Hace pocas fechas celebrábamos el día de la Hispanidad, 12 de octubre, festividad de la Virgen del Pilar, como muestra de la unión que debe existir y existe entre los países de influencia hispana. Hispanoamérica compone la mayor parte de Latinoamérica e incluye a los diecinueve países cuyo idioma materno es el español y que pertenecieron al imperio de España durante varios siglos; sin embargo, parece como si en determinados lugares de Norteamérica los españoles fueran quizá más apreciados al observar, por ejemplo, como los navíos que surcan el Misisipi portan bandera española o que Bernardo de Gálvez está considerado como un héroe de la Historia de Norteamérica por su contribución a la independencia de ese país.
La “Leyenda negra” que por defender sus propios intereses comenzaron a difundir otras potencias europeas, sobre todo los británicos, se tradujo en que la obra de España en América no goce en ocasiones del merecido reconocimiento, y tampoco faltan voces miserables de españoles que, aprovechando las tribunas de que puedan disponer practican el cainísmo, tildando el comportamiento de España como genocidio, aunque solo demuestren con ello una supina ignorancia, aderezada con variadas intenciones espurias de política arrabalera, algo cada vez más común en este país de contrastes a veces difíciles de comprender.
La Monarquía Hispánica era, en los siglos XV y XVI, la primera potencia mundial y tal vez por ello fue la primera en llegar al nuevo Continente, aunque pronto empezarían otros a alcanzar sus costas. Si Colón no hubiese sido el primero, otros europeos lo hubieran hecho antes o después; de lo contrario, los nativos americanos hubiesen tardado mucho en quitarse el taparrabos. Europa era lo que entonces representaba la modernidad y esa modernidad, bien que a la fuerza, empezó a entrar en América a través de las naves procedentes del continente europeo, aunque a cambio diese comienzo un no pequeño expolio de unas riquezas que ellos mismos probablemente desconocían. Un puñado de españoles, apenas unos miles, colonizaron el inmenso continente americano de norte a sur y de costa a costa y es materialmente imposible que un número tan escaso de conquistadores masacrara a tantísimos indígenas como se ha llegado a decir.
Desde luego la Edad Media fue una época en la que imperaba la violencia en el mundo y no podemos juzgar la vida medieval con los criterios actuales; entonces se vivía indistintamente en paz o en guerra dependiendo del momento y a nadie parecía extrañarle eso porque formaba parte intrínseca de la existencia. Esa es la realidad, unos invadían a otros a fin de incrementar sus dominios, luchaban por una disputa dinástica, por una trivialidad étnica u obligados por unas alianzas que podían ser cambiantes a lo largo del tiempo y a veces los varones se alistaban en las tropas de uno u otro señor a falta de otros medios de subsistencia.
Es en la época medieval, de imperialismos existentes o nacientes, cuando se inicia la conquista de las Américas, lugar en el que sus habitantes también tenían una cultura de guerra que emplearían para oponerse con todas sus fuerzas a lo que consideraban una invasión inaceptable. Una civilización primitiva en la que se ofrecían sacrificios humanos a sus dioses hasta que los conquistadores lograron abolir dichas prácticas. Todas las colonizaciones y expansiones imperialistas que han existido en la historia del mundo, que han sido muchas, se han realizado a sangre y fuego. Griegos, persas, cartagineses, romanos, Alejandro Magno, árabes, otomanos, zaristas rusos, etc., todos extendieron sus dominios a través de luchas encarnizadas con sus colonizados y así continuó siendo a través de los siglos hasta hace no mucho tiempo. Tras tres siglos de dominación romana, España fue ocupada por los visigodos y posteriormente la invasión musulmana duró más de setecientos años; entre todas estas invasiones se conforma el bagaje cultural de la península ibérica que es lo que permanece, a pesar de que también en muchos momentos fueran conquistas con resultados sangrientos.
La colonización española de América no hizo sino seguir la misma senda de las demás, pero, aun así, podemos afirmar que fue más humana o quizá menos inhumana que muchas otras. España hizo lo que ninguna otra potencia europea supo hacer, llevó a América su lengua, su cultura, su religión, fundó universidades y construyó iglesias, gran parte de cuya arquitectura sigue allí presente. Los españoles mezclaron su sangre con la de los nativos, produciéndose un mestizaje que junto con los criollos perdura en sus países además de los descendientes de los antiguos indígenas que siguen siendo multitud. La diferencia con Norteamérica, colonizada posteriormente por los británicos, es palpable ya que aquí no se llegó a producir mezcla alguna de sangre y los indios fueron prácticamente exterminados, quedando solo parte de su descendencia en las famosas reservas. La independencia de Norteamérica fue conseguida por los descendientes de los europeos que allí se establecieron, sin ninguna participación de sus habitantes originales.
