Durante el denominado bipartidismo, los dos grandes partidos aún hoy mayoritarios a pesar de todo, el Partido Socialista Obrero Español, PSOE, y el Partido Popular, PP, dominaron claramente la escena política y aunque ciertamente existían otros grupos, el peso especifico de estos era mucho menor y los dos grandes se alternaban en el poder con apoyos puntuales de los minoritarios, sobre todo de unos nacionalismos periféricos que, si bien a muchos nunca nos parecieron muy de fiar, aun no habían mostrado, tan claramente como ahora, la patita por debajo de la puerta.

El PSOE concentraba casi todas las fuerzas de izquierda  (Izquierda Unida se desangraba a borbotones) y en el PP se refugiaban la mayoría de las ideologías moderadas, desde el Centro hasta la derecha radical. Al socialismo le saldría una dura competencia por su izquierda con el comunismo de un Podemos que incluso creyó que podía dar el famoso sorpasso al PSOE, tal fue la fuerza con la que irrumpió en escena. Por esos tiempos también creció con éxito en Cataluña el movimiento Ciutadans, o Ciudadanos, como opositor del soberanismo  independentista, con tan prometedores resultados que les hicieron creer en sí mismos y lanzarse a la arena política nacional donde también empezarían cosechando notables logros, que por ahora parecen haber remitido considerablemente.

El Partido Popular, que con José María Aznar alcanzara sus máximas cotas políticas además de notables avances económicos en España y el mayor relieve de la historia del país en el plano internacional, acabaría siendo devorado por la soberbia de su líder, su complicidad con George Bush y por los múltiples casos de corrupción en el partido, podredumbre que por razones difíciles de interpretar causa mucho más daño a la derecha que a la izquierda y a cualquier nacionalismo, pero sobre todo fue castigado a causa de la pusilanimidad de sus sucesores, timoratos y acomplejados, incapaces de actuar según criterios liberales claros, incluso acomodándose a algunas de las medidas de Zapatero, imaginando que con paños calientes todo se podía lograr, y confiando en que las pocas mejoras económicas alcanzadas serían suficientes para mantenerse en el poder. Uno de los frutos de tanto error fue el nacimiento de otra formación política, Vox, que ha acabado por hurtarle los votos de los desencantados y más radicales electores de la derecha.

La atomización del panorama político y el encarnizamiento cainita entre los partidos de carácter nacional han convertido a España en un estado aquejado de una gran debilidad gubernamental, el momento idóneo para que el soberanismo obtuso y fanático aprovechara el momento propicio para avanzar en sus zafios objetivos y que algo como aquello en lo que fracasara estrepitosamente Ibarretxe en el País Vasco, esté fructificando ahora en Cataluña, favorecido por esa extrema flaqueza del ejecutivo que ahora padecemos.

Parece claro que tanto el Partido Popular como el PSOE tienen al menos dos almas, y bien digo al menos porque pudieran ser más; tras el congreso de 1.989, el PP  se convirtió en un partido más centrista e inspirado en los valores del humanismo cristiano, pasando a estar más próximos a la ideología centrista de la extinta UCD de Adolfo Suarez, que a la primitiva doctrina conservadora de la Alianza Popular de Manuel Fraga, aunque el partido haya amparado en su seno desde líderes con cierta proximidad a la socialdemocracia hasta otros bastante más conservadores, y también ha contado, entre sus votantes, con simpatizantes, más o menos encubiertos, del antiguo régimen franquista que nunca tuvieron influencia alguna en las políticas de la formación.

