Anda el Partido Popular lamiendo sus heridas tras el estrepitoso fracaso cosechado en las últimas elecciones generales del 28 de abril.

Dos días después del desastre, el martes 30, el Comité Ejecutivo Nacional del partido Popular se reunió para analizar los resultados y, lógicamente, iniciar un obligatorio y para ellos doloroso proceso de catarsis con el fin de averiguar qué habían hecho mal y tratar de enmendar los yerros. Por pura lógica también, el primero que tenia que asumir responsabilidades era el Presidente del partido y candidato a la Presidencia del Gobierno, Pablo Casado;  de su mano, el Secretario General de dicha formación, Teodoro García Egea y, cómo no, el responsable de la campaña, Javier Maroto Aranzábal, que ha sido la primera víctima al ser apartado de la próxima e inmediata operación con la vista puesta en  las elecciones que se van a celebrar en poco más de veinte días.

Que la campaña estaba mal diseñada es muy evidente, que hubo desaciertos es palpable, que Casado  cometió alguna incontinencia verbal es innegable.  Tal vez Casado se excedió llamando felón a Sánchez, quizá se propasó también comparando a Sánchez con el zorro al cuidado de las gallinas, etc. etc., Casado nunca debió -a toro pasado todos afirmamos haber visto las cosas claras con mucha anterioridad- intentar radicalizar su discurso para recuperar a los votantes perdidos a manos de Vox. Y mayor error casi parece haber ofrecido a Abascal unos días antes la posibilidad de entrar en un hipotético gobierno de derechas.

Pero también hay algo que nos suscita numerosas dudas  y es si  los populares saben o van a saber decidir bien lo que tienen  que hacer ahora, lo que sería mejor para su Partido, dudas que nos provoca todo lo que ha trascendido después de la reunión del Comité Nacional. Y es que salir de allí calificando a Vox como un partido de extrema derecha, sea o no verdad, tampoco nos parece una primera decisión muy inteligente pocos días después de la oferta que acabamos de citar.

Casado alcanzó la presidencia de un Partido Popular en franco declive y camino de despeñarse  por varias razones, la primera y sobre todo, el lastre de la corrupción de una época y la pérdida progresiva de su  identidad liberal y cristianodemócrata a la que le habían conducido un Rajoy quizás acomplejado, una Soraya Sáenz de Santamaría intrigante y un insaciable subidor de impuestos, Cristóbal Montoro, más cercano a una mentalidad socialdemócrata que  liberal.

Casado fue elegido por la militancia para hacer retornar a su partido a la línea ideológica con la que mayores éxitos había cosechado en el pasado, la recién mencionada  del sendero del liberalismo y las similitudes con la Democracia Cristiana. Ese es el camino que Pablo Casado ha tratado de seguir aunque, como se ha visto, con menor fortuna de la que habría deseado.

Conviene recordar que el liberalismo y la democracia liberal son, aparte de un "invento" español, el fundamento de la democracia moderna que tiene su base en nuestra Constitución de 1.812, "La Pepa". Como dijo el filósofo italiano Norberto Bobbio,  por "liberalismo" se entiende una determinada concepción del Estado, la concepción según la cual el Estado tiene poderes y funciones limitadas, y como tal se contrapone tanto al Estado absoluto como al Estado que hoy llamamos social.

El Partido Popular era antaño una formación política casi monolítica, unida y cohesionada. Dentro del mismo grupo caminaban juntos, formando una piña, desde personas centristas con matices de centro izquierda hasta derechistas moderados  y otros  más radicales. Franquistas había muy pocos y estos se quedaban en casa a la hora de votar o elegían partidos extremistas residuales como Falange Española u otros.

La herencia que dejó Rajoy fue pésima. Probablemente no  se le pueda culpar solo a él de todo porque ya sabemos que la tendencia viene siendo, tanto en España como al menos en toda Europa, la de la proliferación y atomización de partidos con la imposibilidad de que ninguno alcance la mayoría absoluta y con  la necesidad de acudir a pactos, muchas veces antinaturales pero que, por desgracia, pueden parecer imprescindibles.

