Aun no ha comenzado la campaña electoral en Madrid pero ya todos, madrileños o no, estamos siendo, continua y excesivamente, bombardeados con los mensajes propagandísticos de los unos y los otros, como muestra de la importancia que todos conceden a los resultados de estos comicios por lo que su desenlace pueda suponer como proyección hacia unas futuras elecciones nacionales, que algunas voces empiezan ya a considerar posibles en no demasiado tiempo.
Las encuestas señalan cada vez más como clara favorita a la candidata del Partido Popular, la “gato” Isabel Díaz Ayuso, versión española de Margaret Thatcher, a la que alguna agencia demoscópica ya no descarta otorgar la posibilidad de obtener mayoría absoluta, y la lenta pero inexorable caída de las opciones de izquierda. Lo que pueda ocurrir al final no lo sabremos hasta la noche del próximo cuatro de mayo, pero el pánico parece haber cundido entre el progresismo retrógrado, sobre todo en el partido de gobierno de España, como demuestra el hecho de que su presidente, Pedro Sánchez, se haya implicado directamente en la campaña, algo absolutamente inusual, ninguneando de modo estentóreo al soso, como a sí mismo de define, Ángel Gabilondo.
Pero aunque parezca mentira en un partido que lo que mejor sabe hacer es gestionar la propaganda, da la impresión de que el sanchismo ha perdido el rumbo y está cometiendo excesivos errores que puede pagar muy caros: La implícita desautorización del soso y serio candidato resta más que suma; los ataques feroces a Ayuso incluso desde el África central, están ayudándola a crecer; embestir conta ella desde la tribuna del Congreso de los Diputados, se antoja suicida; la cita a la foto de Colón cada vez resulta más patética; acusar a Ayuso de estar falseando los datos de la pandemia según informes oficiales del ministerio de sanidad para que luego Simón afirme que esos informes no existen, mientras la ministra del ramo permanezca callada como una puerta, resulta muy burdo; que don soso serio y formal diga que no piensa subir los impuestos a los madrileños -nadie le creyó- pero a continuación salga todo el partido en tromba a decir lo contrario causa, como poco, la hilaridad del personal; insistir, a instancias de bobos como Rufián, en que van a acabar con el paraíso fiscal (¿) de Madrid, armonizando (¿) la fiscalidad para todos, lo que significa que lo que quieren es meter la mano en la cartera de los madrileños, solo puede valer para que estos frunzan el ceño.
Cuando la presidenta Díaz Ayuso puede pasear por la calle espontáneamente y sentir el calor de la ciudadanía, mientras Sánchez nunca se atrevería a hacer lo mismo y no digamos su amiguete de fatigas Pablo Iglesias, algún temor sobrevuela Moncloa. Mientras en no pocas Comunidades los hosteleros piden tener una Ayuso -véase, por ejemplo, el reciente abucheo al histrión Miguel Ángel Revilla en Cantabria conminándole a que tome ejemplo de doña Isabel-, el candidato in péctore a la Comunidad de Madrid, Pedro Sánchez, a falta de propuestas que no son ni buenas ni malas sino simplemente inexistentes, solo sabe repetir que votar a Ayuso es votar al fascismo; es que manda güevos con la originalidad del presi.
He ahí a un estadista ¿y para eso tantos asesores…?