Cuando dio comienzo la pandemia, o al menos cuando todos los españoles empezamos a darnos cuenta de la magnitud del desastre, cuando fuimos conscientes de  la emergencia sanitaria y de lo que acabará siendo una crisis financiera sin precedentes a nivel mundial, expresamos en este blog nuestra voluntad de ser lo más asépticos posible y apoyar todas las medidas que se hubieran de tomar por los responsables de nuestro gobierno, tratando de no ser excesivamente críticos con las decisiones que el ejecutivo se viese obligado a adoptar.

Algo parecido debieron pensar las formaciones políticas de corte liberal, que han mostrado una prudencia poco habitual por parte de cualquier oposición en casos semejantes. No tan comedidos han estado aquellos otros partidos que de un modo u otro han apoyado, o al menos propiciado, que la coalición socialcomunista pudiera formar gobierno, pero esa es una batalla perdida por el ejecutivo que pareciera considerar que esa derrota ante el independentismo le resulta rentable y con eso le basta. Ni siquiera el grupo que forma la alianza con el partido mayoritario ha presentado su cara más discreta y tampoco han faltado sus deslealtades, sin que eso inquiete lo más mínimo al presidente.

Sí, todos los habitualmente críticos con el gobierno de Sánchez hemos tratado de contenernos, de ser cautelosos en el análisis aunque yo reconozco que no siempre lo he conseguido. Y a que no nos hayamos podido contener siempre, ha colaborado afanosamente el propio gobierno. Tampoco la postura prudente que, con lealtad, han observado los partidos de la oposición parece que vaya a seguir mucho tiempo ni que continúen moderando su discurso. No, lamentablemente han sido la actitud y la falta de aptitud del propio gobierno las que acabarán por provocar que los paños calientes acaben convirtiéndose en gélidas reprobaciones.

Y no es solo por la dolosa imprevisión, no es únicamente por la negligencia exhibida hasta que transcurriera el 8M, y tampoco solo por la ineficiencia en la gestión del problema y la acumulación de recursos -acaba de llegar una segunda remesa de test que tampoco son fiables sin que nadie quiera o sepa decir quien es el proveedor contratado-. Y ya veremos si todo ello no acarrea responsabilidades penales que a mi, aun siendo lego en leyes, me parecen suficientemente evidentes.

Lo imperdonable es que se pretenda descalificar la gestión de la presidenta de la Comunidad de Madrid, que llevaba alertando y pidiendo ayuda desde hacia mucho tiempo sin ser oída. Lo inexcusable es que se intente culpar a los anteriores gobiernos de la misma Comunidad por su gestión y por unos supuestos recortes, que no son tales, en la Sanidad. Y todo mientras se pide a la oposición comprensión y lealtad.

Lo inaceptable es que se utilicen constantemente ruedas de prensa sin preguntas o con interpelaciones amañadas, y que cuando el 90% de los periodistas firmen un manifiesto de protesta, el Secretario de Estado para la (des)información les vetara absolutamente todas los siguientes interrogantes por ellos formulados. El señor Sánchez solo entiende sus comparecencias como mítines políticos de autoensalzamiento que es lo único en lo que son maestros.

Lo inadmisible es que el vicepresidente segundo, saltándose la cuarentena a la que debiera estar sometido, salga periódicamente a darnos lecciones de democracia y para anunciarnos medidas económicas propias de las dictaduras que le inspiran y que, por ende, sean las que está logrando imponer frente al modelo que, dicen, defiende la Ministra Calviño. Políticas económicas de un gobierno dividido, como poco, en tres facciones, medidas como algunas de las que -sin siquiera tener presupuestos- ya han llevado a cabo, disposiciones gravosas para los autónomos,  providencias e intervencionismo puro que amenazan con arruinar empresas y elevar el paro a dimensiones estratosféricas,  decisiones que, en fin, no han hecho más que aumentar la deuda que ahora nos hará mucho más difícil luchar contra la espantosa crisis económica que se avecina. Políticas que son las que han hecho que otros países con unas directrices económicas más sensatas se hayan negado en principio a prestarnos ayuda, por mucho que aquí nos los hayan querido presentar, solo, como gestos de insolidaridad aunque algo de eso haya también.

Son inexcusables demasiadas cosas, tantas que si las citásemos todas convertirían este articulo en interminable pero, en definitiva, lo que no se debiera consentir de ninguna de las maneras es que ante la peor catástrofe humanitaria desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, frente a la terrible emergencia sanitaria que amenaza con casi diezmar la población, a estos patibularios lo único que les preocupe es hacer todo lo posible para seguir manteniéndose en el poder cuando amaine al menos la enfermedad, porque la economía está claro no lo va a hacer. Pablo Iglesias es un peligro con coleta, una amenaza que sabe que su revolución totalitaria solo puede triunfar, como todas las anteriores habidas en el planeta, aprovechando una situación de caos y a tal se apresta si nadie le para los pies. Y a ello parece que le quiere ayudar, ¿quién iba a ser?, el Presidente.

Por mí se les acabó la tregua si es que algún día se la concedí. Decía Groucho Marx que "es mejor estar callado y parecer tonto que hablar y despejar todas las dudas definitivamente" a lo que yo añadiría que esas dudas las deberían despejar ellos desde los bancos de la oposición.