Que Pedro Sánchez es un ser amoral, mentiroso compulsivo y sicópata narcisista, son hechos que no se le escapan a nadie excepto a los más forofos y sectarios de sus seguidores, que allá cada uno con su conciencia. Y lo que es aplicable a don jamás-en-la-vida-haré-lo-que-enseguida-voy-a-hacer, es perfectamente atribuible a su camarilla de cómplices necesarios, colaboradores oportunistas, a ese gobierno elefantiásico y a esos más de 1.200 asesores que, como dijera Zapatero, no deben pertenecer a nadie más que al viento.
Pero si de algo no se puede acusar a toda esta caterva de malandrines estómagos agradecidos es de ser tontos. Algunos pueden tener poco nivel intelectual o habrán recibido escasa formación, pero todos son, al menos, muy listos.
Todo ese inútil aparato gubernamental no ha impedido que Sánchez haya hecho el mayor de los ridículos en el último episodio de nuestras relaciones con la monarquía alauí, con mofa de la prensa marroquí incluida.
El ala socialista del gobierno, en solitario, ha cambiado radicalmente y de la noche a la mañana la política de estado con respecto al asunto del antiguo Sahara Español, y la han cambiado después de haber dicho en numerosas ocasiones que harían lo contrario -quizá por no perder la costumbre de desdecirse-. Han modificado la postura de España, la política del estado, sin haberlo consensuado con la oposición y sin tratarlo en el Parlamento, lo han hecho incluso a espaldas de sus socios de gobierno además de enfadar a todos los amigotes que suelen apoyarles. Y, para colmo argumentan, con la mayor desvergüenza, que se ha hecho de acuerdo a las resoluciones de Naciones Unidas.
Han conseguido lo que parecía un imposible, que absolutamente todos los demás grupos de la Cámara se opusieran. No pareció preocuparles que Argelia se enfade y nos pueda subir el precio del gas. Les importó una higa que el Frente Polisario rompiera sus relaciones con nosotros.
Pero es que el último episodio de la cena con el Rey de Marruecos y la bandera con el escudo al revés nos ha hecho enrojecer a todos los españoles porque, al fin, las burlas a nuestro presidente del gobierno son escarnio para todos. Es dificilísimo creer que el protocolo marroquí cometiese tal error y es imposible que ni a Sánchez, ni a Albares sentado justo enfrente de la enseña, ni a toda la cohorte de paniaguados de compañía les pasara inadvertido el detalle. Serían todos muy lelos y no, no lo son. Solo son indignos.
Se tragaron el sapo, han hecho el ridículo y lo saben. Pero no, no son tontos. Entonces ¿por qué lo han hecho? que alguna razón habrá. Seguro que la hay.
Pero callan.
Algo vergonzoso para ellos deben querer ocultar y posiblemente tengan mucho miedo a que se sepa. Hay hasta quien apunta a que tenga relación con posibles amenazas de revelar datos sobre el caso del atentado terrorista del 11M que tan en falso se cerró. Vaya usted a saber, pero algo inconfesable nos esconden. Algo que les pudiera desnudar.
Y mientras, la prensa sigue enzarzada en el juicio mediático por una compra, supuestamente fraudulenta, de mascarillas para el Ayuntamiento de Madrid al comienzo de la pandemia, cuando la fiscalía anticorrupción no está investigando a la corporación municipal sino a dos particulares mientras que, sin embargo, no parece interesar a casi ningún medio que haya tres altos cargos del gobierno imputados por otra compra cien millonaria de los mismos materiales en tiempos de Illa.
Señor. Qué país.