Nadie instaura una dictadura para salvaguardar una revolución, sino que la revolución se hace para instaurar una dictadura.”
(George Orwell)

Desde que sus países obtuvieran la independencia de España y Portugal hace ya aproximadamente dos siglos, Latinoamérica ha vivido, de forma casi permanente, gobernada por regímenes oligárquicos o autoritarios, lo que ha contribuido en gran medida a que muchos de ellos no hayan podido lograr el desarrollo social y económico que sus ciudadanos deseaban y merecían. Tan solo Costa Rica -y Méjico, según opiniones- han logrado en este tiempo no haber sido sometidos por ningún régimen totalitario.
Casi todos sus dictadores han tenido un carácter eminentemente conservador, con las excepciones de los regímenes, quizá más progresistas, de Gustavo Rojas Pinilla en Colombia (1.953-1.957), de Juan Velasco Alvarado en Perú (1.968-1.975) y salvo, claro, la dictadura comunista por antonomasia, la cubana del clan de los Castro, que lleva sometiendo a su pueblo desde 1.959 y cuyo fin aun no se vislumbra.
Pero lo cierto es que los totalitarismos de corte fascista fueron mayoría aplastante durante el pasado siglo: Alfredo Stroessner en Paraguay, Hugo Banzer en Bolivia, Augusto Pinochet en Chile, Anastasio Somoza en Nicaragua, Manuel Antonio Noriega en Panamá, Castelo Branco en Brasil, o la serie de cuatro dictadores argentinos que comenzó con Rafael Videla y terminó con Reynaldo Bygnone, son solo algunos.
Cuba era la única autarquía que existía en el continente a finales del siglo XX y la más longeva de cuantas se han sufrido en América; aunque la avanzada edad y la delicada salud de Fidel Castro hacían pensar que podría estar cerca de su final, si alguien esperaba que esto significara el colofón de las dictaduras en Latinoamérica estaba muy equivocado; el castrismo no solo se sobrepuso a la muerte del Comandante, sino que parece haber encontrado la forma de multiplicarse creando escuela y reproduciéndose en otros estados americanos.

Se transcribe a continuación parte de un magnífico artículo publicado el 07 de agosto de 2016 por el director del "American Institute for Democracie", Carlos Sánchez Berzaín en el "Diario las Américas", de Miami: La destrucción del orden constitucional, los atropellos contra la libertad y derechos fundamentales, el control y manipulación de todos los poderes del Estado, el fraude electoral, la liquidación y/o sometimiento de la oposición, la inexistencia de estado de derecho, son hoy características esenciales de los gobiernos de Cuba, Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua. Son hechos verificables con la simple observación de la realidad objetiva. La presencia en el poder de estos gobiernos es de facto, antidemocrática, violatoria de los principios naturales y obligaciones internacionales, y sus ciudadanos son víctimas sometidas a crisis de imprevisibles consecuencias. Aunque tarde, es tiempo de reconocer que hay cinco dictaduras en América Latina. Lamentablemente [el castrismo] se ha expandido y ha creado en sociedad con Hugo Chávez el hoy llamado socialismo del siglo XXI, que con enunciados marxistas, antimperialistas y populistas, es solo el viejo castrismo (…) decorado con la manipulación electoral y legislativa. Sin renunciar a la lucha armada que utiliza para desestabilizar y derrocar gobiernos democráticos, ha logrado hacer de la simulación y del fraude electoral los elementos fundamentales (…) de gobiernos que ha creado y sostiene en Venezuela, Ecuador, Bolivia y Nicaragua. Suplantando Constituciones y controlando la legislación han creado leyes que conforman un sistema institucional de violación de libertades y derechos fundamentales.

Lo anterior confirma lo que ya sabíamos, que votar es condición necesaria aunque no suficiente para legitimar la democracia. Bien lo supieron los alemanes con Hitler y bien lo sabemos los españoles tras los sucesos en Cataluña.
Para ser justos, hay que puntualizar que el sucesor de Rafael Correa en Ecuador, Lenín Moreno (desde mayo 2.017), que fue vicepresidente con aquel, sorpresivamente parece haber roto todos sus lazos saliéndose de la línea que su predecesor había marcado. Ya veremos.
No obstante, la ola de populismo izquierdista parece estar extendiéndose por América central y del sur, encontrando con facilidad simpatizantes y adeptos en países cercanos, como fueron los Kirchner en Argentina o como el presidente salvadoreño, Salvador Sánchez Cerén, del FMLN, que aun pareciendo haber optado por una línea más socialdemócrata, no puede ocultar sus simpatías.
El más preclaro representante de este “Socialismo del Siglo XXI” es Nicolás Maduro, el heredero de Hugo Chávez en Venezuela, pero los recientes acontecimientos que han tenido lugar en la Nicaragua de Daniel Ortega, con el resultado de 27 muertos, nos han recordado con claridad que ninguno de estos regímenes es un hecho aislado y que la amenaza se cierne sobre América Latina.
No deberíamos echar en saco roto que en nuestra querida España, los Castro, Ortega, Maduro y Evo Morales, tengan no pocos admiradores, seguidores o correligionarios, cínicamente revestidos con la piel de cordero de su "democracia" asamblearia.
Las dictaduras fascistoides del siglo XX en América, acabaron cayendo al verse cercadas, incluso por aquella parte del clero católico que conformó la Teología de la liberación -que produjo desde mártires como el sacerdote vasco español Ignacio Ellacuría o monseñor Oscar Romero hasta combatientes guerrileros como Camilo Torres Restrepo o el español y aragonés "Cura Pérez"- aquellas dictaduras derechistas se derrumbaron gracias a la resistencia del pueblo y a la presión internacional ¿Podría ocurrir lo mismo con los actuales totalitarismos en América?