Qué grave error es el de errar y no enmendar.

Lo que empezara como un todos contra Ayuso -y todos incluye a toda la progresía con Sánchez e Iglesias al frente-, insistiendo en que eso era algo esencial para defender la democracia en grave peligro ante los embates del fascismo y una ultraderecha amenazante para todo el país, terminó la noche del 4 de mayo con la arrolladora victoria de la lideresa, concluyó con la dimisión de macho alfa PIT y finiquitó con la cara agria de un Ábalos que, a la postre, nos explicaba que al fin y al cabo solo se trataba de unas elecciones regionales sin mayor trascendencia que no tendrán traducción alguna a nivel nacional.

Si no tenían nada que ver con el futuro y no ponían en peligro la hegemonía de la izquierda política en España una vez perdida la de la Comunidad de Madrid, no se explica la conmoción creada en el seno del PSexOE, no se entiende la forzada dimisión de José Manuel Franco (el menos culpable de la derrota tras una campaña en la que no tuvo el menor papel) como presidente de la Agrupación Socialista Madrileña, aunque sí se explican la renuncia de Ángel Gabilondo (el candidato marioneta) y el miedo que hizo activar urgentemente las primarias en Andalucía a fin de desbancar a Susana Díaz y tratar de (im)poner  al candidato preferido de Sánchez, por si Moreno Bonilla decidiera convocar elecciones. El presidente Sánchez ni ha dado ni dará la cara tras la debacle, algo que resulta perfectamente explicable para quienes le hemos visto salir solo a vanagloriarse de sus éxitos, aunque en su mayoría fueran falsos, que para el autobombo se las pinta solo. Les ha resultado imposible ocultar el desasosiego, las tensiones internas o que, verbigracia, hayamos contemplado a la insigne señora Adriana Lastra acusando, ahora, al gurú Iván Redondo, de “cargarse el partido”, ella que, ayuna de ideas propias, era quien más se servía de las del asesor áulico.

Si los resultados de los comicios en la Comunidad de Madrid tienen o no algún efecto sobre unas futuras elecciones nacionales es algo que está por conocerse, aunque los mejores analistas opinan que algo tendrán que ver. Pero, desde luego, parece claro que la cúpula del socialismo está temerosa y tratando de achicar balones.

Para Ortega y Gasset el verdadero tesoro del hombre es el tesoro de sus errores. Pero el gobierno tiene el obtuso problema de pensar que ellos nunca yerran. Que tienen que hacer una profunda reflexión sobre lo ocurrido resulta obvio, pero da la impresión de que no han aprendido la lección tras su nefasta campaña electoral en la Comunidad que alberga a la capital del Reino. A lo mejor tratan de ocultar lo que realmente se cuece en el interior, pero lo único que trasciende es que no asumen que sus muchos desaciertos, los de antes y los de ahora, desde los pactos nefandos o el intento de controlar indignamente todas las instituciones hasta la bufonada madrileña, es el origen de sus males. Siguen con la tabarra de acusar a sus oponentes de ser peligrosos fascistas  e insultando a los votantes porque ocurre, dicen ellos, algo así como que en Madrid, a favor de Ayuso, votaron nazis tabernarios (según Tezanos), los mismos de las cervecitas con berberechos (Carmen Clavo dixit).

Y para arreglar el desaguisado, diríase que tratan de convencer a todo el personal de que tendrán que agradecerles una subida generalizada de impuestos (¿a los ricos?) que va a ser realidad tan tangible como la de cobrar por circular por las carreteras, que ya sabemos que ir en coche es privilegio de las clases potentadas. Buen momento para hablar de subir impuestos a los españoles.

A quien no ha ocultado en este blog sus profundas diferencias con el sanchismo, que se peguen tiros en el pie le parecería muy positivo si no conllevase la ruina de tanta gente, pero a la larga puede ser muy beneficioso para todos. Como dijo Napoleón, no hay que interrumpir al enemigo cuando está cometiendo un error.