Todos los dictadores confunden el estado, la nación, el país o lo que les convenga, consigo mismos, así que cuando proclaman actuar en pro del bien común ya sabemos a qué provecho se refieren y quién se beneficiará de ello.
Un dictador no es más que un rey sin corona, pero que la anda buscando para mantenerse en el poder, decía Juan Vázquez de Mella
Pedro Sánchez, a la sazón, por infortunio y gracias a una parte considerable de españoles a los que evitaré calificar, presidente en funciones del gobierno de España es, aparte de una muy mala persona y pésimo actor, un aventajado alumno en la carrera de autócrata que está a punto de terminar y en la que podría obtener, esta vez sí, sin plagio, el titulo de doctor cum laude.
“Por el interés de España y en defensa de la convivencia entre españoles” es necesaria la amnistía, nos dijo. No cabe mayor desvergüenza ni de él, ni de los desaprensivos que le rodean ni, siento decirlo, pero también de todos quienes piensen seguirles votando.
Algo queda claro tras su declaración ante el comité federal de su partido, antes conocido como socialdemócrata europeo: ya no podrá presentarnos el apaño de un texto alternativo con el que camuflar el perdón de sus pecados a todos los delincuentes golpistas independentistas presentes y futuros. Ya solo puede tratar de imponernos una amnistía sin ambages, tan indisimulada como anticonstitucional, y preparémonos para el referéndum de independencia y todo lo que a tanto desequilibrado como ellos les venga en gana. Para eso tienen controlado el TC, para intentar pasarse la ley por sus atributos genitales cuando les apetezca.
¿Lo vamos a consentir? Puede que solo nos quede el derecho al pataleo (léase manifestarnos en la calle) pero eso hay que hacerlo constantemente hasta que Sánchez sea descabalgado del poder.
¿No queda ningún diputado socialista decente?, ¿hay muchos jueces corruptos y sectarios? La respuesta da miedo.
Lamentablemente la mediocridad y la medianía se han adueñado de una gran parte de la política y los políticos de España. Los menos capacitados pueden alcanzar las mayores cotas de poder solo con tener una inmoralidad sin límites.
Que Stalin alcanzase su posición fue la suprema expresión de la mediocridad del aparato, en opinión de Leon Trotsky. Y entre nosotros abundan tantos estalinistas como trotskistas.