Hace ya cuatro días que en el Palacio de las Cortes de la carrera de San Jerónimo se logró, si bien por la mínima, llegar a un acuerdo para formar gobierno. No fue un pacto que nos sorprendiera porque sus posibilidades de éxito eran ya muy altas y, aunque siempre guardásemos una leve esperanza de que no llegase a materializarse debido al estrecho margen con que contaban, al final se cumplieron los pronósticos y el partido que un día fuera conocido como PSOE (hoy solo P o también Partido Sanchista/PS) y ahora controla con mano firme Pedro Sánchez, alcanzó la mayoría suficiente para formar un gobierno de coalición con Unidas Podemos contando con el apoyo de lo más execrable del nacionalismo.
He tenido que tomarme unos días de meditación para asimilar el desastre por esperado que fuera y, aunque comenzaré por expresar mi sincero deseo de que este gobierno alcance los mayores éxitos por el bien de España y de todos nosotros, mis esperanzas de que así sea son prácticamente nulas. Es cierto que necesitábamos con urgencia un gobierno para romper este largo impasse de interinidad, un gobierno que tuviera mayor capacidad para tomar decisiones trascendentes, pero no creo que esa necesidad incluya tener cualquier gobierno a cualquier precio. La esperanza de que sea fructífero no puede eliminar la inquietud que nos produce, inquietud que ya expresó el propio y flamante Presidente al decir que ese gobierno a él y al 95% de los españoles nos impediría dormir, o como él mismo expresara en fecha tan reciente como el 26 de octubre pasado, dos semanas antes de las elecciones: ¿Os imagináis, amigas y amigos, esta crisis en Cataluña con la mitad del gobierno defendiendo la Constitución y la otra mitad, con Podemos dentro, diciendo que hay presos políticos y defendiendo el derecho a la autodeterminación? ¿Dónde estaría España? No sabemos, aunque suponemos, que lo que aquellos amigos y amigas imaginaban no era lo que finalmente Sánchez llevó a cabo, pero ellos sabrán qué responsabilidades le deben exigir si su fidelidad y sectarismo lo permite. Probablemente ahora, y ante estas mis serias dudas, para Sánchez y todos o la mayoría de sus seguidores yo seré uno de esos extremistas que utilizan términos muy duros para descalificarles, crispadores que no somos capaces de entender sus altas dosis de tolerancia y sentido de la política, aunque debieran recordar que fue él mismo quien nos dio todos los argumentos para desconfiar, muchas premisas como la que acabo de expresar en bastardilla tan solo unas pocas líneas atrás, o lo que quien de momento sigue siendo Ministro de Fomento, José Luis Ábalos, exclamaba: ¡Qué sería de España!¡Qué sería de la izquierda!
No vale decir que se ha llegado hasta aquí por falta de cooperación de las fuerzas de la derecha que, si bien es cierto que podrían haberlo intentado con mayor ahínco, Sánchez nunca tuvo otra intención que la de recabar su abstención de una manera totalmente gratuita para posteriormente seguir gobernando a base de acuerdos con toda la carcundia. A Sánchez, lógicamente, le hubiera gustado ganar las elecciones por mayoría absoluta, pero ante esa imposibilidad, lo que verdaderamente deseaba era cualquier tipo de entente con todas aquellas fuerzas de izquierda por muy radicales que fueran y con los nacionalistas extremos.
No se nos puede engañar diciendo que en realidad no va a pasar nada, porque ya han pasado demasiadas cosas; nuestra economía se debilita, los radicales ganan terreno y los acuerdos alcanzados están construidos sobre el resentimiento contra la mitad de los españoles. Que Bildu sea un partido legal no significa que cualquier acuerdo con ellos deje de ser inmoral: Nosotros tenemos una línea roja que es la defensa de la Constitución española, con Bildu no vamos a pactar, dijo Sánchez el 26 de octubre, solo dos meses atrás, aunque ya había alcanzado acuerdos anteriores con ellos en Navarra. No pactaremos con el populismo, nunca pactaremos con los separatistas. Lo que se produjo los pasados días 6 y 7 de septiembre se puede entender como delito de rebelión. Yo creo que era rebelión. Estas son solo algunas de las afirmaciones del ahora Presidente, ya no en funciones.
Como dijera Immanuel Kant, mediante la mentira el hombre aniquila su dignidad como hombre.
