En los años 30 Europa se debatía entre dos tendencias contrapuestas, el comunismo soviético estaliniano y el fascismo del Duce y del Führer.
Muchos gobiernos parecían confusos ante tales opciones (lo que tal vez fuese la razón de la posterior falta de apoyo internacional a la república, de la que esta tanto se lamentó, al estallar la guerra civil), pero España se aprestaba a ser el tubo de ensayo del laboratorio europeo; el fallido golpe revolucionario de 1.934 más la añadida intentona independentista de Lluis Companys radicalizó más, si cabe, a la izquierda española que decidió liquidar al legítimo gobierno radical-cedista nacido de las elecciones de 1.933. Las corruptelas de Lerroux, el oscurantismo de Gil Robles, las dudas del presidente Alcalá Zamora y la postrera espantada de Portela Valladares, entre otras razones, tendieron un puente de plata a una izquierda escarmentada, que logró cerrar filas y formar el Frente Popular; cuantiosas fueron las asperezas que tuvieron que limar, porque la Izquierda Republicana de Manuel Azaña distaba mucho de la ideología revolucionaria del PSOE de Largo Caballero y de la de un incipiente Partido Comunista; Azaña era profundamente antinacionalista y todos odiaban a los anarquistas antisistema, pero fueron capaces de unirse -en contra de la tradicional división de la izquierda- porque esa era la única forma en la que podían intentar, cada uno, alcanzar sus objetivos particulares, algo imposible de lograr mientras gobernase el centroderecha. Poco a poco las posturas más radicales de la izquierda se acabarían imponiendo hasta el punto de que el propio Largo Caballero acabase perdiendo visibilidad frente a los comunistas. Azaña, por su parte, parecería como si viese cumplidas sus ambiciones personales y fue proclamado presidente de la República; mientras, el mismo Indalecio Prieto acabó conformándose con lo inevitable y, para entonces, Julián Besteiro contaba muy poco. La radicalidad y la violencia de unos y otros camparon por nuestro país tras la victoria del Frente Popular, esa es la verdad inconfesa y, en los pocos meses siguientes al experimento, el choque de trenes entre las tendencias revolucionaria y reaccionaria, quedó servido. Sin menoscabo de la responsabilidad de quienes perpetraron el golpe de estado contra el legal gobierno de la nación, los muchos yerros de la república contribuyeron abundantemente al aciago desenlace.
Pero la anterior reflexión histórica, por muchos -cada vez menos- conocida y por otros negada, solo tenía la finalidad de servir como introducción para dar un gran salto en el tiempo y exponer lo que sigue:

El 24 de septiembre de 2017 se reunió, en el pabellón Siglo XXI de Zaragoza, lo más granado de la izquierda radical española y el independentismo ¿para qué? la locura secesionista abría una nueva ventana de oportunidad para demoler el mal llamado régimen del 78 y la Zaragoza gobernada por el ZEC era un lugar idóneo para poder debatir -recientemente la justicia ha denegado inculpar a unos, por ellos supuestos, extremistas que les increparon a las puertas del pabellón-. A Iglesias no le importan (se la bufan según su propia dialéctica) ni el nacionalismo ni el derecho de autodeterminación y a los nacionalistas lo que pudiera ocurrir en España después de su pretendida secesión les da exactamente igual. Sabían -y saben- perfectamente que las posibilidades de lograr sus objetivos son mínimas dentro de los actuales parámetros parlamentarios españoles.
La propensión de la Historia a volver sobre sus pasos es proverbial. Aunque un nuevo conflito civil resulta impensable -en eso parece que la sociedad española ha madurado y se vive, esperamos, creemos y deseamos, en un contexto social muy diferente-, diríase que necesitan un nuevo frente popular y un nuevo Azaña para completar el puzle. La asamblea de Zaragoza, alegatos de relleno aparte, tenía un fin, no sé si único pero sí primordial, como quedó bien patente en las distintas intervenciones que allí hubo, que no era otro que aldabear a la puerta de Pedro Sánchez y su partido, al que se prodigaron en hacer llamamientos.
Sánchez, quien no solo crea inquietud entre el centro y la derecha española, también desasosiega, por lo menos, a la mitad de su partido. El reciente devenir con la -según las encuestas- presunta tendencia al descenso de Podemos y el estancamiento del PSOE, disminuye grandemente la posibilidad de un nuevo frente amplio de izquierdas y tampoco osaremos asegurar la complacencia del actual PSOE con esa idea, pero el señuelo sigue y seguirá tendido. La probabilidad de un nuevo frente popular, que nos tememos sería política y económicamente nefasto, aunque parezca cada vez más difícil, no sería del todo descartable en el caso de que las antedichas tendencias volvieran a cambiar. Algunos lo tienen en mente, seguro.