El mismo día en que se conmemoraba la festividad de nuestra Patrona, la Santísima Virgen del Pilar, celebrábamos la Fiesta Nacional de España y el día de la Hispanidad, fecha que todos los españoles de buena fe hemos solemnizado, pues no en vano el común de la ciudadanía se siente orgullosa, tanto de su pertenencia a la nación española como de su obra durante los siglos dorados en que el sol no se ponía en el reino de nuestra Corona.

El 12 de octubre fue un bonito día festivo  en toda España, de modo muy especial en Aragón y en la ciudad de Zaragoza donde, a pesar de existir aún muchas restricciones a causa de la pandemia del Covid, al fin se pudieron llevar a cabo ciertas actividades aunque con las limitaciones necesarias.

La también reducida, por las mismas razones, parada militar, con la inestimable presencia de Sus Majestades los Reyes y la posterior recepción en el Palacio Real, fueron la guinda que dieron el debido esplendor a tan señalada fecha.

Tanto la Corona como el pueblo supieron estar a la altura de las circunstancias, pero, como es habitual, quien volvió a fallar fue la clase política en general y la de izquierdas y los nacionalismos en particular. Nuestros mandatarios, los presentes con sus indisimulados rencores y rencillas, y los ausentes en rebeldía, con sus abyectos mensajes desde la lejanía, casi todos parecían querer darnos un golpe en el bajo vientre de la patria.

Tampoco parece que en Hispanoamérica hayan mostrado gran entusiasmo, pues hace tiempo que la leyenda negra caló en sus sociedades y la actitud de sórdidos personajes como Nicolás Maduro en Venezuela o López Obrador en Méjico entre otros, han contribuido sobremanera a que la iconoclastia antiespañola se extienda por ambos hemisferios del continente americano, algo a lo que también colaboró un ridículo Biden celebrando, sin rubor y con el mayor cinismo, el día del indigenismo, en un país cuyos antepasados sajones diezmaron a la población nativa y aún hoy los mantienen aislados en sus reservas, mientras tampoco muestraba la menor vergüenza por el maltrato que durante siglos han dispensado a la población negra, racismo y xenofobia que aún no han sido totalmente erradicados.

Claro que, con las políticas cainitas de nuestra actual clase dirigente, con la actitud repugnante de tantos políticos enemigos de España incrustados en el sistema que nos gobierna, con el ejemplo que dan y el mensaje que difunden, poco más podríamos esperar. Y es que ésta es la clase política que hoy tenemos que sufrir.

Por eso, hermosos y emocionados discursos como el del Senador de Uruguay, don Guillermo Domenech que aquí reproducimos, solo pueden provocarnos gozo y satisfacción.

Como hemos podido oir, estas preciosas palabras del Senador uruguayo fueron remitidas a la Embajada de España en Montevideo, un bello discurso que lógicamente habrá llegado a conocimiento de un palacio de la Moncloa que lo ha ignorado, y no es que ello nos produzca sorpresa.

Muy pocos medios de comunicación, casi ninguno de nuestros políticos, han sido capaces de hacer una loa semejante a la Hispanidad ni difundir aquella entre nosotros. De no ser por YouTube, nadie hubiera tenido noticia de tan lindas frases de don Guillermo. Eso es lo que tenemos hoy en este bello y noble país de abnegada gente honrada y trabajadora, hasta ahora llamado España.

Gracias, don Guillermo Domenech, y que Dios le bendiga.