Desgraciado aquel país que hace odiosa la carrera de las armas, aquel que alquila los ejércitos en los días de peligro (…) aquel que con su menosprecio mata el honor militar y ahoga sus nobles ambiciones. Comandante Villamartín

Aunque sin confirmación oficial, se atribuye al canciller alemán Otto von Bismark la frase siguiente: España es el país más fuerte del mundo porque los españoles llevan siglos intentando destruirla y aun no lo han conseguido. Le pertenezcan o no, esas palabras  no podrían ser más acertadas y siguen teniendo vigencia; para ello, no hay más que contemplar el espectáculo diario de nuestro gobierno social-comunista estrechamente atado por sus lazos con el independentismo montaraz, gobierno  que despide un aroma que cada vez apesta más más a estar intentando imponer algo parecido a una dictadura. Véase si no, el actual proyecto de ley, con el que Sánchez pretende modificar la Ley de Seguridad Nacional sacándose de la manga un nuevo régimen de excepción, o “estado de crisis”, reforma que hemos conocido a medias, y solo porque el propio ejecutivo la ha filtrado a un medio amigo y que, de ser aprobada, nos hace sospechar que serviría para avanzar en el intervencionismo que tanto desea su excelsa señoría y poder actuar con las manos libres cuando se le pase por la criadilla izquierda. Proyecto que esperemos no pase el filtro parlamentario por el bien de todos aunque también nos preocupan, y mucho, los constantes intentos de controlar a las instituciones judiciales y hasta al tribunal de cuentas para así poder perdonar las deudas a los golpistas del “procés”. Y no nos cabe duda de que está en marcha algún tipo de referéndum que pueda ser interpretado por el nacionalismo como plebiscitario y si no, bien lo dijo Rufián, démosle tiempo, porque cuando Sánchez dice nunca jamás solo quiere decir dentro de un rato.

Pero vayamos a lo que, acorde con el título del presente artículo, es nuestro objetivo de hoy.  Los españoles tenemos la conocida mala costumbre de conmemorar más las derrotas sufridas que las victorias logradas a lo largo de la Historia. Y, al menos en esta etapa histórica que vivimos, tenemos  demasiados compatriotas que se esfuerzan en dar crédito e incluso agrandar la leyenda negra que nuestros antiguos enemigos crearon. Según Stanley G. Payne: en España parte de los escritores, políticos y activistas, niegan la existencia misma del país. En nuestra Historia contamos con una plétora de héroes que pasan desapercibidos hasta en los libros de texto, paladines que en otro país serían honrados y venerados, cuyas vidas podrían dar lugar a superproducciones cinematográficas, pero que aquí casi se ocultan, quizá porque la progresía imperante los considera a todos fachas y franquistas aunque nacieran siglos atrás. Recordemos el episodio en el que, por ese mismo motivo,  se quitó el nombre del Almirante Cervera, héroe de la guerra de Cuba, a una calle de Barcelona para dedicársela a un indeseable actor fallecido, experto en escupir insultos a los españoles.

Ejemplos de personajes heroicos los hemos tenido a millares a lo largo de los siglos, desde Rodrigo Díaz de Vivar hasta Daoiz y Velarde, desde Blas de Lezo hasta los indomables defensores de Baler en Filipinas. Pero donde queremos detenernos ahora es en nuestra última guerra civil, conflicto tan del agrado de la llamada ley de memoria, antes conocida como histórica y ahora mal llamada democrática, pero siempre ridícula normativa legal.

Haciendo abstracción de las diferentes ideologías de los contendientes, sabemos que en ambos lados hubo violaciones de los derechos humanos, pero también que en los dos se dieron meritorios actos de heroísmo que tan sectaria ley ignora, tan empeñados como están sus promotores en remover placas y abrir fosas, porque nada más parece importar.

(Sigue en la parte segunda. Hasta mañana)