República o Monarquía, sempiterna discusión ¿Qué es preferible? Mi modesta persona no se declarara ni monárquico ni republicano y es que tampoco me parece una elección importante ni decisiva. Cualquiera de ambos sistemas tendrá sus ventajas y sus carencias pero ante todo debemos ser pragmáticos porque ya conocemos el dicho de que lo mejor es enemigo de lo bueno. En España tenemos muchos problemas, pero la Monarquía constitucional que nos hemos dado está funcionando con total normalidad, no crea ningún contratiempo, salvo los que cada cual se empeñe en hallar, y no parece que las cosas pudieran ni mejorar ni empeorar si fuésemos gobernados a través de un sistema republicano. No estamos en la Edad Media ni sometidos a un monarca con poder absoluto; somos ciudadanos y no súbditos; una Monarquía moderna, constitucional y parlamentaria es tan legítima como cualquier República.

En el viejo continente se mantienen muchas de la viejas tradiciones, de tal modo que diez estados europeos están regidos por un sistema monárquico. Además de España hay otros nueve: Reino Unido, Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Dinamarca, Suecia, Noruega, Liechtenstein y Mónaco; todos ellos regímenes monárquicos totalmente homologados que disfrutan de un elevado nivel de bienestar y libertades y no tienen nada que envidiar a ningún otro.
El número de países miembros de Naciones Unidas asciende a 193 (195 si incluimos al Estado Vaticano y a la Autoridad Nacional Palestina, ambos con estatus de observadores) de los cuales solo 36 son Monarquías. Infortunadamente aún quedan bastantes de carácter absolutista en las que la carencia de libertades es manifiesta pero, del mismo modo, podemos afirmar que existen multitud de repúblicas, presidencialistas o semipresidencialistas, dictatoriales y bananeras, por lo que esa no puede ser la referencia.
En la clasificación de países por su nivel de IDH (Índice de Desarrollo Humano), proporcionada por la ONU, aparece reiterativamente en primer lugar, año tras año, la monárquica Noruega y, si observamos los cuarenta primeros estados de esta clasificación, comprobamos como se repite machaconamente que ambos sistemas suelen estar muy igualados con un porcentaje aproximado del 50% para cada uno. Lo mismo ocurre con la clasificación de países por el orden de su PIB per cápita. Teniendo en cuenta que los sistemas monárquicos son solo el 18% del total, resulta que incluso parece como si los reinados diesen mejor resultado. En las Monarquías de países consolidados democráticamente, la sanidad, la enseñanza, las libertades, las prestaciones sociales, el nivel de vida, el de bienestar o en suma cualquier otro derecho, no tienen por qué ser, ni son, de inferior nivel que en las Repúblicas.
El monarca español no gobierna sino que reina, el Rey debe ser y es políticamente imparcial ejerciendo como contrapeso adecuado en los momentos en que se hace necesario. Además, un Rey siempre es el mejor embajador que cualquier país pudiera tener.
La Monarquía hispana está avalada por la voluntad popular y respaldada por una Constitución aprobada democráticamente por los votos, muy mayoritarios, de los ciudadanos españoles. Los defensores a ultranza del sistema republicano suelen clamar que la monarquía debe someterse a referéndum porque hace ya cuarenta años que se votó la Constitución, aunque tal vez debieran preguntarse cuantos países someten periódicamente a plebiscito su forma de estado y si ellos, en el caso de que fuesemos una República, estarían dispuestos a consultar a la ciudadanía cíclicamente si quieren seguir manteniento ese sistema o no. Una cosa es hacer las oportunas actualizaciones de la Constitución cuando proceda y otra muy diferente cambiarla por completo para dar satisfacción a las aspiraciones de una parte de la población que además no es, en absoluto, mayoritaria. Parecería como que desearan volver sobre los pasos del ominoso siglo XIX español durante el que se promulgaron nada menos que siete Constituciones y dos Cartas Otorgadas.
Sentirse republicano y querer vivir en una República es una aspiración totalmente legitima pero, para llegar a eso, ya existe un camino que es el que la propia Constitución marca, camino que empieza por tener la mayoría suficiente para reformarla, que se apruebe por los tres quintos de cada una de las Cámaras y seguir los consiguientes pasos, que son: la disolución de ambos Parlamentos, convocatoria de elecciones y referendum de aceptación, un referendum por el que en ningún caso se debe dar comienzo. No se puede empezar a construir una casa por el tejado.
Infortunadamente, el debate que algunos -bastantes menos de los que ellos creen- plantean en España, no es la elección entre República o Monarquía. Lo enojoso y sospechoso no es que la gran mayoría de los actuales republicanos aspiren a tal sistema sin más, sino que deseen específica y precisamente volver a la Segunda República, la del año 1.931, aquella que consideran de modo erróneo, sectario quizás o tal vez ingenuo, que hizo que aquellos españoles vivieran en una Arcadia feliz y maravillosa, pero que en realidad fue todo lo contrario y que tuvo una gran cuota de responsabilidad en su nefando desenlace final. Lo que parecen pretender es ganar ahora una guerra que terminó hace casi ochenta años.