“La nación es bastante apta (…) pero desordenada, de suerte que solo puede hacer con ella grandes cosas el que sepa mantenerla unida y en orden.” Fernando el Católico.
Me satisface enormemente saber que todos los Ministros del Gobierno Español, incluido el jefe del ejecutivo, se han quedado sin al menos la mitad de sus vacaciones de verano; puede ser a causa de mi malicia imperdonable, pero si más de cien días después de que se celebraran las elecciones no han sido capaces de ponerse de acuerdo en una investidura y si los asientos del Parlamento siguen teniendo como única función la de criar telarañas, creo que es lo menos que podían hacer y, de paso, deberían meditar sobre por qué tantos españolitos y españolitas, después de ganarse el pan de todo el año con gran sudor de su frente –y eso si no están en el paro-, no se pueden permitir el lujo de costearse un merecido descanso lejos del hogar.
Este año, el Parque de Doñana, lugar al que Doña Ana de Silva y Mendoza, esposa del VII Duque de Medina Sidonia, diera nombre hace ya quinientos años, tal parece que se está quedando por ahora sin recibir la habitual visita del egregio matrimonio presidencial. No sabemos que tal le habrá sentado a la insigne directora del Instituto de Estudios Africanos -a quien quizá le hiciera ilusión poder, algún día, rebautizar con el topónimo de Parque de Doñabego a lo que hoy conocemos como Doñana; el nombre no suena mal del todo y, visto lo visto, aquí cualquier cosa puede suceder-, pero la verdad es que todo esto no parece sino formar parte de la consabida pantomima teatral sin otro fin que el de intentar justificar la celebración de unas nuevas elecciones, al tiempo que se va haciendo campaña electoral y de tal manera que al final los comicios serán imprescindibles porque todos los demás, desoyendo lo que el pueblo quería, han sido muy malos chicos y no han permitido que el partido más votado pueda formar gobierno.
“Lo que el pueblo quería” es un mantra del que abusan todos los partidos políticos. Sí, es cierto que el PSOE ganó las elecciones con casi siete millones y medio de votos, una cifra importante y la mejor de todas con diferencia, pero tampoco parece suficiente para decir que el gobierno de Sánchez es lo que deseábamos “todos los españoles” y aunque le sumásemos los 3,7 millones de votantes de UP, los más de once millones de votos resultantes representarían una extraordinaria cifra, aunque al compararla con las 34.800.000 personas que decidimos acercarnos aquel día a los colegios electorales, nos daremos cuenta de que más de 23 millones de españolitos y españolitas no confiaron en esa opción de gobierno de izquierdas que tanto proclaman. Y eso sin contar que hubo un 25% que ni siquiera se acercó a votar. Verán pues que de los casi cuarenta y cinco millones de españoles en edad de votar, treina y ocho eligieron otras opciones o, simplemente, no creyeron que ninguno de los partidos y candidatos les podrían contentar. No sé pues quien puede interpretar que “lo que el pueblo quiere y ha dicho" es esto o lo otro. Pero es una canción muy repetida. Ya expresamos anteriormente en estas páginas que ni siquiera una mayoría absoluta como la que obtuvo el PP de Mariano Rajoy con una cifra muy similar a la que acabamos de mencionar, por encima de los once millones, debería permitir a los políticos referirse a que cuentan con la confianza del pueblo y arrimar el ascua a su sardina con tanta facilidad. El pueblo, bien lo hemos visto, ha repartido mucho sus votos siempre, y más ahora, por lo que ciertas interesadas interpretaciones sobran. Porque del mismo modo que si yo soy mileurista y mi vecino gana un sueldo que dobla el mío, es seguro que le irá mejor que a mí, pero considerarle una persona rica sería una verdadera estulticia. Cada uno vota lo que le da la real gana y lo hace al partido que le gustaría que le gobernase y nadie tiene el derecho de interpretar su voluntad de otra manera. Los políticos tienen todo el derecho legal de hacer los pactos que mejor les convengan, pero no debieran descargar sus conciencias en la responsabilidad de sus votantes, muchos de los cuales se podrán sentir después traicionados por sus astracanadas.
