Los políticos  incumplen a menudo sus promesas electorales  cuando ya gobiernan, muchas veces porque los posteriores pactos  les obligan a aceptar condiciones que no estaban en sus programas.

Sin embargo cuando las promesas no  se cumplen simplemente por falta de voluntad, o sin mediar  imposición parlamenaria  ajena, puede resultar más incomprensible para los votantes. Eso pareció haber ocurrido con Mariano Rajoy al no derogar ciertas leyes de la era Zapatero y/o seguir manteniendo algunas de sus conductas. Bien lo saben Casado y su dirección popular.

Más incomprensible resulta que se hagan promesas  o se ofrezcan determinadas conductas en campaña electoral y que al terminar, de modo inmediato, se empiece a actuar de un modo completamente diferente solo  a causa de intereses partidistas o personales. Estas conductas suelen también ser castigadas a la larga, aunque eso  dependa del nivel de exigencia o del sectarismo de los votantes. Pedro Sánchez se cansó de repetir aquello de que nunca gobernaría con Podemos y luego las hemerotecas han sido prolíficas mostrándonos la enorme cantidad de frases en las que abominaba de una formación de tintes totalitarios,  por su supuesta incompetencia y por el peligro que, según él mismo, representan para la democracia. Son muchas y harto conocidas sus afirmaciones y apreciaciones con las que siempre hemos estado de acuerdo. Nada más dar comienzo la campaña, Sánchez se envolvió, de nuevo, en la bandera de España y habló de firmeza ante los partidos  catalanistas,  amagó con una posible aplicación del artículo 155 y prometió  (¿...?) una ley que prohibiese expresamente cualquier referendum, ¿sobreactuación?, ¿postureo?, ¿cinismo?, pero pronto supimos que en menos de 24 horas,  a pesar de su pérdida de más de 700.000 votos, al verse ganador y a la vez fracasado, llegó a un acuerdo -de perdedores- con Unidas Podemos, adelantándose a su nominación por el Rey a quien había enviado a Cuba, y pronto llegaría el ridículo, vergonzoso y amoroso abrazo entre dos líderes cuyos sentidos de la ética y de la estética dejan mucho que desear. De inmediato se pusieron a buscar aliados -todos, eso sí, con el cazo bien dispuesto- pero entre los que se encuentran aquellos  amenazados catalanistas y, para que no falte ningún deshonor,  los de  Bildu, a fin de  que todos se sientan  satisfechos y así presten apoyo al engendro. Sin ellos no hay opciones de  alcanzar la investidura y que ésta sea del modo que Sánchez desea.

El caso es que, en realidad, todos sabíamos que de algún modo eso ocurriría, pues era la única vía que Sánchez buscaba -aparte de un imposible gobierno en solitario-, fuera cual fuera el resultado de las elecciones; pero algunos, o no lo creían,  o les daba lo mismo.

Tras el recuento de los resultados electorales, el líder del PP, Pablo Casado, cumpliría con el trámite habitual, llamando a Sánchez para felicitarle y este ni siquiera le cogió el teléfono. Luego vendrán aquellas quejas tradicionales  de que es que “nadie más me ofreció su apoyo”, pero desde el PP ya le han vuelto a indicar que si desea cambiar y descartar tan previsible y bochornoso gobierno, esperan una llamada para empezar a hablar de pactos de estado, gesto que tememos es ocioso mencionar que nunca tendrá lugar.

Criticamos a los dirigentes políticos pero nunca reprocharemos  a ningún votante por la papeleta que cada cual tenga a bien depositar en una urna, porque sus razones para votar siempre son respetables y, aunque todos asumamos una  responsabilidad por el que gobiernen los unos o los otros, quienes cumplen o incumplen, quienes pueden mentir o engañar, quienes son responsables de llevar la nave a buen puerto, son aquellos en los que hemos depositado nuestra confianza, pero también debemos exigirles que gobiernen con decencia y que no nos hayan engañado antes ni nos engañen flagrantemente después. No sé qué puede condicionar a un votante socialista, pero también creo que cualquiera que haya votado al PSOE confiando en su defensa de las libertades y el bienestar de todos, en su oposición a cualquier tipo de ideología totalitaria y su defensa del orden constitucional ante los sediciosos golpistas que intentan por todos los medios destruir la convivencia de todos los españoles, podría sentirse enormemente defraudado por lo que está ocurriendo.  Había otras opciones y no se han  explorado; y que  no nos  cuenten  eso de que  es lo que han decidido los españoles porque, puestos a interpretar voluntades, parece más creíble una gran alianza de concentración nacional entre el centroizquierda  y formaciones de centroderecha como son el Partido Popular y lo que queda de Ciudadanos. Una unión de los que de verdad puedan y quieran ser considerados constitucionalistas. Sería cuestión de negociarla y, cediendo todos un poco, no sería tan difícil.

