Circula por las redes un vídeo del que muy pocos medios se hicieron eco pero que ni las terminales mediáticas montadas para desmentir los bulos han sido capaces de negar. En la grabación, realizada el 22 de febrero pasado, se contempla una escena en la que el presidente del gobierno desciende de un avión privado -al menos en esta ocasión no utilizó el Falcon para un acto de partido- que acababa de tomar tierra en el aeropuerto santiagués de Lavacolla, viaje programado para asistir a la presentación de Gonzalo Caballero como candidato del PSdeG a la presidencia de la Xunta de Galicia.

En el documento gráfico se aprecia como de la pequeña aeronave descienden siete viajeros entre los que figura el señor Sánchez. Nada extraño, pero lo que llama poderosamente la atención es que, además de contar con los preceptivos vehículo y dos motoristas de la Guardia Civil, se formase una impresionante comitiva de nueve automóviles, séquito desmedido y mucho más propio del cortejo de un jefe de estado, una cohorte Real desmesurada para semejante ocasión y sin que podamos siquiera imaginar quienes viajaban en tantos coches ni qué necesidad había de tanta parafernalia.

Hace mucho que no nos sorprende la megalomanía de un Sánchez que a veces parece considerarse a sí mismo más como el presidente de una ilusoria república que como el jefe del ejecutivo de un estado democrático que se asienta sobre la base de una Monarquía Constitucional. Un Sánchez que en más de una ocasión ha demostrado muy poco aprecio por la Corona y el Rey, único jefe del estado mal que le pese, con el que no pocos creemos que a veces trata de competir al menos en cuanto a protagonismo. Desde llegar muy tarde a una reunión con el Monarca sin razones ni verosímiles ni justificables, desde programarle un viaje a Cuba porque parecía estorbarle tras unas elecciones generales para hacer de su capa un sayo y suplantarle entrevistándose con los distintos líderes políticos antes de ser designado candidato por Su Majestad, o desde no contar con él para la Cumbre del Cambio Climático, hasta quitarse de en medio en muchos actos con asistencia del Rey. Estos y otros son los desprecios, que algún malpensado consideraría calculados y planificados, de Sánchez a la Corona, en perfecta sintonía con su socio Iglesias.

El último desaire fue su ausencia del funeral por las victimas del COVID, celebrado en la catedral de La Almudena,  en el que la única representación del gobierno fue la vicepresidenta Carmen Calvo y acto solemne al que la misma TVE que retransmitió con todo lujo de detalles el traslado del féretro de Franco, le prestó la misma atención que su señorito, ninguna. Cierto es que no se trataba de un funeral de estado pero había sido invitado para acompañar al Rey y se excusó, torpemente, alegando estar en Portugal cuando podía haber llegado a tiempo sin problemas de haber querido. Se podrá alegar que España es un estado aconfesional, pero una ceremonia  fúnebre es una muestra de respeto hacia los muertos, cualquiera que sea la confesión que la celebre. Desde Felipe González hasta Rajoy, todos los presidentes han asistido a estos eventos sin que se les cayera ninguno de los anillos que su alta alcurnia les confiere. Hasta Zapatero tuvo la gallardía de soportar pitos e improperios en ocasiones semejantes; pero Sánchez es de otro mundo, tan superior que jamás se dignó visitar un hospital o una residencia de ancianos. "Todo para el pueblo pero sin el pueblo" era el lema del Despotismo Ilustrado, pero a este déspota sin ilustrar no le debe gustar que la plebe siquiera le pueda manchar el traje. Lo que aquí se trasluce es lo mismo que vimos cuando vestía corbatas de colores en plena pandemia, cuando se negaba a declarar luto oficial o cuando ocultaba, y sigue ocultando, las imágenes de los muertos en sus ataúdes. El mismo Sánchez que sí supo felicitar el Ramadán a los musulmanes, el mismo que en su día dijo a un gobierno anterior que debería celebrase un funeral por cada una de las mujeres fallecidas a causa de la violencia machista.

Pero, sobre todo, es el mismo Sánchez al que parece satisfacerle muy poco que le saquen fotos cerca del Rey de los españoles.

Como dijera Romanones ¡Qué tropa, joder qué tropa!