El inexplicable final del liderazgo de Casado, cuando todas las encuestas parecían indicar que él podría ser el próximo presidente del gobierno, desenlace imprevisto y apocalipsis consumado por obra y gracia de si mismo con la inestimable colaboración de  su desatinado escudero, García Egea, ha culminado con el inicio de un nuevo ciclo tras la proclamación de Alberto Núñez Feijóo como flamante presidente del Partido Popular.

Feijóo es un hombre serio, un político experto y moderado, diríase que muy eficaz a tenor de los resultados obtenidos en Galicia, aunque solo el tiempo dirá si quien ha sido bueno allí, resulta igual de eficiente al frente del partido que por lógica actual debe seguir siendo el líder de la oposición y máximo candidato a suceder a Pedro Sánchez cuando llegue la hora.

A pesar de no ser sospechoso de nacionalista ni de contrario a la unidad de España, la política lingüística que desarrolló en Galicia, quizá no tan distinta a la que iniciara Pujol en Cataluña, levanta suspicacias entre no pocas personas de ideología conservadora del resto del estado. Si se añaden sus constantes apelaciones a establecer pactos con el PSOE y su presunto distanciamiento acusado de Vox, las reticencias entre muchos de los votantes del centro y la derecha aumentan.

Pero a buen seguro Feijóo sabe que Sánchez es el más falso y trilero de los presidentes de gobierno habidos desde la llegada de la democracia. Feijóo sabe que Sánchez es tan capaz de someterse sumisamente a los dictados de sus socios de gobierno y cooperadores interesados, como de exigir claudicación y aceptación dócil de sus postulados a la oposición, so pena de insultarles llamándoles fascistas y despreciar todas las propuestas que le hagan. Nada menos que hasta diez pactos de estado llegó a ofrecer Casado a Sánchez sin recibir respuesta y sin ponerse jamás al teléfono. Y Feijóo ya ha visto como Sánchez aceptó su propuesta de bajar impuestos a las energías para desdecirse solo dos días más tarde. Estamos seguros de que Feijóo es perfectamente consciente de con quien se juega los cuartos pero sigue hablando de establecer pactos con el gobierno, actitud incomprensible para muchos.

Tal vez no debiéramos despreciar la inteligencia y el olfato político de un avezado líder. El gobierno y sus muchas terminales mediáticas llevan años denostando a la oposición acusándoles de adoptar posturas frentistas y buscar siempre el cuerpo a cuerpo cuando en opinión de muchos, entre los que me encuentro, los auténticos políticos corrosivos se sientan en el banco azul del Parlamento. Con el nuevo Feijóo les va a costar mucho decir que solo crispa -dichoso palabro- cuando no ha hecho otra cosa que hablar de pactos.

Cuando ya se ha producido el primer encuentro -llámenle mejor encerrona de Sánchez- entre ambos líderes sin que hayan llegado a consenso alguno, parece claro que llegar a ponerse de acuerdo es algo que se antoja lejano y cada uno deberá aceptar su responsabilidad en ello.

Es una frase de película cuyo título no recuerdo: “Si hay trato, amigos pueden ser el perro y el gato”. La política debería ser ese espacio en el que los pactos entre partidos diferentes, los acuerdos y acercamientos entre formaciones con distintas sensibilidades ideológicas, fueran algo muy natural al menos en los grandes asuntos de estado. Pero eso solo puede suceder entre aquellos que se mueven entre la izquierda y la derecha moderadas incluyendo al centro cuando exista. Por ahí creemos que va la idea de Feijóo, mostrar moderación y sensatez y poner a Sánchez ante el espejo de sus contradicciones. El gallego debe exigir como primera premisa que el madrileño abandone todas sus malas compañías, pero resulta muy dudoso, diríase que imposible, que el presidente cambie ahora su rumbo, entre otras cosas porque es lo que sale de sus vísceras; sí, Sánchez siempre dará preferencia a toda la extrema izquierda sin importarle siquiera que algunos sean defensores de la miseria moral y asesina que propuso ETA, Sánchez quiere gobernar a cualquier precio y destrozar a la oposición de derechas, olvidando que, como también dijera alguien, "gobernar es pactar, pactar no es ceder".

Pueden apostar lo que quieran a que, a no pasar mucho tiempo, el sanchismo volverá a las andadas, repetirán que nada ha cambiado y que el PP de Feijóo es el mismo partido crispador de Casado. Lo diferente será que cada vez son menos creíbles.

Si Feijóo no lograra lo imposible, que Sánchez se apee de sus posturas extremistas y seudo-dictatoriales y, a pesar de ello, llegase a aceptar pactos vergonzosos y vergonzantes (Ojo especial con la renovación del CGPJ), habrá fracasado estrepitosamente y lo pagará -lo pagaremos todos- en las urnas, pero no parece probable que eso ocurra.

Feijóo es consciente de que, hoy por hoy, no podría gobernar sin el único apoyo posible que representa Vox, pero tanto él como Abascal saben que son los líderes de dos partidos diferentes y también es normal que ambos marquen terreno y muestren en público sus discrepancias. De ese modo hace bien el presidente del Partido Popular al intentar dejar sin argumentos a Sánchez cuando le acuse de ser lo mismo que Vox, por cierto un partido constitucionalista, mientras él no puede negar sus amancebamientos con la escoria política y enemiga de nuestro país y de nuestras leyes.

Feijóo sabe que hay una parte de votantes de la derecha, aquellos que se fueron a Vox, cuyo apoyo es casi imposible recuperar, pero tratará de pescar en el caladero de los no pocos desencantados del PSOE ofreciéndoles una imagen de sensatez, intentará mantener a los que aun son fieles a su partido, y querrá recoger todo lo que Ciudadanos se ha dejado en la gatera de sus errores.

Estoy seguro, aunque ello no pase de ser una percepción imaginaria y personal, de que Vox y PP mantienen contactos “soto voce” pensando en un futuro, no tan lejano, sin Sánchez, un Sánchez al que sus artes de auto-propaganda empiezan a no resultarle tan eficaces, un Sánchez que él mismo se sabe abrasado.

Todo lo que, según los sondeos, perdió en PP tras los abultados errores de Casado, parece empezar a recuperarlo Feijóo, lenta pero firmemente. Ya veremos cual es el resultado final, pero echar a Sánchez y a todo lo que representan las alianzass Frankenstein se hace de vital importancia para la salud democrática de los españoles y para que nuestros bolsillos comiencen a albergar alguna esperanza de recuperación.