Pablo Iglesias es aquel señor que montó la mayor parte de su última campaña electoral basándose en la mentira de que unas supuestas cloacas del estado les estaban acosando a él y a su partido. No creo que nadie excepto sus más sectarios seguidores le creyeran, pero a él la cosa le funcionó al menos en la medida necesaria para terminar logrando sus objetivos: formar parte del gobierno y ocupar varias carteras ministeriales incluida, como no, una para su augusta pareja, como máxima expresión de su idea de un feminismo  en el que el macho debe "proteger" a la fémina.

Pero cuando todo se ha torcido para sus intereses, cuando ha quedado en evidencia que el mayor albañal de heces es el que él mismo representa a base de tarjetas destruidas y acusaciones falsas, cuando un juez parece, por fin, haber puesto pie en pared y su futuro ante la justicia  ofrece dudas, cuando empieza a sentirse acorralado y hasta los suyos empiezan a estar hartos, su reacción ha sido la de cualquier totalitario profesional que se precie: atacar al juez, a los medios de comunicación y a los periodistas que no le hacen la ola, pedir la "naturaliación" del insulto a  la prensa y para más inri hacerlo desde la tribuna oficial del gobierno.

Espero no equivocarme cuando creo que su verdadero declive ha comenzado y su futuro en la política puede tener escaso recorrido. Me gustaría, pero deseo y supongo que el PSOE también lo espere, que en un futuro no muy lejano su papel pasase a ser poco más que testimonial e irrelevante.

Lo que es verdaderamente lamentable es que Sánchez, a la vista del infame papel que su aliado y mosca cojonera lleva representando hace mucho, caceroladas contra el Rey y la Corona incluidas, más todo tipo de ofensas contra lo que represente valores constitucionales, haya sido incapaz de descalificar, siquiera un poquito, a su vicepresidente segundo -alguna ministra sí ha mostrado alguna disconformidad-, a pesar de tantas barbaridades como de él seguimos conociendo. Es lo que tiene gobernar en minoría muy minoritaria y es lo que suele suceder cuando, quizá, el ideario de ambos no resulte tan diferente.

Porque, al fin, el presidente del gobierno de España ha reconocido, a través de un medio extranjero que él nunca, jamás, tuvo la menor tentación de pactar absolutamente nada con el Partido Popular, que no sigue siendo no, y que jamás ha pensado en llegar a una coalición con los populares ni piensa llegar. Es decir que los cacareados y pretendidos nuevos pactos de la Moncloa no eran más que una nueva maniobra de distracción y no había voluntad alguna de que se llevaran a cabo. Ha tenido que ser a través de Il Corriere della Sera,  no creo que pensando que aquí no nos íbamos a enterar, cuando él mismo ha confirmado -y por una vez parece sincero- algo que ya era muy patente: que sus lamentos acerca de la falta de colaboración y la deslealtad de la oposición, no eran sino una parte más de su constante postureo. Que por mucho que la oposición le apoyase tres veces en la declaración del Estado  de Alarma y le haya tendido varias veces la mano ofreciéndole discutir ciertas medidas, tenía que ignorarles y seguir llamándoles fascistas si no  aceptaban sumisamente y sin más sus decisiones.

Para colmo de males y por desgracia para todos nosotros, la candidatura de la socialista Nadia Calviño para presidir el Eurogrupo no ha obtenido el éxito apetecido. No sé si el gobierno habrá entendido el mensaje que Europa nos ha enviado, pero esto no es sino otro fracaso de las políticas y los vergonzantes pactos de Sánchez y veremos qué ocurre con los dineros que la UE nos ha de dar. Claro que ya se han encargado de echarle la culpa a otros, los de siempre claro. Adivinen a quien. Pues con estos bueyes tenemos que arar, es lo que hay.