Empezaremos por declarar que no sentimos preocupación alguna por el lugar en que se halle enterrado el que fuera dictador en España, Francisco Franco. Simplemente nos parece que el asunto es más intrascendente de lo que algunos pretenden hacernos creer.

Ni defendemos que esté donde está, ni nos parece en absoluto importante que se lo lleven o lo dejen reposar en su tumba actual. Solo no nos gusta que se siga removiendo el pasado, que se provoque la polémica o se aviven el espíritu de revancha y el enfrentamiento entre españoles y menos que por motivos electoralistas se vuelva a desenterrar el fantasma de las dos Españas. Pero también es cierto y compartimos que a las familias que sepan que allí están enterrados algunos de sus ascendientes se les debiera permitir llevarse los restos a donde les plazca.

Le deseamos a Franco como a cualquier otra persona fallecida, si es que Dios existe y espero que así sea, que el Creador acabe finalmente por perdonarnos, a todos, nuestros muchos pecados terrenales incluidos los cometidos por los peores criminales que se hayan podido arrepentir a tiempo de sus terribles faltas. En cualquier caso ni ese perdón ni esa condena post-mortem están en nuestras manos hechas de carne mortal. Memoria sí, venganza no.

Quizás el propio Franco hubiese preferido ser enterrado en un lugar distinto al Valle de los Caídos puesto que no dejó dispuesto en su testamento deseo alguno de acabar yaciendo allí. Ni sabemos ni queremos saber qué es lo que él pensaba al respecto, pero diríase que no dedicó un solo segundo a un tema que probablemente consideró poco significativo. Lo único que a Franco le inquietaba con seguridad era lo de que el “régimen” continuase tras su muerte. Aquello del “atado y bien atado” y que pronto quedó bien desanudado.

Consideramos que pudo ser un error cometido por el entonces Príncipe a punto de convertirse en Rey, Juan Carlos I, y por quien a la sazón era Presidente del Gobierno, Carlos Arias Navarro, tomar la decisión de darle sepultura en el Valle. Pero de lo que estamos seguros es de que fuera donde fuera que hubiese sido sepultado, el lugar se hubiera convertido igualmente en lugar sagrado para los nostálgicos del franquismo y es más que posible que se hubiese acabado estableciendo una controversia similar en dicho espacio, porque nunca faltarían ni los peregrinos a dicho Santuario ni los que quisieran hacer desaparecer todo vestigio del que fuera llamado Caudillo y acabar por eliminar tales romerías y homenajes. Y si algún día el cadáver del General es sacado de Cuelgamuros, podrán pasar algunos lustros, pero volveremos a oir la misma canción estén donde estén sus restos mortales. Quienes viviesen para entonces podrían darme la razón.

Hasta que no hayan transcurrido mucho más de cien años de su muerte y las futuras generaciones consideren a Franco tan lejano y perteneciente al pasado como la batalla de Guadalete, siempre habrá alguien dispuesto a avivar la llama de la discordia. Como ahora.
La Historia con mayúsculas, le verdadera Historia, juzga a los personajes cuando ya no suscitan pasión alguna entre los que la escriben. Transcurrirá más o menos tiempo en función de la trascendencia del personaje, pero eso ocurrirá siempre tras un largo período y solo entonces la Historia colocará a Franco en el sitio que verdaderamente le corresponda. Uno no puede menos que pensar que los apasionados de uno u otro signo de hoy intentan influir en lo que en el mañana escriban los historiadores, pero nada de esto podrá suceder.

Sabíamos todos y era bien conocido que tratar de sacar el cadáver de donde está acarrearía problemas legales que podrían hacer imposible o muy difícil llevar a cabo la exhumación, algo de lo que ya habían desistido socialistas como Felipe González o José Luis Rodríguez Zapatero. También creíamos y seguimos creyendo que si había alguna probabilidad de que la exhumación fuera viable sin sobresaltos, solo sería posible tratando de negociarla previamente con la familia y con la fundación Francisco Franco. Quizá no se hubiera alcanzado un acuerdo, pero este gobierno que tanto ha presumido de ser el adalid del diálogo con otros muy ofuscados, obvió aquí este paso previo tratando de hacerlo por la vía de la imposición y del empleado en exceso - hasta el abuso- recurso del Decreto Ley; solo cuando vieron la batalla perdida es cuando trataron de convencerles y, claro, para variar llegaban tarde. Intentaron también negociar en un par de ocasiones -¿ignorancia o postureo?- con la Santa Sede, que no tiene atribuciones legales ya que es una cuestión que solo pueden resolver los tribunales de justicia, pero nos mintieron diciendo que la Iglesia de Roma accedía a sus peticiones e iba a obligar al Prior de la Basílica a acatar la decisión, algo que la propia Curia romana hubo de desmentir en ambas ocasiones, aclarando que una cosa es no oponerse a la exhumación y otra obligar a nadie a cooperar en su ejecución. Nueve meses después han tenido que admitir el fracaso y a estas alturas parece muy difíl, casi imposible, retirar la losa que cubre la tumba al menos a corto plazo.

Resulta miserable que cierta prensa, bastantes medios por cierto, se dediquen a señalar con el dedo acusatorio a los jueces que han decretado la paralización de la exhumación, aireando sus presuntos pasados y presentes afectos al franquismo. Es el fascistoide método del señalamiento, habitualmente empleado por la checa mediática, en compañía de otros -los que mueven sus hilos-, tan respetuosos ellos con la independencia del poder judicial.

Si tras las elecciones del 28 de abril vuelven a gobernar los mismos se reanudará el sainete, pero si no gobiernan caerá el telón al menos por unos años. Nueve meses perdidos en alimentar una de las distintas y variadas farsas con las que han querido entretenernos.

Y han sido unas cuantas.