No hace mucho tiempo, el controvertido hispanista Stanley G. Payne afirmó que algunos problemas de España nacen de la tergiversación de la Historia y de su excesiva descentralización, a lo que añadió: "es el único país en el que parte sus escritores, políticos y activistas, niegan la existencia misma del país, declarando que la nación española sencillamente no existe".

Conocida es también la frase atribuida al artífice de la reunificación alemana, Canciller Otto von Bismark: "La nación más fuerte del mundo es España, lleva siglos queriendo destruirse a sí misma sin conseguirlo; el día que dejen de intentarlo volverán a ser la vanguardia del mundo". Estas afirmaciones pueden ser más o menos verosímiles, pero la actual situación parece darles la razón. Hace pocos años,la tensa coyuntura política con la dificil relación entre los partidos políticos tradicionales, asediados por la corrupción y sus múltiples problemas internos más la crisis económica, condujeron al ocaso del bipartidismo. Donde algunos percibieron un rayo de esperanza, otros advertimos un cambio de ciclo no exento de peligros -estamos viendo como los políticos españoles carecen de cultura de pactos y nuestro Parlamento ya no parece sino un circo romano al que toscas desavenecias llevan demasiado tiempo paralizando e impidiéndole ejercer como tal Cámara legislativa y es que el Cogreso parece una jaula de grillos impropia de un país serio-.
Mientras en algunos países florecía la extrema derecha, en España surgieron, entre otras, corrientes cuyos objetivos, confesos, son derribar el régimen constitucional que nos proporcionó los mejores años de nuestra Historia y traer la república -bolivariana, claro- y se fanatizó un, apostado al acecho, nacionalismo abducido, en parte con el amparo intelectual de los anteriores. Añádanse el exceso de sectarismo, la peligrosa equidistancia progre, el relativismo de tantos otros, una pléyade de opinadores prosélitos jactándose de su desafección por su nación, la profusión de ignaros indocumentados que tachan de genocidio la obra de España en el mundo más otras infamias entre las que no faltan ni los brotes antisistémicos ni los fascistoides, sin excluir los numerosísimos casos de corrupción, política y no política, y nos topamos con un panorama descorazonador. Solo nos queda mantener la confianza y esperar que, como predijo Bismark, España siga siendo fuerte; y es que más nos vale.