“Cien años de honradez”, fue la frase, el hipócrita  lema político presentado por el PSOE con ocasión de su centenario.

El partido fue fundado en 1879 por el marxista revolucionario Pablo Iglesias Posse, autor de frases tan "democráticas" como “el partido estará fuera de legalidad cuando ella no le permita realizar sus aspiraciones” o la que escupió a Antonio Maura en el Congreso “Combatiremos sus ideas dentro y fuera de la legalidad, e incluso justificaremos el atentado personal”, aquel PSOE posteriormente presidido por el pro-soviético Largo Caballero cuyas tesis prevalecieron contra las de otros algo más moderados como Julián  Besteiro o Indalecio Prieto (quien llegó a tener que huir de la plaza de toros de Écija al ser tiroteado por los partidarios de Largo).

El PSOE fue aquel partido que cometió el llamado “expolio del buque Vita” en el que trasladaron a México ingentes cantidades de tesoros incautados a iglesias y particulares con el supuesto fin de sostener a la república en el exilio, tesoros de los que nunca nadie más supo excepto al parecer el propio Prieto y mientras todos los refugiados en diferentes campos de internamiento pasaban calamidades. Desde luego no es la historia del Vita un ejemplo de honradez.

Durante la guerra civil, 49 de las 350 checas que funcionaron en Madrid fueron gestionadas por el PSOE. Tampoco se puede decir que torturar y asesinar se pueda presentar como un signo de honestidad y menos cuando, aunque poco se repare en ello, funcionaran como autenticas mafias que podían pedir rescate a las familias de los apresados sin que sirviera para evitar su asesinato.

Los años que pervivió la II República no fueron más que la constatación de que lo peor del ser humano siempre puede salir a la superficie, y los meses que  gobernó el frente popular a partir de febrero del 36 fueron simplemente bochornosos y no estuvieron exentos de mucha reponsabilidad del golpe de estado, ¿de qué años de honradez se nos pretende hablar?¿de qué arcadia y paraíso democrático republicano nos hablan?

Después del largo y penoso exilio que siguió a la guerra civil y tras el tormentoso congreso de Suresnes, Felipe González se hizo con las riendas del partido. Franco había muerto en 1.975 y el PSOE logró su primera victoria electoral en 1.982, siete años después de la muerte del dictador y hecho cuyo 40 aniversario acaban de celebrar; correspondió, por tanto, a Adolfo Suarez al frente del primer gobierno democrático, a su CDS y a todos los políticos del régimen anterior que renunciaron a él, iniciar la andadura democrática por mucho que los socialistas se hayan intentado presentar ahora como los protagonistas que trajeron la democracia a España, aunque sí cooperasen a ello junto con otros políticos también de izquierda de aquella época.

El gran mérito de Felipe González fue renunciar al marxismo y convertir, no sin tener que vencer fuertes resistencias sobre todo de los que volvían del exilio, a su partido en una formación socialdemócrata equiparable a sus homólogos europeos. Catorce años permaneció el PSOE en el poder en los que consiguió importantes avances y González demostró ser un líder sólido con un alto sentido del estado. Tiene razón Alfonso Guerra al afirmar que le sobró la última legislatura porque fue en ella cuando los muchos casos de corrupción y el terrorismo de estado acabaron por dar a traste con la etapa socialista, siendo esta la época en que se empezaron a tomar cuerpo las redes clientelares que en Andalucía acabaron produciendo los mayores casos de corrupción económica.

Pero esa adscripción socialdemócrata duró lo que duró y a partir de la victoria de Rodríguez Zapatero en 2004 las cosas comenzaron a retornar al punto de partida; y ahora, con el sanchismo-podemismo en manos de Bildu, ERC y otros del pelaje Frankenstein, con la versión 3.0 del frente popular, con la corrupción política que ni siquiera se trata de esconder, con el permanente ataque a las instituciones, con el nepotismo por bandera y la mentira como arma política, con la insidia y el insulto permanente al adversario, con el intento de socavar las leyes y apoderarse de la justicia, con las cifras de paro desbocadas por mucho que se maquillen, con la economía a punto de entrar en recesión… con todo eso nos desayunamos cada mañana los españolitos de a pie, abocados a pasar mucho frio en invierno y demasiado calor en verano gracias a la inestimable colaboración de nuestros gobernantes.

Decíamos líneas atrás, que este partido que gobierna hoy en España acaba de celebrar el 40 aniversario de la primera victoria socialista del posfranquismo, conmemoración que, cómo no, fue aprovechada más para ensalzar al nuevo “líder carismático” que la del propio partido y la de quien debiera haber sido el verdadero protagonista, es decir el propio Felipe González y, por añadidura, su lugarteniente, Alfonso Guerra, que ni siquiera fue invitado en principio. Guerra no fue convocado de entrada por haber manifestado en bastantes ocasiones su disconformidad con las políticas sanchistas y cuando, ante diferentes presiones lo hicieron, él ya no quiso comparecer. Al final fueron muchas las ausencias sonadas, barones incluidos (demasiados problemas de agenda para ser creíbles), lo que podría ser interpretado como que las aguas bajan algo turbias, sobre todo ante la proximidad de elecciones autonómicas y municipales.

Felipe (qué lejos queda aquello de la chaqueta de pana), que también había manifestado anteriormente alguna discrepancia, se dejó llevar y admitió su papel de actor secundario cuando le correspondía el de protagonista, mostró algunas -mínimas-  diferencias con la actual dirección, echó de menos a su ex colaborador, Guerra, y como en el soneto con estrambote cervantino “miró al soslayo, fuese y no hubo nada”. Como cualquier socialista, González mostró mayor fidelidad a unas siglas, por muy deshonradas que estén siendo hoy, que al país al que le debe todo.

Puede ser verdad aquello de que el socialismo tiene dos caras pero, antes o después, siempre termina prevaleciendo la línea largocaballerista.