En el arco de la derecha y como primer contrincante, al PP le salió un partido de carácter más centrista, Ciudadanos, que le “robó” una cantidad considerable de votos por su izquierda -basándose principalmente en su pasado de corrupción- mientras que un hasta hace poco intrascendente  partido de derecha radical, Vox, ha conseguido vender su mercancía al componente más extremista de los populares -a los más descontentos con su supuesta dejación ideológica, el mirar para otro lado, la  debilidad  asumiendo las políticas antiterroristas de Zapatero y el abandono de las víctimas, entre otras causas en las que algunos apreciaron debilidad-; Santiago Abascal convenció  a los más enfadados con las políticas de Rajoy, al que cuando decidieron dar una patada en el culo se encontraron con el trasero de Casado. Pero ya era tarde para dar marcha atrás y al grito de “fuera la derechita cobarde” se lanzaron al ruedo.

En 2.011, Mariano Rajoy  ganó las elecciones legislativas en España. Entonces era el único partido del centroderecha español. En esa fecha, el PP logró la mayoría absoluta y 186 diputados habiendo obtenido un total de 10.866.566 votos. El pasado 28 de abril, entre Ciudadanos, Vox y el PP sumaron 11.169.796 votos (303.230 papeletas depositadas más que en los comicios anteriores) que solo les sirvieron para sacar 149 escaños. ¿Quién ha dicho que la división no es la que les ha conducido al abismo?

Déjenme darles un ejemplo.  Ceuta era un feudo inconmovible de la derecha y su  único Diputado llevaba muchos años siendo del PP, pero el pasado 28 de abril los más de 8.000 votos a los populares y los 9.000 largos de Vox (más de 17.000 entre ambos), dieron ese escaño al PSOE que solo había alcanzado una cifra ligeramente superior a los  trece mil.

En 2.011 el PSOE sufrió algo parecido al perder muchos asientos en el Parlamento a manos de Podemos y compañeros de viaje varios; pero ahora, el nefasto papel desempeñado por la izquierda bolivariana le ha permitido recuperar muchos de esos votos y, en cualquier caso, es evidente que daña menos dividir por dos que hacerlo por tres.

Unas derechas unidas hubieran derrotado a las izquierdas, unas izquierdas que con los votos que han conseguido, y aplicando la misma ley d´Hont vigente, no hubiera obtenido más de 132 escaños.

No, la gente de derechas no ha cambiado demasiado de opinión desde 2.011 ni se ha pasado a la izquierda;  el pueblo no ha confiado en Pedro Sánchez mucho más de lo que hizo entonces. Lo ocurrido no necesita mayores explicaciones.

El éxito de Pedro Sánchez proviene de la mayor sagacidad de su campaña. No soy uno de los que estaría dispuesto a reconocerle muchas virtudes al flamante Presidente del Gobierno, pero astucia sí que les ha sobrado, la misma de la que han carecido sus oponentes.

Abascal con su “derechaza valiente” estará muy satisfecho de su contribución a que Pedro Sánchez haya llegado de nuevo al poder. Ha sido su mejor colaborador.

No ha sido porque Casado haya llamado a Sánchez felón ni cosas por el estilo. Más improperios le dirigió Rivera, al que las cosas le han ido bastante mejor, al menos comparándolo con sus anteriores resultados. No se quedó atrás el mismo Sánchez que se refirió a sus adversarios como “los tres temores”, con eme, el que les llamó “trifachito”, y el que llamó indecente a Rajoy en tiempo pasado.

No, la campaña del PP estuvo muy mal diseñada pero tampoco hubieran logrado mucho mejores resultados  si hubiese estado bien planificada.

Recordemos la frase que sirvió a Bill Clinton para ganar las elecciones frente a George Bush padre, “es la economía estúpido”, que aquí Casado bien podría sustituir por la de “fue la división, tontolabas” .

Se equivocará otra vez el PP si pretende encararse demasiado con Albert Rivera y/o con Santiago Abascal. Se equivocará si se enfrenta abruptamente a Vox. No soy el más indicado para aconsejar a toda la estructura de un partido político cual es la línea a seguir, o al menos no seré tan osado como para hacerlo. Pero lo que parece seguro es que ahora, de cara a los próximos comicios municipales, autonómicos y europeos, poco se podrá cambiar.

Al PP y a Casado les queda por delante una ardua y larga tarea.

No tiene Casado la culpa del desastre, quizás alguna sí, pero ni mucho menos toda. Y si el Partido Popular vuelve a la anterior línea de acción, a la ringlera que dejaran Rajoy y Santamaría, me parece que el desastre perdurará.

Será un trabajo largo y laborioso, pero si Casado, Rivera y Abascal no entierran el hacha de guerra, puede que les espere un futuro muy poco halagüeño.