Una expresión frecuentemente utilizada de modo general por la izquierda radical: “mi patria es la gente”, es una frase que no constituye más que una extravagante y absurda pedantería; una forma de decir que, en realidad, lo que todos entendemos como la expresión del sentimiento de amor hacia el lugar en que nacimos, al propio terruño del alma, es olímpicamente ignorado por quien la utiliza. Quien así dice ignora, o finge ignorar, que el concepto “patria” o va indisolublemente unido a un territorio o no es nada.
La Patria está conformada dentro de un lugar geográfico al que “la gente” se siente atada por un sentimiento de unidad cimentado sobre una lengua, una cultura, un idioma y unos intereses comunes. La gente es el contenido pero nunca será el continente; no hay patria sin personas, los seres humanos somos el elemento primordial, pero por sí misma la gente solo es el componente demográfico, imprescindible y necesario pero no suficiente, del concepto, es como el motor sin el cual no puede funcionar un vehículo, pero solo con el motor no tendríamos un coche. Todos debemos tener siempre una Patria principal y una o varias patrias chicas: la Comunidad, la Región, la ciudad, el pueblo, el barrio o hasta el propio domicilio. Todas son compatibles, en todas hay gente, pero también todas están ligadas a una ubicación en el mapa.
España puede ser la nación en la que el totalitarismo de izquierdas más utiliza ese razonamiento, pero lo único que quieren demostrar y evidencian, es que su país, el que les vio nacer y al que deben todo lo que son, les resulta aborrecible tal cual lo conocemos y eso explica su voluntad férrea de destruir lo que generaciones anteriores lograron, de derribarlo para instaurar su propio orden autoritario. A nuestros extremistas la única patria que les molesta es la española, el concepto de patria que, no se sabe bien por qué, ellos absurdamnete consideran ligado solo a las derechas.
Como dijera Gustavo Bueno, España está en una grave crisis por culpa de tanta ignorancia y pedantería. Esa puede ser una de las razones del atolladero intelectual y espiritual en que ha llegado a debatirse nuestra sociedad. Quizá no sea una estupidez solo ligada a lo que ocurre en nuestra piel de toro, como ya hemos expuesto en anteriores entregas, pero cualquiera diría que aquí su opaca luna brilla con especial intensidad. Es como si la serenidad hubiera desaparecido de nuestras mentes; en esencia, el estado de bienestar no lo es tanto y por eso no nos satisface pues, además, sigue coexistiendo con franjas de pobreza extrema. Todos quisiéramos tener más de todo, nos sentimos disconformes, deseamos ser tan ricos y tan bellos o bellas como esos personajillos populares, muchos de ellos indigentes intelectuales o amorales, a los que absurdamente hemos convertido en ídolos. Vivimos en estado de desasosiego continuo que nos puede conducir a profesar en cualquier extremo ideológico como un intento vano de lograr la inalcanzable perfección. Cuando el mundo en que vivimos ha logrado alcanzar tan alto nivel tecnológico, mucho mayor que el de hace pocos años, cuando casi todos tenemos al menos un coche, varios televisores, internet, ordenadores, wifi, teléfonos móviles con acceso a las redes, tablets, muchísima más ropa -y de marca- que la que pudieron soñar nuestros abuelos, más cientos de cosas más, es cuando vehementemente se ha instalado la insatisfacción en las personas, en “la gente” a la que los extremismos quieren seducir y que muchas veces logran cautivar.
Las dictaduras no son nuevas, la ideología totalitaria ha existido desde que el mundo es mundo, pero parece inconcebible que en el momento histórico que más se clama a favor de la paz y la libertad, cuando más justicia social se ha podido alcanzar -al menos en el primer mundo-, mayor parece el desencanto, sobre todo por parte de una juventud que lo ha tenido todo, esa juventud que, aunque rebelde por naturaleza, ha disfrutado de tantos beneficios; pero no solo en los más jóvenes sino en todos en general, se ha instalado un sentimiento de frustración que incomprensiblemente se puede transformar en una tendencia hacia la búsqueda de una perfección, tan inalcanzable, que la decepción nos puede llevar a tratar de hallarla en la utopía que supone cualquier extremismo.
