Érase una vez que, encontrándome yo en los Estados Unidos, en una reunión me definí como “spanish”, término que ellos traducen por lo mismo que nosotros conocemos como “hispano” y en una sociedad tan racista como es la norteamericana pronto capté que el término no parecía gozar de muchas simpatías entre quienes me escuchaban. Alguien me advirtió de que sería mejor que me presentase como “spaniard”, palabra que, al parecer, identifica mejor lo español de España y tiene una connotación más tolerable para ellos.
"Hispano", para los gringos, suena a barrios bajos, a puertorriqueños como de los de aquella gran película, “West Side Story”, algo parecido a lo que nosotros, que también tenemos nuestro aquel y nuestras ridículas fobias, muchas veces calificamos como “sudacas”.
En el enorme Continente americano se hablan muchos idiomas: el inglés, el español y el portugués son los mayoritarios, aunque el francés también está bastante extendido, sobre todo por ser la lengua oficial de la provincia canadiense de Quebec, la del territorio francés de ultramar conocido como Guayana Francesa (permítaseme la licencia, pero no puedo menos que recordar aquí aquella extraordinaria novela, un best seller de Henri Charrière, Papillon, ambientada en ese lugar) y la de Haití, además del neerlandés que se habla en Surinam y sin olvidar las muchas lenguas autóctonas que no pocos utilizan.
Desde Méjico hacia el sur, pasando por América Central y el Caribe, hasta llegar al Cabo de Hornos en el extremo meridional del Continente, diecinueve países tienen como idioma oficial el español; un total de 414 millones de americanos son hispano parlantes que, en su conjunto, forman una región cultural a la que llamamos Hispanoamérica. Si a estos les sumamos los 208 millones de brasileños que hablan el portugués, todos ellos conforman una región lingüística en la que se hablan las lenguas iberorromances de la antigua Iberia; es lo que conocemos por Iberoamérica. Y si le añadimos a todos ellos los casi 16 millones que se comunican en francés, topamos con el concepto étnico-geográfico aparecido en el siglo XIX, que identifica a todos aquellos americanos que hablan un lenguaje de origen latino y que conforman así lo que conocemos como Latinoamérica.
Soy consciente de no haber aportado nada nuevo al conocimiento de las lenguas de América, pero si lo he traído a colación es para tratar un hecho que me parece significativo: Nadie, al menos que yo sepa, en los países hispanoparlantes, se reconoce como hispanoamericano. Todos se autodenominan latinoamericanos, sin que el vocablo iberoamericano parezca tener tampoco mayor aceptación, de tal modo que ya hasta nosotros lo hemos asumido y, quizás a nuestro pesar, solemos referirnos a ellos con el otro y más extendido común denominador. Es cierto que son “latinos” pero algún fundamento tiene que haber para que no les agraden otras expresiones también igual de veraces, sin que ninguna sea excluyente de las otras, y siendo Hispanoamérica la que con diferencia aporta mayor número de almas a dicha comunidad.
A mi solo se me ocurren dos posibles razones para que todo esto haya sucedido:
. La primera no es otra que aquella con el que comenzábamos este artículo. EEUU es el sueño de muchísimos americanos de tantos países que moran al sur de El Paso y del Rio Grande, “Latinoamérica” es para USA su patio trasero y todos viven pendientes del “Gran Hermano”, del hermano mayor que es la Norteamérica a donde ansían emigrar, muchas veces con grave riesgo para sus vidas. Y si para el “Big Brother“ el término “hispano” es peyorativo, cómo van a emplear ellos el apelativo que contiene esa locución.
. Otro motivo bien pudiera ser culpa de los propios e insondables misterios de nuestra particular idiosincrasia, tal vez de la privativa idiocia de algunos. La historia negra de España fue una idea y una patraña medieval creada interesadamente por nuestros entonces envidiosos enemigos acérrimos, sobre todo los británicos. Pero nosotros no hemos dejado de contribuir a su difusión, desde fray Bartolomé de Las Casas en el siglo XVI hasta la actual extrema izquierda española, desde un mamarracho llamado Nicolás Maduro (por sus venas corre alguna sangre española, según él mismo dijo) hasta los independentistas catalanes que no cesan de abrir seudo embajadas por el mundo sin que la tontuna de nuestros gobiernos sea capaz de evitarlo. Todos se dedican a divulgar “patrióticamente” y entre otras, la falacia de que nuestra obra en América fue cosa de genocidas y de que, además, no hemos cambiado en nada, con ese cainismo tan típicamente español del que suelen hacer gala nuestros más eximios nacionalistas excluyentes. Y así es como recogemos los frutos de nuestras torpezas.
No sé si habrá otras causas pero puede que las haya. Cada cual puede añadir las que le parezca.