El PSOE recibía votos de izquierdistas de toda condición, con la excepción de aquellos que votaron siempre al Partido Comunista de Santiago Carrillo, de Julio Anguita y finalmente a una menguante Izquierda Unida. Pero el socialismo español tiene una historia a cuestas que es la que parece aflorar después de terminada la época socialdemócrata  europeísta y pro OTAN de Felipe González. Y es que creo que, definitivamente, hay que concluir que lo de Felipe González fue un paréntesis en la historia del socialismo español. El felipismo, la era de Alfonso Guerra, de Corcuera, de Joaquín Leguina, de Redondo Terreros e incluso de Rosa Díez, todo ha quedado para la historia y el recuerdo. En el Congreso de Suresnes de 1.974, González se impuso a un Rodolfo Llopis que, sin ser tampoco extremista, representaba más y mejor el pasado del partido. González fue elegido Secretario General y pronto comprendería bien lo que la Europa del momento demandaba del socialismo moderno. Atrás quedaba el PSOE de las checas, el que dejaran en herencia Indalecio Prieto, Juan Negrín o Julián Besteiro, algo más moderados que un revolucionario radical como Largo Caballero, este más extremista que los propios comunistas de su época, el Largo Caballero  que estuvo detrás de la revolución de octubre del 34 y el que deseaba una guerra civil que creía podrían ganar con facilidad pues, al menos él pensaba y no sin falta de razón, que para instaurar un régimen totalitario de tal calibre, para que llegara su ansiada revolución, lo normal e imprescindible era alcanzar el poder a través de un conflicto violento.

El siguiente a González en gobernar España al frente del PSOE fue el líder socialista  José Luis Rodríguez Zapatero, el mismo ZP que hoy se ha convertido vergonzosamente en el mayor valedor de Nicolás Maduro con el pretexto de fomentar un imposible diálogo y  negociación (¿les suena?) entre el sátrapa y la fuerzas democráticas de Venezuela, el Zapatero que aprendió economía en dos tardes, el Rodríguez del cheque bebé y el Plan “E” o el José Luis del “Pascual, manda el Estatuto catalán que te dé la gana que aquí se te aprobará”. El mismísimo que frivolizó al inventar un hueco, fracasado y ya olvidado, Pacto de Civilizaciones, el del caso Faisán y el que dejó a España al borde de la quiebra con el mayor numero de parados de su historia, mientras presumía de estar en la Champions League de la economía, ese era y es, José Luis Rodríguez Zapatero.

Zapatero ya nos dio la pista clara de que la época del socialismo de líderes con la cabeza bien amueblada podía pasar a la historia. Un famoso opinador llegó a titular uno de sus artículos: “De Largo Caballero a Corto Zapatero”, se pueden imaginar por qué. Creo que ahora bien podría encabezar otro con “Tras Largo Caballero y Corto Zapatero llegó el Ancho Sánchez a quien ya vemos el plumero”.

Como un gran saco de boca muy ancha podríamos definir la ideología -si es que tienen alguna- del actual jefe del ejecutivo español y de su asesor áulico Iván Redondo, el ideario del todo vale con tal de que beneficie mis intereses. Desde reunirse con un presidente autonómico inhabilitado dándole tratamiento de jefe de estado extranjero, hasta querer cambiar el código penal por la puerta trasera y sin la intervención del Parlamento, todo para satisfacer a unos golpistas condenados y solo para obtener sus apoyos al igual que los de los proetarras de Bildu. El narcisista mentiroso compulsivo al que pactar con su rival comunista totalitario le quitaría el sueño pero que acabó durmiendo con su enemigo, valga el símil cinematográfico. Tantas y tantas cosas, tan de sobra conocidas que ya no merece la pena seguirlas repitiendo pues solo conseguiríamos alargar este artículo innecesariamente.

Se podía o no compartir algunas de las filosofías de Felipe González porque en eso consiste la democracia, en contrastar diferentes puntos de vista y teorías políticas, pero siempre desde el mayor respeto y tolerancia. González cometería, como todos, muchos errores, algunos muy graves, pero siempre se quiso mover dentro de los límites de la Constitución, con el máximo respeto a las instituciones  y  firmeza e ideas claras respecto al separatismo, sin tratar de pervertir las leyes mediante atajos legales y con el mayor acatamiento a la justicia. Todo lo contrario de lo que el  sanchismo huero y su caterva de lameculos parecen querer engendrar.

Sí, definitivamente parece tal cual el felipismo hubiera sido la excepción y ahora alguien pretendiera recobrar el espíritu largocaballerista y guerracivilista de los tiempos del Frente Popular en la Segunda República. No esperen otra cosa porque no es posible.

Y termino como empezara, con El largo, el corto y el ancho, porque puestos a seguir buscando símiles cinematográficos, recordaremos el título de la película dirigida por Sergio Leone con música de Ennio Morricone El bueno, el feo y el malo, pero con el inconveniente de que en nuestro trío no encontramos ninguno a quien pudiéramos asimilar al bueno.