Pero volviendo al tema que nos ocupa, parece muy patente que Sánchez no quiere otra cosa que ir a elecciones por muchas que sean sus teatralidades porque, al menos lo que él cree y las encuestas parecen vaticinar, es que mejoraría sus resultados, lo que le podría permitir gobernar con mayor holgura al tiempo que, tal vez, pudiera dejar a Unidas Podemos al pie de los caballos. De momento todas sus acciones siguen siendo parte del postureo habitual. Sánchez, y en eso le alabamos el gusto, no quiere de ninguna de las maneras tener a Podemos en el Gobierno porque es su enemigo natural. Aceptaría un apoyo podemita solo con algunas condiciones que tampoco creo fueran muy diferentes a sus propias posturas en algunos temas, pero nada de Ministras o Ministros antisistema o similares. Y, por supuesto que sabe que ni PP ni Ciudadanos le van a dar su apoyo, que es muy dudoso que sea lo que realmente desee, y menos con las actitudes que está tomando. Con tantos pactos con la extrema izquierda y los nacionalismos excluyentes en Comunidades y Ayuntamientos a lo largo y ancho del mapa de España y sin hacer ninguna oferta creíble o en firme ni al uno ni al otro, ofertas que les obligarían al menos a sentarse a negociar, pedirles una abstención son ganas de marear la perdiz.
Lo de Navarra fue el detonante definitivo para acabar con las expectativas e hizo que cualquier posible acuerdo a nivel estatal por la derecha de Sánchez saltara por los aires. Con 11 Diputados -8 menos que Navarra Suma-, con la colaboración activa de Geroa Bai, de Podemos y de I-E más la carísima contribución pasiva de EH Bildu, con su aurresku y todo para que no faltase de nada en la toma de posesión de Chivite, con tanta exhibición que ni siquiera se tomaron la molestia de encubrir, y con la tal Barkatxo -a quien tan mal sentará su Ruiz-, portavoz de Bildu y que entre otras gracietas complementarias, recordó a Chivite lo mucho que les deben, así gobernarán la Comunidad Foral. Con tanto oprobio que ya no vamos a seguir repitiendo pero que en la mente de todos está, el Presidente en funciones sabía que estaba dejando muy claro que dista mucho de desear acuerdo alguno con los partidos liberales. No, lo suyo es otra cosa.
Y no nos debería caber la menor duda de que, salvo que ocurra el milagro de que Pablo Iglesias acabe por rendirse, aunque tampoco lo debemos descartar, el diez de noviembre volveremos a ser llamados a las urnas. Porque también podemos estar seguros de que lo que está haciendo Pedro Sánchez no es otra cosa que el inicio de su propia campaña electoral. Salvo la última con la Patronal y Sindicatos (no todos porque había ausencias sonadas), todas las demás reuniones con agentes sociales, con la llamada sociedad civil, lo fueron con organizaciones subvencionadas diversas, en su mayoría afectas, estómagos agradecidos, con la única excepción de que cuando se trataba de hablar con representantes de la enseñanza se olvidó de la educación que más piden los padres y que representa el 28% de toda la escolarización española. Sí, se olvidó de la enseñanza concertada. Pero es que un descuido lo puede tener cualquiera al igual que llegar 50 minutos tarde a un despacho con el Rey es algo de lo más normal, tanto que al bueno de don Pedro ya le ha ocurrido tres veces con esta. Y no me sean mal pensados.
Y así, entre ocurrencias, pedantería, simpleza, impostura, farsa y frivolidades varias, se nos va pasando la vida sin presupuestos, sin poder ejecutar las tan cacareadas subidas de pensiones, con el incremento del paro asomando a la puerta, con el barco Open Arms dando vueltas por el Mediterráneo y con todos nuestros Diputados y Senadores apoyando sus ilustres codos en la barra del chiringuito para "recuperarse" del esfuerzo.
Ya dijo Blaise Pascual que el corazón tiene razones que la razón ignora. Pero permítaseme la libertad de añadir, con modestia, que donde no hay al menos algo de corazón solo cabe la sinrazón.