La verdad es que no podemos afirmar que sea una consecuencia de lo anterior, pero lo cierto es que parece como si en el mundo se hubiera instalado una generación de políticos, que en su mayoría rondan la cuarentena, cuyo nivel medio parece dejar mucho que desear. Y España no podía ser menos pues llevábamos mucho tiempo jugando a esa lotería y ahí tenemos las consecuencias al conseguir uno de los premios gordos. Un gobierno presidido por un amoral vanidoso sin más ideología que su propia ambición, un gobierno en coalición con un partido cuyo credo es el del más rancio comunismo marxista leninista y bolivariano, un gobierno apoyado en el nacionalismo excluyente de unos apátridas, digo bien apátridas, golpistas o filoterroristas, un gobierno diseñado a base de actores que intentaban representar una comedia, la ópera bufa que a muchos espectadores, insatisfechos con su cómoda vida, resentidos en esencia, les sonara bien. Pero gobierno que se ha encontrado con la inesperada papeleta de tener que gestionar la mayor crisis habida desde la Segunda Guerra Mundial y para eso de ninguna de las maneras estaban preparados, hasta el punto de situarnos entre los países que peor han gestionado y están gestionando el trance, si es que no ocupamos ya el puesto más deficiente entre los 194 estados que forman parte de Naciones Unidas.
Lo peor es lo que queda por venir, bastantes más millares de infectados y fallecidos y una crisis social y económica sin parangón que, si fueran estos personajes de moral laxa quienes la tuvieran que diligenciar, nos acabaría por arrastrar a lo más hondo del pozo de la miseria. Y es que lo único que parece preocuparles es convencernos de que tienen que seguir ahí. Solo manejan el timón desde la perspectiva que les proporciona el Estado de Alarma, excusa perfecta para gobernar casi como si no hubiera democracia, persiguiendo la libertad de expresión, sin apenas control parlamentario, con el Congreso casi cerrado, sin presupuestos, sin tramitar ninguna ley más que por decreto. Nada de nada, pero trabajando para seguir imponiendo su martillo pilón, poniendo en serio riesgo la pervivencia de las libertades a base de encuestas amañadas y usando la televisión de todos y una parte muy importante de una prensa cómplice y apesebrada -aunque dé la impresión de que algunos ya empiezan tímidamente a bajarse de una nave que muestra signos de querer zozobrar-.
Pero la verdad es que lo que también demuestran y bien se palpa, es que se hallan en estado de pánico porque saben de las terribles consecuencias electorales que para ellos puede acarrear su pésima gestión cuando pase el tiempo suficiente, cuando finalice este Estado de Excepción encubierto al que “la gente” se encuentra sometida, cuando no les quede otro remedio que enfrentarse a la realidad de nuevas urnas y asumir las responsabilidades, políticas, civiles y hasta puede que penales. Todos los sondeos medianamente serios indican una tendencia constante al descenso en la intención de voto hacia ellos y veremos en qué se traduce esto en unos pocos meses más. Su miedo es lo que está provocando el enorme disparate de querer controlar las redes sociales argumentando que cualquier crítica a su gestión, venga de donde venga, sea cierta o no, es un bulo, obviando lógicamente que uno de los mayores productores de trolas es el propio gobierno con sus constantes mentiras (como la de los 200.000 millones que iban a invertir, ¿dónde están? y tantas otras promesas incumplidas). Será entonces el momento de tener que dar unas explicaciones que ninguna farándula burlesca podrá evitar. Lo peor que les podía ocurrir era perder el control de las redes sociales, redes que están incendiadas y que ahora mismo son el reflejo de la calle, de la "gente", de la ciudadanía confinada, esa calle que siempre fue de su propiedad y dominio, pero que se les está escapando entre los dedos.
Mucha “gente” ya se muestra, agriamente y a través de esas mismas redes, muy indignada, -soportando muchos bulos inevitables pero informaciones con mucha carga de verdad también- y me da que a bastantes de los hasta ahora seducidos, a una sociedad que parecía bastante adormecida, se les irá cayendo, lenta pero inexorablemente, el velo de delante de los ojos.