Imprevisión, improvisación e ineficiencia han estado y están detrás del modo en que se sigue gestionando la histórica crisis del COVID-19 que amenaza con desolarnos. Desacertada gestión que ha estado detrás del erróneo hacer de muchos gobiernos, no solo del español por mucho que este sea el que a nosotros nos preocupa, la administración del estado que ya antes nos transmitía malas vibraciones y que ahora nos ha terminado de decepcionar al no impedir que nos situemos entre los tres países del mundo más afectados por el coronavirus, colocándonos entre los primeros de tan infausto ranking y, para colmo de males, ocupando el primer lugar indiscutible en cuanto a personal sanitario contagiado además de la peor relación de fallecidos con respecto a la población.

Empieza a haber ligerísimas muestras de que hemos podido alcanzar el vértice o la meseta de la curva, fervientemente esperamos que así sea y tampoco es descartable que otros países que, por ahora, van por detrás en esta tétrica clasificación, nos alcancen e incluso superen nuestras malditas marcas, pero eso no podría evitar que sigamos desconsolados por la pésima actuación de quienes pilotan nuestra nave.

Afortunadamente, al menos, esta pandemia  ha llegado en un momento en que la medicina ha alcanzado altos niveles en cuanto a tratamiento e investigación, infinitamente superiores a los del siglo XIV cuando la peste negra hizo estragos -las estimaciones cifran en unos 25 millones los muertos de una población mundial  que entonces era veinte veces inferior a la actual-. Los investigadores darán con la solución más pronto que tarde, pero no queremos imaginar lo que este coronavirus hubiera provocado en aquellas circunstancias.

Hay algo que la medicina no puede evitar, y es que existe otro virus, el que ataca al cerebro, frente al que la ciencia médica no puede hallar remedio. El bacilo que produce la estulticia y la falta de nivel de muchos gobernantes actuales, el microbio quizás comparable al que afectaba a muchos de aquellos reyezuelos medievales, la bacteria que provoca la escasa talla mental de la mayor parte de la clase política de nuestro primer mundo, pues la del resto ya se daba por descontada. Mucho ha bajado el nivel en los Estados Unidos desde  Lincoln, Eisenhower o Kennedy hasta un tal Donald Trump, desde la Gran Bretaña de Winston Churchill a la de Boris Johnson, desde un presidente italiano como Sandro Pertini a ministros tan ridículos como Salvini. Un mundo plagado de Bolsonaros, AMLOs, Varoufakis, Tsipras, Evos Morales, Kirchneres, etc., etc. Y qué decir de los nuestros, desde don Emilio Castelar o Canalejas, desde los extraordinarios políticos españoles que gestionaron la Transición del 78, hasta la mediocridad de gran parte de los actuales parlamentarios, muchos ayunos de erudición y bastantes de ellos mostrando auténtica falta de respeto a los españoles con su aspecto desaliñado y estilo macarra dentro de la Cámaras. ¡Cuánto ha tenido que sufrir la Cataluña que inició la última andadura democrática con Tarradellas para acabar con Torras y Rufianes varios! Hay excepciones, por supuesto, pero la medianía abunda demasiado. Evitaré dar más nombres pero todos son fácilmente localizables y conocidos.

Es un problema que trasciende las fronteras y  no se me ocurre otra explicación que la de que estamos sufriendo una crisis de valores a nivel mundial, solo comparable a la pérdida de moral, orgías incluidas, que fue unas de las causas del fin del Imperio Romano, quizá la principal. Tal vez la globalización ha podido tener algo que ver en ello pero lo cierto es que tan imbécil puede ser un australiano  como un danés o un californiano que lo sean. Quizá la tecnificación, el consumismo, el estado de bienestar, un narcisista culto a la personalidad y a la propia imagen, el creernos invencibles e inmunes, entre otras causas, están conduciendo al mundo a esta situación en la que los valores humanos han pasado a segundo o tercer plano.

A la vez, aquí, el gobierno socialcomunista sigue con su cantinela: en los próximos días se va a…, está previsto que…, en breve vamos a…; y entretanto, seguimos careciendo de gran parte de los más elementales medios necesarios para combatir la epidemia, más de dos meses después de que la OMS declarase el estado de alerta, mientras aquí tocábamos la flauta y luego el gobierno asumía torpemente el mando único  a la vez que impedía a las autoridades autonómicas actuar y adquirir material sanitario, atacando de modo preferencial a la Comunidad de Madrid, objetivo prioritario, a la que nunca han prestado la menor atención ni antes ni después. Eso sí, siguen siendo maestros en lo único que saben hacer bien: poniendo a trabajar a TVE a su favor y contra sus no adeptos (incluso emitiendo series de humor de muy mal gusto sobre el coronavirus), y a gran parte de los demás medios, sus afectos, sobre todo televisivos y principalmente La Sexta,  a defender sus posturas a calzón quitado, a culpar de todos los males a la falta de colaboración de una oposición que es en la que se han tenido que apoyar para sacar adelante sus propuestas sobre el estado de alarma; empecinados en hacer lo que mejor saben que no es otra cosa que hacer oposición,  aunque sea contra la oposición.

Continúan con la desfachatez de seguir intentando activar una renta mínima vital permanente, una prestación que saben imposible y más con la que se avecina, al menos si no se eliminan otras prestaciones, renta que es la gran meta que propone un Pablo Iglesias envuelto en su piel de cordero, en su capa de liberador con sus propios objetivos bien definidos. En el Parlamento, Sánchez ha tenido el descaro de decir que España es el país que más drásticamente ha gestionado la crisis. Sí, no se rían, es cierto. En el mismo Parlamento en el que Adriana Lastra atacó e injurió a la oposición mientras proponían unos nuevos "Pactos de la Moncloa" que de ningún modo desean pues todo es impostura; todo es una farsa, saben que esos pactos son imposibles mientras no rompan con sus aliados; todo es una comedia porque de ningún modo piensan pactar nada con la oposición; solo intentan tener la posibilidad de eludir el bulto en lo posible y compartir, con sus rivales políticos, las responsabilidades que solo a ellos pertenecen, como gobierno que son, cuando la crisis sanitaria amaine. Demasiado evidente.

Pide ser avalado y comprensión ante la grave situación que atravesamos, el mismo partido que hizo cercar las sedes de otro tras los atentados del 11M, los mismos que entraron a cuchillo con el accidente del Jak-42, con el desastre del Prestige o con la epidemia del ébola que solo causó la muerte de dos misioneros que vinieron enfermos de África y el sacrificio de un perro. La misma izquierda que organizó una protesta en Sevilla cuando el PP ganó las elecciones andaluzas. Piden lealtad, responsabilidad y sentido de estado quienes no saben qué es eso.

Confiamos en que se cumpa el proverbio de que no hay mal que cien años dure. Mientras, nosotros seguiremos diciendo: ¡Viva España y viva el Rey! La España que no dudan en quebrar y la monarquía que les estorba.