España tiene ya un gobierno en el que está presente lo más florido del neocomunismo admirador de Castro y Chávez, leninistas que no llegaron en su día a firmar el pacto antiyihadista, con un Ministro de Consumo que cree que al este del Muro de Berlín se vivía mejor que en el lado contrario. El gobierno ha basado la gobernabilidad de España en el apoyo de quienes insultan en el Parlamento al Rey y a las instituciones mientras los Diputados socialistas callan, Sánchez agradece su apoyo a la investidura y continúa tirando balones fuera hablando del cambio climático y de la era digital. El gobierno ha basado la gobernabilidad de España en el voto de aquellos que dicen que esa gobernabilidad les importa un comino y en los herederos de ETA que nunca se arrepintieron ni pidieron perdón. Todo, además, con la aquiescencia contemplativa y benevolente de una Presidencia del Congreso que prevaricó al no aplicar el reglamento de la Cámara, contemporizando con quienes injuriaban al Rey y a España a causa de una supuesta libertad de expresión.
Sánchez, consciente o inconscientemente, que vaya usted a saber, ha firmado junto con sus aliados y sus apoyos el fin de lo que Pablo Iglesias denominase como el Régimen del 78. Encaramos una época nueva, parece que empieza una nueva era, una peligrosa deriva que pudiera acabar con la actual Constitución y la Monarquía si no existieran, como afortunadamente aun hay, suficientes votos parlamentarios para impedirlo.
De momento ya empezamos a vislumbrar diferencias y resquemores entre los partidos que forman la coalición y un aumento de la presión por parte de los catalanistas excluyentes, máxime tras la últimas y lógicas decisiones del Supremo en cuanto al pretendido y denegado viaje de Junqueras para recoger su acta de Diputado en Bruselas, a su final inadmisión como Diputado por la propia Cámara europea y a la inhabilitación de Torra.
Puede que don Pedro crea que puede domar a la fiera engañándoles que es lo que mejor sabe hacer pero, si es así, creo que no sabe bien con quien se juega los cuartos; nombrar Ministros y Ministras de carácter más moderado y tecnocrático se antoja insuficiente. Sánchez ya aumentó los trece Ministerios que existían durante el mandato de Rajoy hasta diecisiete pero ahora se incrementarán hasta veintidós. Teniendo en cuenta que cada uno de esos Ministerios tendrá indefectiblemente un Director General, uno o más Subdirectores, cargos de confianza varios -hay mucho amiguete a quien colocar- más todo el aparato burocrático que el paraguas de cada cartera alberga, el gasto del gobierno se disparará hasta límites que no me atrevo a calcular, pero que serán muy altos. Todo ello como muestra clara e indefectible de que aquí se ha terminado la austeridad, de que las subidas de impuestos anunciadas y las por venir solo servirán para mejorar las condiciones de vida de todos (al menos de todos los coleguillas) y favorecer a las clases más desfavorecidas... Es lo que los extremistas crispadores, gente insoportable incapaz de entender lo que son las políticas sociales, defininirán como despilfarro.
Que el ejecutivo admita una reunión bilateral entre iguales (no, no es una más de las reuniones legalmente instituidas con las Comunidades) con el gobierno de la Generalidad Catalana; que el señor Presidente haya manifestado lo mismo que los independentistas al respecto de que hay que desjudicializar el proceso catalanista, que se haya aceptado la celebración de una consulta trampa -léase referéndum encubierto-, son pésimas noticias para todos los españoles incluidos los votantes socialistas que son los primeros engañados por el docto Presidente, no en vano calificado como doctor Fraude. Mientras, el señor Vicepresidente Iglesias ya aprovechó su ocasión durante el debate de investidura para amenazar a los jueces, señalando a algunos togados a los que no dudó en calificar como de ideología reaccionaria, de los que habría que cuidarse. Es una advertencia que delata una vez más al personaje y sus intenciones, aviso que debiera ponernos a todos en guardia.
Aquí, mientras no nos impidan hablar, que vaya usted a saber, seguiremos criticando, sin es necesario con toda la acritud de que seamos capaces, la deriva alienada de quienes debieran velar por los intereses de todos. Y qué le vamos a hacer, si quieren que nos califiquen de intransigentes extremistas e intolerantes crispadores. Todo lo daremos por bien empleado.