Cuando se acercan elecciones cada partido empieza a caldear la o las campañas. Es la época de las promesas electorales, aunque siempre olvidan presentar su cuenta de resultados, ese balance que los ciudadanos tenemos la obligación de pedirles y algo que casi nunca hacemos. Existen, sobre todo en la izquierda, muchos votantes chauvinistas  dispuestos a admitir todo a los suyos. Por el contrario, el votante de corte liberal suele ser más exigente; un error de la derecha puede causar su debacle en unas elecciones (de los 89 escaños que obtuvo el PP en las últimas generales bajó hasta una previsión de 66 tras el feo asunto Casado/Ayuso), mientras que, después de  tantas e incontables falacias de Sánchez, las encuestas aun le sitúan en cifras que rondan los cien escaños, fechorías del CIS aparte.

Sánchez, sabiendo que eso es así, y siendo cierto que cada vez quiere ocupar y ocupa más el territorio de la extrema izquierda, sabe también que sus errores los acabarán pagando más los comunistas que él, que se traviste de moderado ante los suyos, esos fieles que acabarán culpando a aquellos de las ignominias del sanchismo porque piensan, estultos ellos, que ¡qué otra cosa podía hacer él! Sánchez se comporta como si acabara de llegar y solo se preocupa de prometer. Los aspirantes al título deberían ser los únicos que hicieran promesas -que ya veríamos si las cumplen-, pero lo que al gobierno le corresponde sería enunciar sus logros, de haberlos, y comprometerse a seguir por la senda de la mejora; pero ¿de qué puede presumir el PSOE que no sean falsedades?

Para eso ponen en marcha el muy eficiente aparato propagandístico socialista y prometen incluso aquello que ya se prometió hace cinco años y que no se hizo ni, por supuesto, Sánchez piensa hacer ahora.