Un ex presidente, histórico e importantísimo para el PSOE como es Felipe González, ya ha dado muestras de su incomodidad ante la situación, otro como Rodríguez Ibarra ha  amenazado con abandonar el Partido; un referente como Alfonso Guerra fue muy explicito al calificar el abrazo como un drama que es la metáfora de lo que va a ocurrir si los catalanistas, ¡qué curioso!, no nos libran de que se lleve a término si no se avienen a pactar.  Joaquín Leguina y Nicolás Redondo, entre otros, han promovido un manifiesto contra el pacto PSOE-Podemos; el ex Ministro socialista Corcuera también parece espantado con la deriva de este socialismo desnortado. Por su parte, los actuales barones, Fernández Vara, Lambán y García Paje han dado muestras de inquietud aunque con cautela por aquello de que el que se mueve no sale en la foto y la nómina es la nómina, que la vida está muy cara. No amigos, no,  sanchismo no es igual que felipismo, no nos dejemos engañar. El sanchismo está tomando la deriva de apartarse de la socialdemocracia y del centroizquierda. Dudamos que eso sea lo que desean los votantes del PSOE; no sabemos si al igual que Pedro desean llegar al gobierno a costa de lo que sea, o están disgustados con los engaños y triquiñuelas que han sufrido ellos mismos. Pero hay demasiadas cosas en juego para frivolizar.

Para cubrir las apariencias, Pedro Sánchez ha organizado una consulta a los militantes para que estos aprueben o no sus pactos y, mientras, les ha enviado una carta-excusa (excusatio non petita…) dándoles explicaciones, en la que les pide su apoyo a tales alianzas. Ya sabemos que él mismo fue elegido por la militancia y no por los votantes y ese fue el secreto de su éxito, un triunfo que está seguro de reeditar. En cualquier caso, todos conocimos en su momento el famoso e indigno truco que don Pedro intentó con una urna camuflada tras una cortina y sin garantía democrática alguna, cuando fue desterrado de la Secretaría General de su partido no hace tanto tiempo. Consultas idénticas a las del PSOE las han formulado Podemos, la sumisa IU (¿...?) y Ezquerra ¡caray! No, no nos parece razonable, ni siquiera fiable, una votación para respaldar a quien la organiza y quien es a la vez el mismo que hace el recuento. Este tipo de referendos no son ningún ejemplo de democracia y los suelen hacer  los dictadores o sus sucedáneos; sean cuales sean los resultados y aunque en algún caso nos pudieran sorprender, no serán más que los que pretendan sus patrocinadores; recordamos, vervigracia, el plebiscito de autoexaltación de Pablo Iglesias tras su mudanza al casoplón de Galapagar. Sí, estos sufragios se hacen por lo general a mayor gloria del amo,  son iguales a los que hace Maduro en Venezuela y también a aquellos con los que Franco  pedía ser glorificado por los españoles de cuando en cuando ¡Loor al líder!

Veremos como afecta a toda esta inquietante situación la reciente y contundente sentencia del primero de los casos juzgados de los conocidos como casos de los ERE -de lo que hablaremos en alguna entrega próxima- pero no, no pintan bien los tiempos para el futuro de un partido que fue digno y ahora es lo que es.

Y de los problemas que crearán a España qué les voy a contar. Para más inri, recordemos las últimas previsiones de las autoridades comunitarias y de la OCDE sobre nuestras pésimas perspectivas de crecimiento, déficit, paro y deuda... ¡Ah, no!, que ha dicho Celaá tras el Consejo de Ministros que todo va viento en popa. Pues vale.