La ministra de Defensa, Margarita Robles, al igual que algunos (pocos) miembros del ejecutivo y otros barones y baronesas del PSOE (aunque ella sea independiente), es una persona con fama de moderada y de ser también  un verso suelto que contribuye a mitigar las derivas extremistas del gobierno Frankenstein que ha constituido el socialismo.3  del siglo XXI.

Es cierto que doña Margarita siempre utiliza un lenguaje mesurado que contribuye a dar esa imagen morigerada que la acompaña, es ella la ministra que hace poco se enfrentó dialécticamente a una descerebrada secretaria de estado de las colocadas por el dedo de Pablo Iglesias, Ione Belarra, a cuenta de una pretendida, peregrina y podemítica idea de constituir una comisión de investigación sobre el Rey don Juan Carlos, algo que no fue más que uno de los muchos desacuerdos internos a los que nos tienen acostumbrados en el gobierno, estudiadas peleíllas matrimoniales que, por supuesto, acontecen sin que llegue la sangre al rio.

Es cierto que también parece -solo lo parece- que, a su manera, Robles intenta defender bien la imagen de las fuerzas armadas  que tiene a su cargo como ministra.

Contamos con una opinión pública al parecer bastante abúlica, desmotivada, mal informada y quizá hoy por hoy también aturdida a causa de la pandemia, gentes más preocupadas por su salud que por exigir responsabilidades  políticas a nuestros nefastos y nefandos  gobernantes, y puede que esa presunta templanza sea algo en lo que muchos creen, incluidos no pocos medios derechistas, deseosos de encontrar algo que salvar de este gobierno, algo en lo que creer, con la esperanza vana de que en un futuro las cosas puedan cambiar, hasta el punto de que han sido no pocas las voces que se han alzado pidiendo a Robles algo así como que se desmarque de Sánchez e intente no se sabe muy bien qué.

Pero es un error, una cándida equivocación. Margarita Robles, al igual que otras y otros camaradas, o forman parte del reducido grupo que intenta descargar sus conciencias -Nadia Calviño por ejemplo-, enfrentándose dentro del gobierno a Iglesias y compañía, para proyectar esa imagen de poli bueno que busca un Pedro más cómplice (y por ello, a la vez, enemigo irreconciliable) de Pablo de lo que muchos creen, discusiones y actuaciones estelares en los pasillos del congreso incluidas -no seas cabezón Pablo, le decía allí María Jesús Montero en una de sus mejores interpretaciones dramáticas-, o pertenecen a quienes se atreven a levantar la voz, pero solo un poquito, para luego seguir aferrados al puesto y al sueldo  como si no hubiera un mañana; en su mayoría  porque no tienen otro medio de subsistencia.

Aquella Margarita que se fotografiara irrigando unas macetas con riego automático en el balcón de su despacho del Ministerio de Defensa, la misma a la que critiqué por no creer en su promesa de abrir guarderías en los cuarteles, compromiso que sí parece estar cumpliendo y justo es reconocerlo, también es la misma que aprovechando que unos ridículos vejestorios tuvieran un chat por WhatsApp en el que decían burradas tan censurables como inofensivas, barbaridades sacadas a la luz muy a propósito y muy a punto, cuando otro numeroso grupo de también militares retirados, altamente disgustados ante la situación política del país, habían escrito una carta a Su Majestad el Rey -carta totalmente legal pero a la que me opuse entonces, entre otras cosas por temer que produjese el efecto contrario al pretendido, como así vemos que resultó-, pero carta absolutamente correcta en las formas y dentro de la legalidad, doña Margarita, repito, ha tenido la misma virtud que otros medios de comunicación afines, la capacidad de embarrar el campo criticando todas las manifestaciones de buenos soldados  ya jubilados, sin hacer distinciones, mezclando a tirios con troyanos de modo que, al final, el poso resultante fuera que tal pareciese que existen bastantes miembros de las fuerzas armadas con ideología golpista a quienes perseguir. No sé si lo hizo con mala intención o no pero, de lo contrario, sería una gran torpeza haberlo sacado a relucir el día de la Pascua Militar en presencia del Rey. Y ella de torpe no tiene nada.

La señora Robles sigue siendo juez, aunque ha utilizado todas las puertas giratorias para pasar de la judicatura a la política y viceversa en numerosas ocasiones, desde ostentar un alto cargo con Felipe González para luego volver a la judicatura y, al fin y por ahora, haber ocupado sucesivamente dos carteras ministeriales en el actual gobierno de Pedro Sánchez; es una de los tres jueces que actualmente se sientan en el consejo de ministros -ella, Juan Carlos Campo y Grande-Marlasca-, entre los que también figuró la actual fiscal general del estado, Dolores Delgado.

La señora ministra de Defensa no es un verso suelto, no lo crean, doña Margarita goza de la máxima confianza de Pedro Sánchez a quien ella también es muy fiel, así que pierdan toda esperanza aquellos que crean que pueda salirse del redil o vaya a mostrar el menor rubor ante los execrables pactos de sus señoritos. Una cosa es querer dar una imagen y otra darla de verdad. Su  actitud, no solo ante las abracadabrantes alianzas de quien la manda, es de absoluta sumisión por más que trate de simular lo contrario, pero más incomprensibles son aun las tragaderas que todos estos jueces-ministros exhiben ante los continuos ataques gubernamentales a la Justicia, Justicia que se pretende controlar de modo absoluto y, para ejemplo, valga el reciente veto de PSOE y Podemos a que el CGPJ pueda ni siquiera opinar sobre la reforma judicial planteada por el gobierno.

El gobierno pretende silenciar no solo al poder legislativo a base de estados de alarma y Reales Decretos sino también al judicial, nosotros lo llevamos advirtiendo desde hace mucho tiempo mientras Europa lo contempla con asombro e incredulidad y creemos que algo tendría que decir. El desprecio del gobierno hacia la Justicia es mayúsculo pero esos ministro-jueces, incluida nuestra Margarita, parecen estar encantados de conocerse y hasta pretenden justificarlo en no pocas ocasiones.

Ojo, no nos dejemos engañar porque, como dijera Emilio Romero: madurar en cinismo es propio del político