Veintiséis Universidades fueron fundadas en Hispanoamérica, de las cuales seis permanecen en activo. Otros dieciocho Colegios Mayores que funcionaron indistintamente como residencias y escuelas universitarias también se crearon, muchos de las cuales siguen en funcionamiento. Muestra de la extraordinaria arquitectura española, religiosa o arquitectónica son, entre otras: Cartagena de Indias en Colombia, Quito y Cuzco en Perú, Potosí en Bolivia, Campeche en Méjico y Antigua en Guatemala, o catedrales como las de México, Puebla, Guadalajara, Medellín, Lima, Santa Ana (en El Salvador), etc.
A principios del siglo XIX, mientras España empezaba a sufrir el despertar de las guerras de independencia americanas, tuvo que librar su propia lucha por la independencia para impedir la dominación napoleónica, lo que no deja de ser una curiosa coincidencia.
A partir de la mitad del siglo XIX, África sería colonizada por potencias europeas (británicos, franceses, alemanes, portugueses, italianos y belgas). Hacia los años sesenta del siglo XX se produjo la descolonización del Continente, dejando tras de sí un panorama desolador; las enormes riquezas africanas fueron esquilmadas y África fue abandonada en la miseria; la inestabilidad política y económica legada fue y sigue siendo enorme y las guerras están asolando los países que se formaron, en muchos casos de modo artificial. Nada excepto el idioma –y no siempre– de sus potencias coloniales heredaron los africanos. Ninguna duda nos queda a los europeos acerca de sus necesidades y ahora estamos sufriendo las consecuencias de aquellos desastres que son los que han acabado ocasionando la actual emigración desmedida e incontrolable.
Algo similar ocurrió con Oriente Medio, el norte, el centro y el sur de Asia –especialmente la India–, el sudeste asiático, Indonesia y partes de China, repartidas entre Rusia, Gran Bretaña, Francia, Holanda, Portugal y Japón. España también poseyó Filipinas hasta que le fue arrebatada por Estados Unidos en el fatídico año del desastre, el 1.898.
Aún a día de hoy, potencias como Gran Bretaña y Francia conservan parte de sus antiguas colonias. Gran Bretaña mantiene 14 territorios de Ultramar más las bases de Acrotili y Dkelia en Chipre y Francia mantiene 11 Departamentos de ultramar con población y 4 sin población. Por su parte USA también tiene 14 territorios bajo su dependencia.
Hemos citado una gran cantidad de ejemplos cada uno de los cuales podría ser objeto de sus propios estudios y análisis, pero solo hemos pretendido presentar una muestra de como, para bien o para mal, se llevaron a cabo las colonizaciones, y que el descubrimiento y posterior expansión del imperio español en América no fue un hecho extraordinario y que, desde luego, no solo no fue nunca peor que los demás casos sino que, con sus luces y sus sombras, obtuvo unos resultados mucho más fecundos que la mayoría de los ellos.
Pero es que, además, España sigue estando muy pendiente de todos los países que forman la comunidad iberoamericana. A nivel oficial el estado español dispone de la AECID, o Agencia Española para la Cooperación Internacional y el Desarrollo y dentro de ella la SECIPIC, o Secretaría de Estado de Cooperación Internacional para Iberoamérica y El Caribe, cuyo plan estratégico contempla textualmente: “Conseguir resultados de desarrollo que favorezcan la reducción de la pobreza, la cohesión social, y la igualdad de derechos de las personas en los países socios el acceso y protección de los derechos esenciales de las poblaciones víctimas de las crisis humanitarias y la construcción de una sociedad consciente de la importancia del desarrollo”. Esta Agencia cuenta con numerosos proyectos en toda Iberoamérica. A nivel privado son cuantiosas las empresas españolas que operan en éste área geográfica creando numerosísimos puestos de trabajo y siendo una fuente de riqueza importantísima para los países más allá de los problemas puntuales que, en ocasiones, se puedan producir.
No terminaremos sin decir que, además, España ejerce de permanente representante y garante de los intereses iberoamericanos ante la Unión Europea.