población Activa (EPA) nos haya sido presentada con datos falsos, no nos ayuda precisamente a ser confiados, porque mentir mienten muy bien y de modo al parecer convincente. Cualquier político de otro país europeo que hubiese plagiado una tesis doctoral, cualquier otro que presentase un documento falso y con datos tachados con tipex para crear un fake durante un debate, habría tenido que dimitir de inmediato, pero aquí puede hasta ganar unas elecciones con cierta holgura. Siempre que sea de izquierdas, claro.
El empleo, la economía y la política territorial son nuestras principales preocupaciones pero no son las únicas. Todo nos preocupa.
En cuanto al Partido Popular, ya advertíamos en este blog (14 de abril de los corrientes) que el diseño de su campaña electoral no daba la impresión de ser el más adecuado en su inicio y no parece que después cambiase mucho la cosa.
A Rivera parece preocuparle más, por el momento, un posible sorpasso al PP que ganar las elecciones y en ese sentido ha logrado avanzar, pues se ha acercado a su rival duplicando los escaños anteriores y es de los pocos que se sienten satisfechos aunque de momento no les valga para mucho. Creo que los matices que separan a ambas formaciones serían fácilmente superables si decidiesen caminar juntos, pero tampoco eso parece probable.
El éxito de Vox puede parecer y lo es, extraordinario, puesto que ha irrumpido de repente en el Parlamento con 24 diputados, pero ese éxito ha quedado muy empañado por el hecho de que ellos se habían llegado a creer, no sé si sus fantasías o sus mentiras, hasta incluso decir que podían alcanzar los 80 Diputados.
Pero el caso es que, al final, y por mucho que se pueda o se quiera negar, la división ha sido una de las principales causas del desastre sin paliativos de las derechas. Entre PP, Ciudadanos y Vox, más la coalición de los dos primeros con UPN en Navarra, han obtenido unos 63.000 votos totales más que entre PSOE y Unidas-Podemos -lo que no podemos considerar una ventaja apreciable sino solo como un empate técnico- y, sin embargo, han obtenido 16 escaños menos. Con otro método electoral diferente a la ley D´Hont (aunque ese es otro tema) habrían disputado mejor el número de Diputados, hasta podrían haber logrado un número mayor que el de sus contrincantes e incluso alcanzar la mayoría absoluta. No se puede negar, por tanto, que la división del voto de centro y la derecha en tres partidos ha hecho mucho daño al mismo bloque que logró imponer sus criterios en Andalucía. Porque también sabíamos que ahora no se trataba de partidos sino de bloques. La radicalidad de Vox logró movilizar a más izquierdistas que los propios partidos de izquierdas porque éstos han logrado que cale el mensaje de que se puede pactar con la ultraizquierda porque “no pasa nada”, pero hacerlo con la derecha radical es muy peligroso. Vox ha restado muchos votos a los partidos liberales (2.677.173) pero también ha sido capaz de desmovilizar a otros de derechas, algunos que en la duda de elegir entre PP o Vox han preferido quedarse en casa. Alguno de esos conozco. Es muy significativo que 680.000 votos de los obtenidos por Vox no hayan servido para conseguir ningún escaño y, como ejemplo, diremos que en Huelva 33.000 votos le han dado 1 escaño a Podemos y los 32.000 de Vox en la misma provincia le han dado exactamente ninguno.
La derrota sin atenuantes de Pablo Casado bien podría acabar con su liderazgo al frente del PP -ya han empezado a volar los cuchillos y a sumar errores al desacierto inicial- pero el tiempo dirá y, sobre todo, eso tendrá mucho que ver con lo que ocurra en las próximas elecciones municipales, autonómicas y europeas del mes próximo. De momento han empezado a reflexionar y lo primero que se nos antoja que habrán pensado es que deben mirar menos de reojo a su derecha y a no tener tan en cuenta a Vox.
En esta ocasión, y quizás para volver a ratificar que la excepción confirma la regla, en general las encuestas no han ido muy descaminadas. No escurriremos el bulto y tendremos que reconocer que, esta vez, las encuestas del CIS han estado mucho más cerca de la realidad que en veces anteriores, lo que nos lleva a afirmarnos, sin embargo, en la teoría de que la campaña electoral del PSOE ha sido mucho mejor que la de sus rivales y que los manejos de Tezanos han funcionado muy bien como parte del aparato de propaganda y han ayudado en gran medida al triunfo de su formación.
Otro que se considera triunfador, a pesar de su gran debacle electoral, es el señor que peina coleta, el “Marqués de Galapagar”, Pablo Iglesias, porque su derrota no le va a impedir ejercer una notable presión en el futuro gobierno, probablemente en coalición lo que, en definitiva, era la tribuna que llevaba mucho tiempo buscando o, en el peor de los casos para él, como “influencer” con gran poder.
Veremos qué sale de las arduas negociaciones que ahora comienzan y que no se resolverán antes de los próximos comicios municipales y autonómicos del mes de mayo, pero lo que parece seguro es que nos espera una legislatura que no sabemos bien como calificar pero que, como poco, plantea muy serias dudas. Muchas.