Nadie (o casi nadie) llama ”partido proetarra de extrema izquierda BILDU”  a este grupo político al que se le podrían atribuir incluso apelativos mucho más gruesos; nadie se refiere a los nuevos pretendientes a socios del gobierno, como el partido de extrema izquierda, el partido bolivariano, el comunista antisistema Unidas Podemos, ni muchos otros calificativos que les encajan como un guante, el partido que saca la cara por Evo Morales, por Maduro y por el castrismo, nadie les llama enemigos de la Monarquía y del  texto constitucional del 78 que quieren derogar -todo él- junto con la bandera y la pachanga “fachendosa” como ellos llaman a nuestro sagrado himno nacional, nadie les tilda de leninistas que es como su propio líder se ha calificado, el Iglesias defensor del referéndum y del derecho de autodeterminación de Cataluña. Nadie (o casi nadie, al menos entre la progresía) antepone el rótulo de golpista o se refiere a Quim Torra y a Oriol Junqueras como los adalides de partidos sediciosos, enemigos de la Constitución.

A decir verdad, uno de los que más calificativos peyorativos ha dirigido a los podemitas ha sido el pretendido doctor y Presidente disfuncional, Pedro Sánchez. Y sin embargo, sin ser  ni Zumalacárregui ni Maroto en Vergara, el tierno abrazo que se dieron él e Iglesias conmovió mi sensible espíritu, mi alma desde entonces en pena por tal causa.

Todos tenemos derecho a cambiar de opinión, por supuesto, pero es que Pedro ha estado oscilando entre el ahora te quiero y ahora te desprecio a Pablo constantemente, demasiadas veces  desde que tuvieron el gusto de conocerse y eso es muy poco serio. Claro que tildar a don Pedro de político formal es algo que pocos en su sano juicio podrán hacer.  Lo más comentado y chusco de su reciente discurso fue decir que pactar con Iglesias y tenerle en su gobierno es algo que no le dejaría dormir ni a él ni al 95 por ciento de los españoles. Espero que sea cierto en lo que a lo suyo respecta y que se pase muchas noches en vela purgando sus pecados, pero me permitirá decirle que debo ser de los que forman parte del 5 por ciento restante, que sus fechorías a mí no me quitan ni un ápice de sueño porque yo, como la mayoría de los buenos españoles, tengo la conciencia muy tranquila y porque además y a pesar del mucho temor que me infunden sus intenciones, quiero creer que España será lo bastante fuerte como para no sucumbir ante sus fechorías, las de sus socios y las de aquellos que con su carísima abstención le van a dejar seguir durmiendo, mejor que fuera velando, en su colchón de La Moncloa. No tardará demasiado tiempo en caerse del guindo con todo su equipo, excelentísimo señor, téngalo por seguro.

Sí, nadie antepone al nombre de  Podemos ni al de otros elementos totalitarios el “título” que les corresponde. Pero tampoco nadie parece atreverse a referirse a Vox con su nombre sin más. Invariablemente se le tiene que denominar como el “partido de extrema derecha Vox”. Siempre. Y ese es un apelativo con el que tampoco es extraño ver señalados a Ciudadanos o al PP. “El trifachito”, ya saben.  Vox es, en efecto, un partido muy de derechas, de derecha radical sí, pero nadie podrá decir jamás que les haya oído identificarse ni con el fascismo, ni con Hitler o Mussolini, tampoco con Pinochet y ni siquiera con Franco por mucho que se les tilde de franquistas. Sus ideas pueden gustar más o gustar menos, a muchos les podrán parecer reprobables, a mi tampoco me gustan bastantes de ellas, pero siempre han dicho defender la Constitución y que quieren cambiar ciertas cosas, quizás insensatas, aunque siempre dentro de la norma suprema del ordenamiento jurídico español, unos atípicos fascistas que nunca agreden a nadie pero reciben constantes y "merecidos" ataques y escraches de los democráticos antifascistas tan amigos del vicepresidenciable. Vox tiene el mismo derecho a pretender la insensatez de suprimir las Autonomías, que el gobierno a desear cambiar la Constitución y convertir a España en un estado federal y plurinacional. Vaya una bachillería por la otra.

Nota: El día 12 del corriente mes de noviembre, a las 13.30 horas,  cuando empezó a conocerse el pacto Sánchez-Iglesias, el Ibex 35 estaba al alza  y en los 9.416 puntos pero se dió la vuelta y ese día acabó cerrando en 9.306; el siguiente día, miércoles día 13, cerraría en 9.194, es decir 222 puntos menos que en la primera fecha, derrumbe mucho más acusado en los bancos, en los odiados bancos donde usted  y yo tenemos nuestros muchos o pocos ahorrillos. Fue la mayor caída en una Europa en la que todas las bolsas subieron y también hay que señalar que en los inversores europeos el preacuerdo ha levantado ya muchas suspicacias. Vayamos tomando nota.

Ya sé que mi esperanza será vana, pero fervientemente deseo que, al final, no les salga bien la jugada de esta coalición vergonzante en la que el vencedor es Iglesias, y el matrimonio acabe en divorcio antes de su consumación. En el fondo ni Sánchez ni ninguno de sus acólitos están muy orgullosos de los preacuerdos alcanzados. El no mirarse a la cara, la expresión y el lenguaje corporal de Pedro durante el acto de la coyunda y el abrazo de no Vergara eran muy elocuentes, denotaban un profundo pesar y gran contrariedad. Comerse sapos debe resultar muy amargo, pero es que el que nace lechón…

La estupidez es una enfermedad extraordinaria. No es el enfermo el que sufre por ella sino los demás.  Voltaire